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Viernes, 18 de febrero de 2011

MUESTRAS

El tiempo, ese espacio para vivir

El trabajo, el ocio y el arte como tres estados que deberían convivir al mismo nivel y el compromiso político como una forma de la representación son algunas de las ideas rectoras en la obra de esta artista plástica, música y exploradora, que es Magdalena Jitrik.

 Por Laura Rosso

En la hoja de ruta del recorrido artístico de Magdalena Jitrik, el primer mojón estuvo marcado por sus temporadas de colegio en México, durante los años de exilio. Corría 1982, todavía existían el comunismo y la Unión Soviética, y el Centro Activo Freire –un colegio experimental cuya dirección pertenecía al Partido Comunista Mexicano– reunía a la aristocracia de izquierda de esa época. En ese entorno algo se empezó a gestar. Magdalena se vinculó con un grupo de jóvenes muy orientados a las artes visuales, y tomó clases de dibujo y pintura con artistas y curadores contemporáneos. Así, expuso por primera vez en un espacio alternativo y, aunque ella dice que en aquel momento todavía no había una obra, ese hecho inaugural marcó el punto de partida. “El colegio era un emprendimiento cultural del PC, con un proyecto pedagógico muy estimulante en todo lo que ofrecía. Muchos profesores eran del PRT, que era un partido trotskista, muchos de los alumnos eran anarquistas, todo estaba muy politizado y había mucha propensión a las artes, las letras y la música. Yo tenía 15 años y me gustaba la idea de ser artista”, recuerda Magdalena.

Desde los ocho hasta los veintiún años –y a raíz del exilio de sus padres, Noé Jitrik y Tununa Mercado– Magdalena Jitrik vivió en Ciudad de México. Cuando volvió a la Argentina, en el año ‘87, ese vínculo con artistas y curadores mexicanos continuó; sin embargo, acá le llevó bastante tiempo encontrar un ambiente similar. Volvió con ganas, no quería ser más extranjera: “Quería ver cómo era esto, me llegaban ecos de la primavera democrática... Yo había hecho política juvenil con los exiliados y participé de una huelga en la universidad. Pero vivir en México me limitaba las ganas que yo tenía de hacer política, o de ver de qué se trataba. Allá existe un artículo constitucional por el cual vos no podés, siendo extranjero, entrometerte en los asuntos de los mexicanos”.

Llegó a la Argentina con entusiasmo y una marca muy honda de sus años vividos en tierras mexicanas. “Mirá –dice– no hay un solo día en que no pensemos en México. Eso decimos con mis amigos y amigas cada vez que nos juntamos. La impronta fue genial. Estudiar de esa manera experimental, conocer su cultura. Sólo tengo agradecimiento, y si hay un chilito por ahí, siempre se pone.”

Sus primeras búsquedas para exponer y mostrar su obra en Buenos Aires –que ya sí tenía un cuerpo– fueron algo desalentadoras, a tal punto que en una galería le dijeron: “Volvé en diez años”. No obstante, caminando la ciudad llegó al Centro Cultural Ricardo Rojas y ahí encontró el lugar. “Eso fue en el año ‘90, el Rojas me dio la sensación de un lugar, vi el ámbito, el espacio... y percibí una conexión entre mi obra y ese lugar.” Eso mismo le sucedió en la Federación Libertaria Argentina, un espacio que le generó muchas ideas. En la FLA buscó inspiración y la encontró, “me cayeron como doscientas monedas juntas” –resume–. Ese estado de ánimo la llevó directamente a armar la instalación Ensayo de un Museo Libertario, en la que unió una serie de ideas y de piezas. “Todo vino a confluir en un solo proyecto: el Museo Libertario transformado por diferente obras de “Escrituras” (una serie de dibujos con tinta, textos, papel y máquina de escribir), algún cuadro de la serie “Revueltas” y las piedras, como si todo eso también fuera patrimonio histórico de la casa, como si mis obras se hubieran realizado ahí, como si hubieran estado siempre en ese museo”.

Su andar continuó con varias muestras más hasta la crisis del 2001, que coincidió con “Socialistas”, una exposición de pinturas de retratos. “Salí para un lugar muy raro –declara–. Venía de la pintura abstracta y de esa instalación en la Federación Libertaria. Yo pasé de ser una artista melancólica del pasado, de las revoluciones y las utopías perdidas hasta que, de un día para el otro, aparecí como la que tenía el termómetro de la sociedad. Pareciera como que me anticipé. En esa exposición había piedras, unos cuadros que representaban familias de piqueteros, rebeldía, villeros y la palabra Socialistas como nombre de la muestra. Todo eso cambió radicalmente la percepción del mundo del arte respecto de mí, lo cual también fue un salto cualitativo.”

Haber pasado por un colegio secundario en el que los profesores eran trotskistas, los directores stalinistas y los alumnos anarquistas (todo el abanico posible de la izquierda), la condujo precisamente a querer estudiarla. Dice: “Me fascina la izquierda. Me fui exiliada porque mi familia era de izquierda y de vuelta en el país he sido muy militante durante algunos años”. Del 2002 al 2007, Magdalena participó del Taller Popular de Serigrafía. “Ibamos a asambleas populares, hacíamos política, e imprimíamos afiches en las calles, que, con el tiempo, se fueron complejizando con contenido y con otras técnicas. Mientras estábamos en la militancia, el mundo del arte se rendía a nuestros pies. Empezamos a ir a bienales internacionales, y en el 2006 fuimos con el Taller a la Bienal de San Pablo. Esa experiencia la pondría como hito porque fue un momento en el que tuve una especie de conciencia de mí. Si bien era un trabajo colectivo, había mucho de mí ahí, de todo lo que yo sola hubiera hecho también. Me dio conciencia de mi capacidad, y otra vez me cayeron como doscientas fichas juntas.”

Hoy todo es puro presente. Magdalena dice estar tomando un descanso y procesando todavía esa experiencia en las calles. “Ahora quiero concentrarme más en mi obra –revela– y en Orquesta Roja, claro, un cuarteto instrumental con dos guitarras, batería y teclados con el que hacemos mucha improvisación.”

Entre los legados que recibió de sus padres Noé y Tununa está la noción de que cualquier trabajo artístico, o la lectura, o el estudio, o la escritura es trabajo. “La sociedad piensa que una persona que está leyendo está descansando, o que si te dedicás a la pintura sos un poco vago; como que el trabajo sería otra cosa. Ellos siempre me dijeron que cualquier cosa que tenga que ver con la creación artística es una actividad en sí misma, tan seria como puede ser cualquier otro trabajo. Y eso me ayudó siempre.”

Hay una frase de Marx que dice: “El tiempo es el espacio donde se desarrolla el hombre”. Esa frase le gusta a Magdalena: “Pienso el tiempo como un espacio y como metáfora de la creación artística. Me gusta defender mi tiempo y proponer el tiempo libre, puesto que yo tengo el privilegio de ser dueña de mi tiempo, desearía eso para todas las personas. Uno de mis cuadros más queridos se llama Trabajo ocio arte, que son tres cosas que hacen falta, y yo las pongo al mismo nivel. Darle la misma importancia a las tres cosas sería mi ideal de sociedad”. Sobre estas cuestiones, Jitrik reflexiona: “El arte es producir pero también es ver, escuchar, leer... Por eso a veces son casi lo mismo, pero yo los separo también porque el arte es una experiencia que no siempre es relajada. Por eso los pongo en paralelo. Como idea de vida me gusta eso, donde no está condenada la vagancia o cosas que a veces son consideradas excelentes o innecesarias como el arte. Yo quiero poner eso en el centro”.

¿Cuál será el mejor momento de todo este proceso creativo que comienza con la tela en blanco y concluye cuando el cuadro está terminado? Magdalena responde: “Si el cuadro no está resuelto me voy inquieta del taller. El mejor momento es, sin duda, cuando un cuadro está terminado, y cuando lo resolviste es que lo terminaste. Yo sólo sé un poco cómo va a ser el cuadro cuando está en blanco. No sé todo. Voy más al tanteo. El trabajo de paleta es puro desarrollo de la percepción y de los materiales; esa parte de la pintura es muy linda. Al principio improviso y después caigo en la misma clave de color, hay una misma atmósfera en todos mis cuadros. Sobre todo en los últimos años, en que pinté cuadros con más colores. A veces dejo un cuadro algunos meses, y hago otros. Para empezar a pintar, me imagino un tipo de cuadro que quiero ver y hacer; si no me pasa eso, quizá no pinto. Y cuando el cuadro está terminado, sucede. Como que antes no y ahora sí. El cuadro brilla. Es eso”.

Algunas pinturas de Magdalena Jitrik se podrán ver en la Muestra Colectiva “Punto, línea y curva”, curada por Phlippe Cyroulnik.

Hasta el 13 de marzo en el Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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