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Viernes, 6 de mayo de 2011

CINE

TODO CONCLUYE AL FIN

Blue Valentine, el nuevo film de Michelle Williams y Ryan Gosling, muestra el devenir de una pareja en dos momentos contrastables de relación: el flechazo inicial y los últimos manotazos de ahogado. Un retrato moderno de los amores que corren y corren, hasta deshidratarse.

 Por Guadalupe Treibel

Dos enormes actores se topan con una historia –a priori– menor: la del amor (vencido) en dos tempos; cómo nace, cuándo termina, por qué se acaba una relación. Los motivos no son claros; no tienen por qué serlo. Ni grandes traiciones ni maquiavélicos entramados; están las circunstancias y están sus personajes. Las perdices al buffet del cuento de hadas, que Blue Valentine, el festejado film del realizador Derek Cianfrance, se despacha con dos momentazos de la vida de Dean y Cindy, sin empalagar ni derrochar ácido sulfúrico. Apelando al no tan novedoso recurso del salto discontinuo y clipeado entre presente y pasado, la película repasa el fulminante enamoramiento inicial y el fulminante fin del amor. ¿Qué pasa con la pasión después de 6 años? ¿Cómo es que los tics tiernos se vuelven una bomba de tiempo con cronómetro ajustable?

“¿Cómo vas a confiar en sentimientos que pueden desaparecer de la noche a la mañana?”, pregunta la protagónica y descollante Michelle Williams (Brokeback Mountain, Wendy & Lucy) a su abuela ficcional. “Teniéndolos”, le responde la pragmática nana a su Cindy del pasado. El Dean del guapo y encantador Ryan Gosling (The Notebook, Lars & The Real Girl) no tiene, en cambio, tantas dudas. Es un romántico empedernido, un niño/hombre que cree en el amor a primera vista (“Tal vez vi demasiadas películas”), capaz de definir el cariño como una canción “de ésas que no podés evitar bailar”. Así, en su primera cita, se lanza –sin red– con una serenata instantánea del clásico –tantas veces versionado– “You always hurt the one you love”. ¿Crónica de una muerte anunciada? Como sea, mientras Gosling le pasa el trapo al cover de Ringo Starr, la Williams se improvisa un tierno bailecito tap. Y la maquinaria Cupido empieza a funcionar. Y sigue funcionando hasta la escena que sonrojó a la Motion Picture Association of America, cuando el joven le practica sexo oral a su chica hasta el punto culminante. Aunque cuidado y con ropa, el gesto placentero le valió al film una restrictiva categoría para entrar en los cines, que finalmente fue revisaba y modificada.

Eso en el ayer. El hoy, en cambio, los tiene de padres –ella, enfermera con viejos sueños de médica, él pintor de brocha gorda devenido en Susanita, sin más proyección que ser marido– de una nena de 5, ocurrente e imaginativa. Los tiene derrotados en una cotidianidad lower mid-class. Para espantar las discusiones diarias, Dean propone ir a un telo, emborracharse y hacer el amor. Ella no tiene ganas, pero accede. La habitación, azulada y futurista, parece “la vagina de una mujer robótica”, como el propio muchacho define al entrar. Ahí nomás es donde todo se va al demonio: la falta de deseo sexual, el sentimiento trunco, el manotazo de ahogado de él (“¿Y si tenemos otro hijo?”) convierten al espacio en una pesadilla cibernética.

Para el presente, Cianfrance –fan profeso de John Cassavetes– usó primeros planos claustrofóbicos y tomas eternas (la escena de la ducha, por ejemplo, se filmó “en dos incómodos días”). Para los flashbacks, en cambio, les dio más movilidad a los actores, recurriendo a planos abiertos y tomas breves, cuasi espontáneas. ¿Para la transición? ¡Convivencia real de los actores por un mes! Para meditar lo que perderían sus personajes, claro.

Blue Valentine es un retrato crudo y desnudo, sin artilugios romanticones. Es también un film que intenta no bajar líneas, aunque lo haga (una mirada desatenta podría terminar por señalar con dedito acusador a Cindy por querer/necesitar algo más, por su ambición moderada y real, por buscar estar satisfecha). Vale preguntarse, entonces, qué pasaría si fuera a la inversa, si Dean fuera el inquieto y ella la cómoda, ¿no sería él un buen tipo en una mala situación? No todos los días la pantalla grande pone en boca de hombre frases como “Me hiciste una promesa para toda la vida” o “¿Querés que tu hija crezca en un hogar roto?”...

Con soundtrack a cargo de la Brooklyn folk rock band Grizzly Bear, puede que la originalidad del film pase por invertir los roles de lo que el cine (y, por qué no, el grueso de la sociedad) supone que es una pareja convencional, hacerlo con situaciones identificables y trivialidades reconocibles. Hacer una radiografía de la involución y llenarla de detalles necesarios. Lástima que, en el proceso, la trama caiga en ciertos clichés conservadores, como una posible posición antiaborto de la protagonista...

Lo cierto es que Blue Valentine es una película sin buenos ni malos; lo que sí ofrece son miradas irreconciliables, contrastadas por el tiempo. Como la vida misma. En palabras del director: “Cuando me enamoro, no tengo una checklist. Hay cientos de motivos y motivo alguno. La misma cosa misteriosa ocurre cuando te desenamoras. Cientos de cositas no funcionan y, a la vez, no pareciera ser nada”.

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