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Viernes, 24 de septiembre de 2010

RESCATES

La mujer pájaro

Rosa Margarita Hoffman


1905-1931

 Por Aurora Venturini

Su nombre de artista de teatro y de cine fue Myriam Steford. Había nacido en Suiza y a los 23 años, en Viena, conoció a Raúl Barón Biza, que la enamoró y desequilibró su vocación actoral a favor de la locura por la aviación. Se casaron en la Catedral de San Marcos, Venecia, el 28 de agosto de 1930 y de ahí viajaron a Córdoba, Argentina, provincia de residencia de Barón Biza, que puso un aeropuerto a sus pies. Este señor abrigaba la ilusión de unir en raudo vuelo Buenos Aires con Río de Janeiro luego de pasar sobre las entonces 14 provincias con sus aviones Chingolo I y Chingolo II. Ella no tenía ni la menor idea de lo que significaba manejar un avión e inició un curso de aprendizaje que no llegó a terminar dada la urgencia de Barón por iniciar la aventura. Rosa Margarita, guiada por el copiloto Funchs en el Chingolo I, capotó en Santiago del Estero y Jujuy. Le enviaron otro avión, el Chingolo II, y obedeciendo las órdenes de su esposo tomó arduo vuelo y capotó en Mareyes, falleciendo junto a Funchs el 26 de agosto de 1931. Vida breve la de esta criatura superada por las leyendas que suscitó. En realidad, la débil mujer se vio envuelta en un tipo de locura satánica, muy extraña, devenida del hombre que la arrancó de sus hábitos europeos trayéndola a un sitio inhóspito. Es posible que antes de inducirla a pilotear, este hombre, adelantándose a la catástrofe, hubiera maquinado in mente la construcción del monumento más alto de nuestro país, el monstruoso obelisco de Alta Gracia. Atrevidamente se alza en forma de ofrenda fálica de 84 metros de longitud, en medio del desierto, y apunta al cielo, como queriendo imponerse al Altísimo desde el bajo mundo. Es de granito y mármol y se apoya en una base cuya cripta conduce por sombrío corredor al sepulcro de la amada inmóvil, que según la leyenda reposa encima de un joyel de oro y piedras preciosas entre las cuales está el diamante azul de 45 kilates. Todo esto se afirma en un piso dinamitado. La dedicatoria recuerda antiguas frases de las tumbas egipcias: “Viajero, rinde homenaje a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas”. La sola mención de Barón Biza empalidece la imagen de la mal trasplantada de una publicación titulada flor suiza, Rosa Margarita, al desierto. Este señor, cuyo apellido, Barón, ayuda a que lo incluyan en la nobleza (es sólo legado de su papá), escribió 10 libros. De estos supuestos libros se conocen fragmentos de comentarios de revistas; los temas son pornográficos e impíos. Sí se sabe de un libro titulado El derecho de matar, del año 1933, edición de 5000 ejemplares. El texto es de 100 páginas y comienza con una misiva dirigida al papa Pío XI, escrita en París: “Libro triste, Señor, rebelde, escrito para los que gimen bajo el peso de tu cruz... Libro que ha de recordarte, Señor, como a los eunucos la mentira de vuestros oropeles, que no todo es oro y que existe el placer de poseer la vida”. El estilo blasfematorio se esfuerza sin duda en aproximarse a Los cantos de Maldoror, de Ducasse, el Comte de Lautréamont. Cuando hace referencia al posible lector, pone de manifiesto esa intención; desea imitar la obra del gran montevideano que vivió y murió en París: “Lector. No quiero ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, ni temo a tu brazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá de hacerte creer sincera la caricia de tu hembra y la mano de tu amigo”. Barón Biza ha conseguido meterse en la piel de Ducasse cuando éste firma Comte de Lautréamont y escribe Maldoror... No ha logrado meterse ni capturar su genio, que es satánico pero precioso y aceptado por la literatura universal. Ambos son falsos nobles pero el dato carece de importancia. Nunca hubiera podido iniciarse con un texto maldororiano, por ejemplo: “Que no cualquiera se atreva a leerme porque algunos no iniciados podrán herirse el Alma delicada. Aléjate de estas landas horrendas de amargo sabor y detente en los umbrales cuyo paso es sólo dable a los ángeles oscuros como los pájaros disecados que aún defienden sus plumas muertas en la tempestad. No sigas”. Barón Biza supera en actos los versos del montevideano, cuando arroja a la cara de su segunda esposa el contenido de ácido clorhídrico de un vaso para servir whisky. Después del crimen se suicidará de un disparo a la cabeza. Una tumba anónima guarda sus restos cerca de los restos de su amada inmóvil: Rosa Margarita Hoffman.

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