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Viernes, 4 de febrero de 2011

CINE

Algún lugar encontraré

En su nuevo e intimista film Somewhere, la directora y guionista Sofia Coppola pone el ojo en la relación padre-hija de un actor hollywoodense y su nena de 11 años para hablar, una vez más, de soledad, quiebre y renacer.

 Por Guadalupe Treibel

Ni reinas adolescentes, jóvenes suicidas o melancólicos estancados del otro lado del mundo: Somewhere, nuevo film de la talentosa Sofia Coppola, vuelve al reflejo solitario pero muda el lugar. Situada en la West Hollywood de la soledad California, el cuarto largometraje de la realizadora y guionista pinta el cuadro de un actor en sus treintas que, subsumido por la insignificancia de una rutina a puro ocio, fiesta y sexo, se desayuna acerca de lo que realmente importa cuando su hija de 11 años para unos días con él. A priori, la síntesis entorpece la intencionalidad (y el resultado) porque, en honor a la verdad, la historia de la niña-despierta-humanidades que, con ternura, inocencia y cotidianidad, enseña a vivir a su papá/chico malo suena a cliché navideño. Pero, como no podía ser de otra manera, Coppola logra hacer de un pequeño poroto, flor de planta y, a fuerza de actuaciones mínimas bien direccionadas (y ejecutadas), vemos otra cara de la soledad, otra faceta del letargo, una nueva manera de volver a uno mismo.

Cierto que dos características son recurrentes en su filmografía: sus protagonistas son outsiders, ven con extrañeza el espacio (siempre cómodo, en lo que a recursos refiere) que les tocó en suerte. Y, sí, todas son rubias. Pero, como verosímiles postales, la directora no se vale del golpe bajo efectista y eso cuenta como bocanada de aire fresco. No juega al límite argumental (aunque tira guiños: el peligro de un Ferrari siempre velocísimo; los mensajes anónimos amenazantes...) porque no lo necesita. Siguiendo la línea de su segundo largo, Perdidos en Tokio, demuestra que no siempre las situaciones excepcionales son las más relevantes. Un plato de fideos, una mudanza, ir de compras, jugar al Guitar Hero (al son ¿casualmente? de “So Lonely”, de The Police) o chapotear en la pileta pueden marcar un mundo de diferencia. Lástima, sí, que Sofia se valga de un llanto o de una recontrademodé metáfora de ruta, camino o viaje para explicitar (en la primera y la última secuencia) lo sugerido...

En lo que al arte refiere, el quiebre o, mejor dicho, los pequeños quiebres también están planteados desde lo visual. Porque con la llegada de Cleo (una adorable Elle Fanning, que nada tiene para envidiarle a su hermana Dakota), hija del rudo-a-lo-JamesDean Johnny Marco (en la piel del otrora vampiro Stephen Dorff), el film cobra colorido, movimiento, ritmo. En el ínterin, Coppola no sólo pone el ojo (y la bala) en la relación padre-hija, también se da licencia para ironizar sutilmente, sin caer en burda humorada, acerca de un Hollywood vacuo, caricatura de un starsystem menos glamoroso de lo imaginado (¿el lado B de la fama?). “¿La película es un reflejo de la globalización posmoderna de hoy en día?”, preguntará –sobre su último trabajo– una periodista en conferencia de prensa a Johnny; por la gráfica a lo Tom Cruise suponemos que no; Marco no sabe qué responder...

Situada en el mítico hotel californiano Chateau Marmont, donde la directora solía pasar temporadas con su padre Francis Ford, el supuesto toque autobiográfico de la cinta de hora y media es sugerente. Con todo, la muchacha de 39 años se ha encargado de semidesmentir cualquier parecido con la realidad. Como aseguró a un medio local tiempo atrás: “Es una película personal y pongo algunos recuerdos y experiencias de viajes con mi padre, pero mi infancia no tuvo nada que ver con eso. Era completamente diferente”.

Ganadora del León de Oro, del Festival de Venecia, el pasado septiembre, y musicalizada por la banda pop francesa Phoenix, Somewhere no es la mejor película de Coppola, a no engañarse. Pero tiene su sello de calidad: Sin sentimentalismos, con elocuencia e intimismo, Sofia aborda la soledad, la incertidumbre, los vínculos efímeros y lo hace con cierta poesía; una poética que abunda en la cotidianidad y sólo puede reconocerse cuando alguien mira bien. Y decide hacer una película al respecto, claro.

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