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Viernes, 15 de abril de 2011

CINE

El soundtrack de tu vida

Con el film Canción de Amor, en competencia en la categoría “Cine del Futuro”, del Bafici, la realizadora Karin Idelson explora cómo los temas amorosos se filtran en la ciudad y resignifican situaciones.

 Por Guadalupe Treibel

Hay un mixtape subversivo que se filtra en la ciudad; canciones amorosas que llenan espacios –a priori– imposibles: en el subte, un vendedor de compilados sostiene su grabador y de los parlantes se dispara –cual MiG-28– “Take My Breath Away”, el clásico ochentero de Berlín; un boxeador sube al ring al cumbia-son de “No me arrepiento de este amor”, de la “santa” popular Gilda; y, en un hotel alojamiento, una empleada ordena –entre turnos– un cuarto. ¿De fondo? Un melosísimo hit de Bryan Adams. Joe Cocker comanda un viaje en taxi; Jaf, un show erótico. Y el recuento se desplaza a geriátricos, casorios, discotecas, bares, coros, karaokes...

Ya lo decían los Troggs en los 60: “Love is all around”. Pero cuando los enamoradizos tracks se vuelven música funcional (¿se vuelven música funcional?), ¿quién levanta el guante? “El discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas, pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado o encarnecido por ellos”, avisaba Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso, en 1977. Por suerte, una cámara acertó el objetivo y, de la mano de la realizadora Karin Idelson, un –poco convencional– documental se hizo eco del tópico universal.

En competencia en la categoría “Cine del Futuro”, del Bafici, Canción de Amor es el nombre del film que, como un ensayo visual, repasa rincones cotidianos donde el soundtrack es... afectuoso. Y protagonista. Porque lejos de centrar la atención en personas/personajes, Idelson pone a la ciudad y su soft-rock, reggaetón, bolero o cumbias en el ojo de la tormenta. “Quería que fuese una crónica con la que cualquiera se pudiera identificar. Son casi títulos. Lo que tiene que estar claro son las situaciones –que no elegí a la marchanta–, no las personas”, explica sobre la intención a Las12. Y aclara: “Cualquier abordaje va a estar filtrado por el tipo de enfoque, ya sea la historia de las canciones, la métrica, la composición, la lírica, los artistas. En mi caso, me interesaba explorar cómo los temas eran atravesados anónimamente y cotidianamente”.

De ahí que, sin diálogos (aunque llenos de palabras), los 58 minutos de cinta repasen cómo circulan azarosas canciones de amor, temas reconocibles, apropiados/naturalizados por el imaginario popular. “No depende de los artistas; se cuelan. Nadie lo puede controlar”, asegura la –también– fotógrafa, para la que el efecto transformador de la música juega en esos momentos cotidianos: “Cuando empieza a sonar la canción, la situación ya no es la misma. Si le prestás atención, empieza a pasar otra cosa. Incluso aunque pasen indiferentes, no da lo mismo que estén o no estén”.

Lejos de apuntar al exotismo, Idelson buscó el día a día: “Quería que fuera lo más habitual posible, con todo lo emocionante que eso tiene para mí”, cuenta. Y recuenta: “Hice un guión infinito porque, al momento de buscar, está lleno de canciones de amor en todos lados: En una sala de espera, un supermercado, un shopping...”. Para la captura, armó un mini dream-team: ella en cámara y un sonidista. ¿El encuadre? Siempre fijo. “Cada escena son pocas tomas que logran sintetizar lo que veo, el lugar, la gente. Como un recorte fotográfico, las cosas se mueven dentro del encuadre; sin apoyarse en palabras”, define sobre el proyecto que tuvo una génesis, por lo menos, distinta...

Porque, originalmente, la mujer –que ya ha abordado el mundillo musiquero realizando videoclips para Paula Maffía, Francisco Bochatón o Miss Bolivia– ideó Canción de Amor para Ciudad Abierta y entrevistó a Gabo Ferro, Diego Frenkel y Palo Pandolfo, entre otros, con el objetivo de tratar el tema desde diversas aristas: “Armé un mapa, busqué contradicciones, distintos géneros, orígenes, clases, distintas generaciones que dialogasen. Pero renuncié al canal y, después de presentar el material en el festival InEdit, puse todo en crisis, frené, descarté todo y empecé de cero”. Con libertad plena, Idelson buscaba sorprenderse y recalculó. “Quería encontrar el sentido en el mismo proceso. Pero no encontré una respuesta clara. No creo que exista”, cierra, amén de la multiplicidad de interpretaciones. Que así sea.

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