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Viernes, 20 de mayo de 2011

ROAD MOVIE DE LA VENDIMIA

Road movie de la vendimia

Por Marisa Avigliano Como si se tratara de aquel libro que Laura Esquivel publicó a fines de los años ochenta, donde la gastronomía mexicana fue espejo taquillero de lágrimas y pasiones románticas, Alice Feiring (enóloga neoyorquina, columnista de Time) escribió un libro sobre el vino porque “se le estaba rompiendo el corazón”. ¿El motivo? Dejó de dormir porque todos los vinos que tomaba se parecían demasiado y todos se parecían porque todos se hacían esperando que el famosísimo crítico de vinos Robert Parker les levantara su pulgar o, lo que es lo mismo, les pusiese nota alta. Era un hecho: si a Parker le gustaba, el vino se vendía. El gusto de los otros fue antes el gusto de Parker. Alice, que escribió su libro para convertirse en la heroína de una causa de uvas, seguramente esperó verse en las listas de best-sellers y también esperó que la provocación hacia el número uno de los catadores –por eso el subtítulo de su libro es Cómo salvé al mundo de la parkerización– los encuentre en la pantalla grande (quizás una Judy Davis pelirroja alborotada, con labios rojo teja y en bicicleta y un aterciopelado Philip Seymour Hoffman). Cuando Alice notó que el zinfandel (uva californiana con parentescos croatas e italianos) que tanto le gustaba había perdido su carácter y estaba tan cargado de alcohol como un oporto, empezó a notar que estandarizados, exageradamente ampulosos o exageradamente asépticos, los vinos habían perdido vinculación con el terreno en que se plantaban sus vides. La razón europea de la uva como vehículo de expresión de la tierra había llegado a su fin y encontró en Parker al culpable. En el capítulo “Mi cita con Bob”, Parker defiende su trabajo por teléfono por el pequeño productor artesanal mientras reconoce que probablemente resulte imposible tener una conversación sobre vinos sin que aparezca su nombre, los mitos sobre mí –dice Parker–- han ido creciendo, son exagerados. Mientras lo escucha o lo transcribe, ella no deja de pensar en su hollywoodense versión cinematográfica. De todos modos, y más allá de los intereses (los que cotizan en Bolsa –como las bodegas que Parker celebra– o lo de ser tan famosa como su contrincante), lo atractivo del libro es poder pensar en un recorrido por viñedos donde en una copa se unen madera de sándalo, alquitrán y rosas secas. Desde aquel vino italiano de Piamonte, un barolo de 1968, que le dio Madame Chauchat –la vecina que tras un escándalo familiar se convirtió en la mujer de su padre–, Alice, que le dedica su libro a su abuelo vinicultor, un ruso que llegó a los Estados Unidos en 1919 y que en tiempos de la Ley Seca fabricó vino en el sótano de su casa, recorre su vida y sus gustos en una especie de road movie de la vendimia por la que se cruzan leyendas fenicias sobre uvas que llegaron a Francia desde Asia Menor, viajes por el Ródano y la oportuna humedad del pequeño pueblo Bouilland en la Borgoña. Feiring, que quiso ser escritora antes de convertirse en especialista en vinos, dedica en su enóloga autobiografía varios renglones a las amigas, a los hombres que la acompañaron y a la familia: “A mi madre la avergonzaba que yo escribiera sobre vinos. Se sintió así durante años. ‘¿Eso es lo que haces? Para eso te mandé a la yeshivá?’”. Pero aquella Pascua, después del shul, el rabino me habló por primera vez en veinte años. “He oído decir que escribes sobre vinos”, dijo. “¿Me recomiendas alguno?” No quedan dudas, esta heroína del elixir místico busca convertirse en un personaje atractivo pero lo hace con cierta torpeza por los primeros planos y aquel resultado literario deseable pierde encanto. En cambio sí logra que el lector se haga interesantes preguntas sobre la cata de vinos, discuta y aprenda mientras sale por los barrios con la intención de descorchar alguno de los que aparecen degustados en medio de la batalla.

La batalla por el vino y el amor
o Cómo salvé al mundo de la parkerización

Alice Feiring

Colección Los 5 Sentidos
Tusquets

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