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Viernes, 3 de septiembre de 2010

La brutalidad de la conquista sigue en el Chagas y el desmonte

 Por Lorena Cardin *

La historia de los pueblos indígenas es muy larga. Se viene desarrollando hace mucho más de los doscientos años del Bicentenario celebrado este año. No obstante, con la conquista española y, luego, con la conformación del Estado-Nación dicha historia fue alterada violentamente. En relación con la conquista española, dado que se trataba de un territorio de una superficie inmensa, que los intereses de la Corona española variaban según la región y que los pueblos nativos poseían características particulares (no era lo mismo enfrentar pueblos con organización política centralizada que grupos cazadoresrecolectores de las selvas), la conquista tuvo matices diferentes. Sin embargo, se puede abstraer una característica común: la brutalidad del conquistador, de los supuestos civilizados.

A modo de ejemplo, cabe recordar las palabras de Ulrico Schmidl, conquistador alemán que se embarcó junto a Pedro de Mendoza en 1534 y permaneció en estas tierras durante veinte años: “Antes de haber pasado tres horas, ya habíamos destruido y ganado las tres palizadas y entramos en el pueblo y matamos mucha gente, hombres, mujeres y niños.” , “(...) estuvimos guerreando continuamente durante todo el viaje y en el camino ganamos como doce mil esclavos, entre hombre, mujeres y niños; por mi parte conseguí unos cincuenta, entre hombres, mujeres y niños”.

Si bien al comienzo del proceso de construcción del Estado-Nación tuvo manifestaciones de reconocimiento hacia los pueblos indígenas, en la medida en que el siglo XIX avanzó, las frases que se impusieron fueron: “civilización o barbarie”, “solución final al problema del indígena”, “conquista del desierto”.

No obstante, hoy se puede afirmar que dicho proyecto no logró su objetivo. La lucha indígena, que nunca retrocedió, posee en la actualidad gran fuerza y cobró mayor visibilidad con la “Marcha de los Pueblos Originarios” que recorrió el país hasta llegar a Buenos Aires y con el acampe del “Otro Bicentenario” frente al Congreso. La movilización indígena ha logrado, junto con otros sectores y organizaciones, el reconocimiento de sus derechos especiales a través de la ratificación de convenios internacionales, de la sanción de leyes especiales y de la enmienda de la Constitución Nacional en 1994.

Precisamente, en el artículo 75, inciso 17 de la Constitución Nacional se reconoce a los pueblos indígenas argentinos, entre otros derechos, su preexistencia étnica y cultural, el respeto a su identidad, el derecho a una educación bilingüe e intercultural, a la personería jurídica de sus comunidades, a la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan y, a su vez, se dispone regular la entrega de otras tierras aptas y suficientes para el desarrollo humano y asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten.

Existe, sin embargo, una profunda brecha entre el reconocimiento de los derechos indígenas y el respeto de los mismos. ¿De qué otra forma interpretar que aún hoy muchos nativos fallezcan del mal de ChagasMazza y de tuberculosis sin recibir atención sanitaria, que sus montes sean desforestados, que sus territorios sean explotados por empresas agrícolas nacionales e internacionales o vendidos por los estados provinciales, que hayan tan pocos maestros y personal de salud indígena en las comunidades y que la ley 26.160, que dispone el relevamiento dominial de las comunidades indígenas y la suspensión de los desalojos de sus tierras, tuviera que ser prorrogada debido a la resistencia de algunas provincias a que se implemente?

Sería importante que la conmemoración del Bicentenario se constituyera en una oportunidad no sólo para comenzar a respetar los derechos de los pueblos indígenas, sino para aprehender toda la riqueza que ellos tienen para enseñar.

* Antropóloga.

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Imagen: Télam
 
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