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Viernes, 21 de enero de 2011

PERFILES > ELENA PONIATOWSKA

El cristal con que se mira

 Por Milagros Belgrano Rawson

“Si no luchamos, merecemos que nos siga yendo de la chingada.” Frontal como de costumbre, la escritora Elena Poniatowska repudiaba con estas palabras la ola de violencia que se abate sobre México. A lo largo del año pasado, unos 30.000 mexicanos murieron asesinados por los narcos. Gran parte de las víctimas son jóvenes que por falta de trabajo u oportunidades cayeron en las garras del narcotráfico. Sus historias casi siempre acaban igual de mal: aquellos que no pueden cumplir con las exigencias de los carteles, ya sea para vender droga o matar por encargo, son torturados y ejecutados. “Vivimos en un país donde no se respeta la vida humana. Matar a un joven es asesinar la esperanza y el futuro”, dijo Poniatowska, activamente comprometida con la política mexicana. A fines de los ’70, esta mujer nacida en París y descendiente del último rey polaco se hizo conocida con La noche de Tlatelolco, donde hábilmente montó testimonios orales, documentos y fotos para narrar esta matanza que tuvo lugar al norte de la capital mexicana. Corría octubre del ‘68 y el espíritu del Mayo Francés había cruzado el Atlántico. Miles de personas, la mayoría estudiantes, se habían congregado en la Plaza de las Tres Culturas, en la urbanización de Tlatelolco. No está claro lo que ocurrió luego, pero lo cierto es que paramilitares y efectivos del Ejército dispararon contra la muchedumbre. Las cifras oficiales hablan de 20 muertos, pero la investigación de Poniatowska revela que sólo en un rincón de esa plaza se encontraron 65 cadáveres. En 1971, la escritora rechazó el premio Xavier Villaurrutia que le otorgaron por este libro: “¿Quién va a premiar a los muertos?”, dijo en esa oportunidad. Desde entonces, Poniatowska es considerada, junto con el escritor Carlos Monsiváis, la memoria escrita de México. Su influencia en la política local es tal que, en 2006, su apoyo público a la candidatura presidencial de Andrés López Obrador despertó una andanada de ataques por parte del candidato rival, Felipe Calderón. Este luego ganaría la presidencia por menos de un punto en una elección denunciada por fraudulenta.

Aunque la crítica divide sus narraciones en ficción y no ficción, en sus novelas Poniatowska suele utilizar fotos, documentos y epígrafes.

Su prosa tiene, además, otra particularidad: para la investigadora del Conicet Alejandra Torres, autora argentina de El cristal de las mujeres (2010, Beatriz Viterbo Editora), la mirada de la escritora mexicana es estrábica, en permanente lucha contra el silencio de una historia hegemónica que relega a la mujer al olvido y la marginalidad. “Feminista por inclinación natural”, como alguna vez se definió, Poniatowska teje en sus textos una constelación de mujeres que escriben la historia, sostiene Torres en su primer libro, dedicado al cruce entre literatura y fotografía en la obra de la mexicana. Así, en sus textos desfilan mujeres que hilvanaron la historia de su país, como la fotógrafa comunista Tina Modotti, la escritora Rosario Castellanos, la gran Frida Kahlo y hasta la polémica Gloria Trevi, la cantante de las medias rotas, encarcelada a fines de los ’90 (y finalmente exonerada) por abuso de menores. Poniatowska prestó también su voz a Gaby Brimmer, una joven mexicana con parálisis cerebral cuya vida fue posteriormente contada en la pantalla grande, con Norma Aleandro en el papel de la fiel mucama que la cuidaba. Para mucho/as dueña de una escritura “en femenino” –noción discutible si las hay–, Poniatowska se ha lamentado, sin embargo, de la falta de solidaridad entre las mujeres mexicanas, generalmente sometidas y apartadas por la misógina cultura local. Si fuesen solidarias, dijo alguna vez, “hace mucho que habría comedores y guarderías públicas. Sin embargo, cuando el puesto se lo permite, las mujeres suelen ser verdugas de las otras”. Curiosamente, encuentra cierta camaradería “en el gremio de las escritoras”, como afirmaba en el 2001 en un reportaje de Alejandra Torres. Tal vez se deba a que las escritoras latinoamericanas son pocas y “venimos de países pobres, desamparados. La pobreza en América latina es la de la indiferencia. No hay nadie ante quien decir ‘Hace días que no como’ porque eso no importa”. Sea como fuere, a la hora de escribir, esta señora de 75 años aprieta los dientes y, con una prosa tan bizca como poderosa, continúa con su infatigable tarea de narrar a las mujeres de su país.

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