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Viernes, 26 de noviembre de 2010

PERFILES > MARTA MINUJíN

Rara y encendida

 Por Dolores Curia

Hace ruido pensar en Marta Minujín yendo al supermercado chino o usando el lavarropas. “Es muy difícil que lo haga (piensa) no, no, no lo hago. Pido comida afuera y a duras penas meto la vajilla en un lavaplatos.” Hiperquinética, se conforma con ser ama y señora del pop argento. A M&M, la mujer-torbellino que minujiza todo a su paso, se la ve en su salsa en los entretelones de su muestra inaugurada el 25 del corriente en el Malba. Dictamina sin descanso (pero desde una cama) directrices para los montajistas sobre cómo acomodar las obras, documentos y pantallas. Parece estar pensando en varias cosas a la vez sin poder hacer pie firme en ninguna: “Ultimamente tengo la cabeza totalmente tomada”, se disculpa. Seguro la asaltan pensamientos psicodélicos. Presa de una excitación (que, créase o no, parece la de una debutante) se encarga hasta de los sándwichesrecompensa para los “muchachos” que transpiran la gota gorda, desde hace horas, apilando y engarzando colchones. M&M no se anda con chiquitas: la exposición, que amenaza con ser multitudinaria, ofrece un racconto monumental de tres décadas de “Arte Arte Arte”. Sin duda atraerá hordas de curiosos que, al final, podrán reposar a piacere en un espacio para usos múltiples tapizado con colchones, en pleno museo.

Ella misma parece una pedazo de vanguardia: con su mameluco dorado, en composé con una cabeza eternamente platinada y las gafas oscuras que ya son una marca registrada: “No me saco los anteojos jamás, son mi maquillaje, es mi cara. Sin ellos no me reconozco. Me gusta la imagen under que producen. Porque yo SOY underground”. Ya desde el principio notamos cómo le encanta adosar palabras in english y prosigue, refiriéndose a su look: “Podría ser más rara todavía. Pero Buenos Aires es una ciudad tan burguesa que no te lo permite, te mira todo el tiempo. Igual ahora me miran porque soy Marta Minujín, pero antes me gritaban ‘Loca’ por vestirme así, por salir con overol. La gente es muy straight acá”, refunfuña y nos hace recordar la carteralangostademar, con pinzas, que paseó durante los 90 por todo programa de televisión existente.

Asegura haber sido genial toda la vida: “De chica no iba a las fiestas, no salía a bailar. Pintaba todo el día desde los 12 años y me vestía siempre con la misma ropa. Hubiese querido ser hombre para tener más libertad. ¡Pero la tuve igual!” La oveja negra de los Minujín, con mucha audacia y unos precoces 14 años, se fugó de la casa natal y a los 16 falseó su edad para casarse y así obtener la emancipación (eso explica que su documento denuncie tener dos años más de los que ella admite). “Fue lo mejor que podría haber hecho. Me hice cada vez más fuerte. Pero yo nací así, con ese don, como nacimos todos los de los ’60: patitos feos que se transformaron en cisnes.” El faro en ese entonces era la Ciudad de las Luces: “Me casé para poder irme a París. Me fui sola, mi marido me venía a visitar cada tanto”. Y así les sacó el jugo a los locos-locos años ’60 y vivió el período más lumpen de su vida: sin un centavo, dormía en una carpa dentro un galpón sin calefacción y se bañaba en una iglesia. Todo lo destinaba al arte. Ahí fue cuando empezó con los happenings y las instalaciones de colchones encontrados entre la basura de los hospitales parisinos.

Es una pena que M&M sea quizás mucho más célebre por su faceta almodovariana-grotesca que por el hecho de ser una de las autogestoras de proyectos artísticos más importantes de la Argentina. Apechugó durante décadas, y lo sigue haciendo, ella solita contra todos, convenciendo a empresarios, estadistas y aristócratas recoletinos de la urgente necesidad de invertir el (su) arte.

Cuando se le pregunta qué es estar a la vanguardia a esta altura del partido, ella responde: “La nata de la leche siempre se hace. Ahora las noconvenciones son convenciones. Hay que romperlas para que surja otra cosa. Hoy lo vanguardista es ser convencional. Todo el mundo consume drogas y alcohol. Lo más rupturista, y eso es lo que hago, es no tomarlos más”. Corría el 2004, cuando la cacharon in fraganti en Ezeiza y la acusaron de “contrabando de estupefacientes”. Al poco tiempo, un stencil justiciero y anónimo se imprimió en las calles porteñas. Rezaba: “Free Marta” (en criollo: ¡Liberen a Marta!), tomando a la chacota el asunto, y haciendo un paralelismo con la famosísima ballena. ¡Pero ahora está más limpia que nunca!: “Ya no necesito más experiencias psicodélicas porque las tengo adentro, soy hippie por todo lo que viví. Lo tengo incorporado.”, jura y perjura.

¿Hasta dónde es capaz de llegar la Minujín? Después de trasplantar parte de la bohemia neoyorquina a Buenos Aires. Después de haber sido compinche de excentricísimos como Warhol, Dalí o Christo. Después del pago virtual de la deuda externa con maíz. Después repartir por el mundo tierra del Machu Picchu. Y, sobre todo, después de “Suceso plástico” (1965) la que quizás haya sido la máxima plasmación de todo eso que la caracteriza: fiesta, ego y vorágine. Ese happening en el que arrojó lechuga, harina y cientos de pollos, sobre el público en un estadio, con Bach de fondo, mientras un grupo de motoqueros rodaba alrededor de unas gruesas señoras que se revolcaban en el piso. Uno se pregunta qué más le puede quedar por hacer y ella contesta fantaseando con la que sería su Gran Obra Clímax: “Ya lo pensé aunque no sé si sería capaz: mi máximo sería el suicidio como obra de arte en televisión. ¡Vivir y morir en el arte!”

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