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Viernes, 1 de julio de 2011

VISTO Y LEIDO

MUJERES EN MOVIMIENTO

La publicación del libro Dinámica de una Ciudad, Buenos Aires, 1810-2010 pone claramente de manifiesto la notable evolución de las mujeres en educación e independencia económica, lograda a través del siglo XX y que prosigue en el XXI, siempre por delante de las leyes escritas y también de la imagen que suelen reflejar los medios, particularmente la televisión y la publicidad, en franco retroceso.

 Por Moira Soto

“Las mujeres fueron la avanzada, la vanguardia: esa es una de las conclusiones si observamos los importantes cambios sociodemográficos y económicos experimentados por la población de Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XX”, afirma Alfredo E. Lattes, coordinador del libro Dinámica de una Ciudad, Buenos Aires 1810-2010, nueva entrega de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires, organizada en 14 capítulos donde participan numerosos especialistas en diversas disciplinas, abordando temáticas ambientales, sociodemográficas, políticas y culturales. Alfredo E. Lattes es M.A. en Demografía (Universidad de Pennsylvania), investigador emérito del Centro de Estudio de Población (Cenep) y asesor de la Dirección General de Estadísticas y Censos del Gobierno de la Ciudad.

“Históricamente, las mujeres que habitan Buenos Aires han sido las precursoras de la práctica del control de la fecundidad observado en el país”, prosigue Lattes. “También hay que destacar el creciente nivel de inclusión escolar: las mujeres van mejorando su logro educativo más rápidamente que los varones. A lo largo del período 1950-2000, la población económicamente activa de la ciudad creció muy poco. Y ese bajo crecimiento esconde la gran disparidad de participación de cada sexo: mientras que la de las mujeres experimentó un significativo ritmo de avance, la masculina decreció notoriamente. Esta feminización en alza de la participación económica es el resultado combinado de la feminización de la población total y del continuo crecimiento de las tasas de actividad de las mujeres. En décadas recientes, la mayoría de las mujeres continúa manteniendo su rol de principal responsable de los hijos y el funcionamiento cotidiano del hogar.”

Imagenes rezagadas

Licenciada en Artes (UBA), magister en Sociología de la Cultura (Unsam), profesora adjunta de Historia de la Comunicación Visual en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (UBA) –entre otros títulos–, Sandra Szir es responsable del capítulo Figuraciones Urbanas, Caras y Caretas, 1900. Entrevistada por Las12, Szir señala que “las imágenes son en general construcciones ideológicas, nunca se pueden ver como un espejo, como un reflejo exacto de una realidad determinada, que suele ser mucho más compleja. Las imágenes por sí mismas tienen una densa textura de significados, de sentidos, que tienen que ver con determinados estilos, con convenciones representativas, con modos de mostrar. Lo cual hace que existan una serie de mediaciones a veces muy difíciles de interpretar. De decir, por ejemplo: esta imagen está reflejando la mirada masculina o la manera de comportarse de la mujer en tal época...”

El enfoque en las artes visuales, en el periodismo era mayoritariamente masculino en el siglo XIX, hasta bien entrada la segunda mitad del XX. Y en parte, lo sigue siendo.

–Seguro, a lo largo de la historia del arte, más que la mirada masculina, las imágenes representan las relaciones de poder entre los géneros, la mentalidad de cada época. Es importante remarcar que la imagen nunca puede analizarse aislada o sola, hay que relacionarla con un contexto discursivo institucional. Si la imagen está en determinando soporte, esto tiene que ver con la articulación, con el texto que la rodea, es decir, un discurso que le está queriendo decir algo a la imagen. Si hablamos de periodismo, la misma imagen publicada en un medio, no tiene igual sentido que si se la publica en otro. Dentro de cada contexto discursivo dice cosas diferentes.

Al observar las representaciones de la mujer a lo largo de dos siglos, ¿qué aspectos destacables se te fueron revelando?

–Te reitero que siempre hay sentidos plurales. Quizá se puede ver una especie de evolución, advertir que la mujer empieza a tomar más intervención. Es decir, en cierto momento, ya no se trata sólo de la mirada masculina, sino que aparece el deseo de autorrepresentación. Desde este punto de vista, sí se pueden ver cambios, valores que se van modificando. Sin embargo, si mirás imágenes de la mujer en la publicidad actual, podés notar sentidos contradictorios: en muchos casos aparece la mujer como objeto.

¿Sólo capacitada para elegir champúes o yogures laxantes, casi siempre pendiente de su aspecto físico?

–Tal cual, aparece mucho esa imagen y también la de la mujer madre, ama de casa contentísima con la limpieza del hogar. Una imagen decididamente conservadora. La edad es un tema tabú en la publicidad: todas son jóvenes, bonitas y delgadas. La paradoja es que la ciudad envejece y hay muchas mujeres mayores, en edades que son activas, productivas en la actualidad...

¿Nunca una mujer sube las escaleras de alguna facultad en un aviso, a pesar de que es tan alto el número de estudiantes universitarias?

–Para nada, en cambio tenemos muchas amas de casa felices de que todo brille en sus casas... En los ’70, en los ’80 creo que se vieron imágenes más modernas, más actualizadas. En periodismo, por ejemplo, estaba la revista Claudia que hablaba de mujeres profesionales, artistas. Y ni hablar de lo que sucede con la representación de la mujer en la televisión actual. Ha habido un retroceso y lamentablemente hay una connivencia de ciertas mujeres, como las chicas Tinelli: personajes que no se sabe bien qué hacen, a quién representan, qué aporte social o cultural significan para la TV que se la pasa hablando de ellas, habiendo tantas mujeres haciendo cosas importantes, interesantes en las ciencias y en las artes.

Para no mencionar a las que están sufriendo violencia o discriminación.

¿Cuáles serían los hitos de cambio más significativos?

–El más evidente, a medida que avanza el siglo XX, se advierte en una liberación del cuerpo, la moda y la actitud de las mujeres sufren cambios evidentes. En 1900 se ve claramente a las mujeres todavía encorsetadas, un vestuario que destacaba la figura a costa de recursos poco confortables. En las publicidades de Caras y Caretas, en las ilustraciones se muestran mucho esas típicas actitudes corporales más bien rígidas, que por supuesto provenían también de comportamientos muy regulados: una chica joven no podía salir sola a la calle a fines del XIX, comienzos del XX, norma que se va aflojando con el transcurso de los años, a la par de la manera de vestirse. Al mismo tiempo, muy paulatinamente, la mujer va accediendo al estudio, a lugares de trabajo, de producción. Aparecen la participación política, el derecho al voto. La mujer va saliendo de la casa y logrando más cosas en el espacio público. También es progresivamente cooptada por el consumo, la publicidad toma esa dirección. Mientras tanto, en los manuales se ve netamente la cuestión ideológica de los valores de la familia, los roles femenino y masculino muy estereotipados. El tipo de familia plural que tenemos hoy empieza a aparecer tardíamente en los manuales escolares, siempre por detrás de los avances de la mujer. Increíblemente, hasta los ’70, ’80, todavía se ve a la familia tipo: mamá –que cose o cocina–, papá –que trabaja o lee el diario–, dos hijos... En los manuales se mantienen mucho más esos valores tradicionales que en otros artefactos culturales.

Tampoco es que se le reconozca en el presente a la mujer su fuerte, decisiva participación en todos los campos de la cultura...

–Mirá, soy historiadora del arte y desde mi experiencia personal te puedo decir que en esta especialidad somos un 95 por ciento de mujeres. Todo lo que se está produciendo en este campo disciplinar en los últimos años –a través de becas, investigación, subsidios, la institucionalización de la carrera, la recuperación de la memoria del arte en nuestro país– responde a la actividad de mujeres. Creo que toda esta participación, en este y otros ámbitos, debería reflejarse en los medios, en la publicidad.

Tanta producción por parte de las mujeres sin duda da como resultado un enfoque de las artes diferente del que venían imponiendo los popes establecidos.

–Absolutamente. Hay una historiadora del arte muy valiosa, la inglesa Griselda Pollock, que trabajó desde los temas de género las relaciones de poder en la historia del arte, en la sociedad en general. Dentro de la renovación contemporánea que hay en la historia del arte, de los paradigmas de análisis y de los marcos teóricos, el feminismo es un paradigma importante, que viene a hacer un poco de justicia.

TRABAJANDO MAS, ADENTRO Y AFUERA

“Tenemos a muchas mujeres trabajando cotidianamente, pero esas actividades no tienen un reflejo en transacciones en el mercado”, dice Pablo Comelatto, Ph. D. y M.A. en Economía (Universidad de California, Berkeley), e investigador adjunto del Cenep, autor del capítulo Participación Económica que figura en Dinámica de una Ciudad. Como es de imaginar, el entrevistado se está refiriendo a la legión de amas de casa, muchas de las cuales cumplen doble jornada. “Hay toda una discusión en las cuentas nacionales sobre si el trabajo doméstico debe o no incluirse. Cuando decimos que el PBI de la economía es tanto, surge la pregunta, pero el hecho es que hasta el día de hoy ese trabajo no se incluye. Aunque se haya debatido, hasta el momento el valor creado por las mujeres en las actividades domésticas, aún no está incorporado a las estadísticas”.

¿Sólo se lo considera a la hora de jubilarse las amas de casa?

–En ese momento hay una especie de reconocimiento de parte del Estado por ese trabajo que sigue siendo muy marginal en relación con el potencial valor que está siendo creado. Si la mujer trabaja en la casa, esas tareas no tienen valor económico. Pero si contratamos a alguien para que cumpla esas tareas, hay que pagarle. Podemos recordar la paradoja del hombre que se casa con su cocinera: como empleada, esa mujer recibe un salario, se registra en las cuentas nacionales. Pero si se casa con su empleador, seguirá haciendo lo mismo que antes, pero ahora no recibe aquel salario. En consecuencia, el producto bruto de la economía cayó: lo que era antes un trabajo asalariado, ahora es trabajo doméstico... Desde el punto de vista de lo que la estadística capta, el trabajo femenino sigue siendo en buena medida subterráneo. Pero incluso sabiendo que las estadísticas se restringen al trabajo que hacen ellas fuera del hogar, es notable el aumento de la participación económica de las mujeres.

¿Qué cifras da esa participación frente a los índices masculinos?

–Dentro de la población económicamente activa, el índice de masculinidad –el número de varones con relación a las mujeres–, estamos cerca del 100: un hombre por cada mujer que trabaja. Hay un fuerte contraste entre la Ciudad y el resto del país, donde todavía hay dos varones por cada mujer que realiza actividades económicas.

Coincide con los datos que indican que en el interior el machismo es más acentuado que en Capital, la mujer está más sometida.

–Claro, las cifras son un reflejo de esa situación. La Ciudad es todavía una isla con respecto al resto del país, está más cerca de las tendencias que observamos en Europa o en los Estados Unidos. El resto del país está haciendo el camino que la Ciudad recorrió hace 30, 40 años. Hay dos procesos que me interesa destacar en el capítulo: la feminización y el envejecimiento.

¿Por qué ha disminuido el abandono temporario o definitivo de sus puestos de trabajo por parte de las mujeres?

–En este tema se ha producido un cambio notable: en las estadísticas de 1950, el pico de participación femenina era a los 20, 24 años. Mujeres que entraban muy jóvenes en el mercado laboral, prontamente quedaban embarazadas y se retiraban, ya para no volver. Ahora observamos que el pico se ha retrasado, y posteriormente no se produce una caída vertiginosa sino más bien una meseta. Cierto número de mujeres entra más tarde en el mercado laboral, porque están estudiando más que antes. Y por otro lado, un embarazo ya no significa retirarse definitivamente del trabajo.

Además de estudiar y trabajar cada vez en mayor escala, ya fuera del mercado laboral, hay que reconocer la presencia de mujeres sosteniendo, en forma mayoritaria como espectadoras, manifestaciones culturales importantes en la Ciudad, como el teatro...

–Ahí tenemos que considerar, entre otras causas, una fuerza demográfica interviniendo: en ciertos niveles, como podría ser el de las mujeres que concurren al teatro, hay muchas más sobrevivientes. Todos conocemos a más viudas que viudos... La mujer vive varios años más que el varón.

Así como en la época de la gran inmigración, el empleo doméstico hacía subir los índices de trabajo femenino, ahora muchas mujeres de las clases bajas cumplen ese oficio por horas.

–Correcto. A esto hay que sumar la inmigración limítrofe que la Argentina experimenta hoy y que es mayormente femenina, en buena medida motivada por la posibilidad de trabajo doméstico. En este sentido, la ciudad de Buenos Aires se diferencia del resto del país. Es interesante el caso de la Villa 31, en el corazón de la zona residencial alta, cuyas habitantes pueden trabajar cerca del lugar donde viven.

El cambio que han producido las mujeres en la actividad económica ha sido grande y profundo en siglo y medio...

–Sí, y ese cambio no ha terminado. La feminización de la fuerza de trabajo es a todas luces positiva. En cuanto al envejecimiento es más ambiguo, porque por un lado es bueno, por supuesto, que la gente viva más. Pero por otro se generan problemas de sustentabilidad económica que llevan a pensar, por ejemplo, cuál debe ser la edad de retiro. Cuestiones que todavía la Argentina no ha discutido a fondo y que serán importantes en los próximos 20 años. Creo que todavía tenemos una fuerza de trabajo en las mujeres que hay que activar porque, mirando a futuro, va a mejorar el nivel de vida de todos: de las mujeres en primer lugar, pero también de los hombres. Obviamente, a la mujer el trabajo le otorga más independencia, más autonomía. Y desde un punto de vista económico, el PBI per cápita es el promedio de lo que producen hombres y mujeres. Si ellas producen más, el promedio aumenta. Queda parte del camino por recorrer porque la participación de las mujeres, incluso siendo alta, es aún menor que las de los hombres. Pero el avance continúa y la igualdad se puede lograr: en los países escandinavos, los niveles de participación femenina están casi a la par de la masculina. Sin duda, se requieren cambios institucionales. Por ejemplo, una de las cuestiones en que estamos rezagados es el permiso de paternidad. Más allá del amamantamiento y algún otro tema específico, no hay razón para que no sea el hombre quien se tome una licencia y cuide a los hijos –en otros países sucede–; también se necesitan más jardines maternales en los lugares de trabajo. En fin, un reacomodamiento para permitir justamente que los niveles de participación femenina sigan subiendo.

OTRAS METAS, OTRAS OPCIONES

Para Victoria Mazzeo, firmante del capítulo Nupcialidad y Familia, “el recorrido que se advierte desde fines del siglo XIX en la nupcialidad, da una información sustantiva sobre la historia de las mujeres en el siglo XX”. Victora Mazzeo es doctora en Ciencias Sociales (Flacso), magister en Demografía Social (Universidad de Luján), jefa del Departamento de Análisis Demográfico de la Dirección General de Estadísticas y Censos del GCBA e investigadora del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. “El comportamiento de las mujeres se va modificando debido a distintas situaciones sociales: cambia el concepto de familia, del rol del padre dentro de la familia, va quedando atrás la idea de que el papel de la mujer no es otro que el de casarse y tener hijos, como se pensaba hasta comienzos del siglo XX. La mujer empieza a estudiar, a tener participación social, a asumir otros roles más allá de los de esposa y madre. Al tener mayor nivel educativo, se va integrando al mercado de trabajo, aun con fluctuaciones porque sigue teniendo hijos.”

En el siglo pasado, hasta los años ’60, ’70, la mujer tenía más hijos y todavía no se hablaba francamente de que al hombre le correspondía compartir en alguna escala las tareas del hogar.

–Exactamente. Entonces, esta entrada en y salida del mercado de trabajo era más frecuente. Ahora esto se ha modificado porque por un lado la mujer empezó a tener menos hijos. Está estudiada la relación mayor fecundidad menor nivel educativo. La mujer comienza a tener otros ejes en su vida, a desarrollar intereses personales. En demografía, lo llamamos la segunda transición demográfica: la modernización lleva a la mujer cambios culturales y de roles en la sociedad. La primera transición marca el descenso de la fecundidad y la mortalidad, atiende al comportamiento de lo biológico. En la segunda, entre otras consecuencias, se posterga la entrada al matrimonio legal, no a la unión de hecho que comienza a insinuarse en los ’60, se va acentuando en los ’70. Esa unión consensual a la que se entra a veces como un período de prueba que luego puede culminar en matrimonio.

En esas décadas que mencionás, la mirada social sobre estas parejas de hecho va dejando de ser reprobatoria.

–Antes estaba mal visto, sin duda. La palabra concubina tenía un halo pecaminoso, eran situaciones oscuras no sólo censuradas por la gente en general, también por los medios que usaban ese mote –concubina– de manera descalificatoria. Entonces, se producen cambios notables, las familias van tomando otras características, se van armando otras relaciones. La mujer posterga más que el varón la entrada al matrimonio, lo que lleva a que retrase la fecundidad. Por otra parte, las mujeres comienzan a tener hijos fuera del matrimonio sin que pese sobre ellas el estigma social de otras épocas, y las leyes van acompañando esta realidad social. Una concubina que demuestre que hubo convivencia puede obtener una pensión si su compañero muere. Por otra parte, la ley permite tener certificado de convivencia. Entonces, como los matrimonios vienen descendiendo en la Ciudad y las uniones aumentando, estamos llegando casi a una equiparación: 13.086 fueron los matrimonios inscriptos en 2010, y 10.574 los certificados de convivencia. Hace más de 10 años que existen estos certificados que permiten que los integrantes de la pareja puedan tener la misma obra social, pedir un crédito juntos... En caso de separación, los certificados se dan de baja. No es el mismo caso de la unión civil que tuvo auge y difusión porque al principio se realizaron muchas uniones homosexuales. En la actualidad, la mayoría de estas uniones es de heterosexuales. Estas cifras muestran las distintas realidades que hay en la sociedad.

Un cambio abismal desde la época en que los matrimonios eran válidos con solo realizarse en la iglesia: había que ser o parecer católico, la mujer estaba sujeta al varón.

–Sí, hasta que aparece la Ley de Matrimonio Civil en 1887, los casamientos se inscribían en los libros parroquiales. Cuando empecé a hacer este trabajo en una investigación para la UBA, fui viendo en detalle la cuestión legal. Y un día se me ocurrió pedirle a mi mamá, que se casó en 1950, su libreta de matrimonio: increíble todo lo que decía que tenía que hacer la mujer con respecto al varón, el sojuzgamiento que implicaban esas obligaciones. La mujer estaba considerada en situación de total inferioridad con relación al hombre. Por ejemplo, no tenía derecho a administrar sus bienes, tampoco a salir a trabajar sin la anuencia del marido... ¡Y estamos hablando de 1950! En lo que hace a las tareas del hogar y crianza de los hijos, la mujer sigue cumpliendo esos roles, aunque el hombre ha empezado a ayudar. Pero las cuestiones que tienen que ver con el manejo doméstico, la escuela de los chicos, la salud, las sigue llevando adelante en forma mayoritaria la mujer. Aun no se han producido suficientes cambios en ese ámbito. Pero sí hay que decir que, en general, ahora hay dos proveedores en el hogar.

¿El hombre no logra modificar su mentalidad, ponerse a la par de la evolución y los logros de la mujer?

–Ciertamente, la mentalidad machista está muy instalada, el hombre quiere mantener ciertos privilegios. Entretanto, la mujer asume el doble rol de organizar la vida doméstica y salir a trabajar afuera, tiene esa sobrecarga: aun cuando tenga ayuda de una empleada, lleva esa responsabilidad sobre sus espaldas. Y si hay divorcio, en general es la mujer la que se queda con los hijos: casi el 80 por ciento de las familias monoparentales –de un solo padre o madre con los hijos o hijas– es femenina. En los datos de 2009 y 2010, la encuesta anual que llevamos adelante en la Dirección de Estadísticas y Censos del Gobierno de la Ciudad, vemos que sigue siendo la mujer la que habitualmente se hace cargo de este tipo de hogar. Por otro lado, llegamos a esta nueva forma que es la de las familias ensambladas: la gente se casa, se descasa, se vuelven a casar, tiene los míos, los tuyos, los nuestros... Un fenómeno que se produce en parejas de hasta 45-50 años, con hijos solteros conviviendo en el hogar. Porque los mayores de 60, si inician nuevas uniones, tienen hijos que ya se independizaron. El hombre tiene mayor nivel de reincidencia por varias causas, entre las cuales, que hay más mujeres que varones. Y a una mujer con hijos le puede resultar más difícil encontrar nuevo compañero de vida. Por supuesto que este desbalance es aún mayor en el caso de la población adulta mayor, por el tema de la mortalidad masculina: las mujeres viven entre 7 y 8 años más, un fenómeno que se da mundialmente.

Pero hubo una época en que el llamado mercado matrimonial era favorable a las mujeres, durante la gran inmigración, cuando llegaban mayoría de varones.

–Sí, había más maridos posibles y las mujeres se casaban más jóvenes. La población de la ciudad llegó a tener hasta más de 50 por ciento de varones. Ahí se dio un repunte de la nupcialidad y la fecundidad. Porque estas políticas de abrir las barreras a determinados países mantenían por detrás estos principios conservadores sobre la familia. Eran tiempos en que había mujeres explotadas, y obviamente no existía la licencia por maternidad. Y si bien se habla de que la mujer estaba en su casa criando a sus hijos, provista por su marido, esto sucedía en las familias de clase media para arriba. En la clase baja, las mujeres trabajaron siempre, la mortalidad infantil y la materna eran altas. Nada de guarderías en aquellos tiempos, aunque existían en los años ‘30 las cantinas maternales: lugares donde las mujeres iban a entregar su leche para que alimentara otros chicos. Una suerte de nodrizas tercerizadas.

Hasta hace pocas décadas, se daba por sentado que el varón debía ser mayor que la mujer, incluso mucho mayor.

–El tema de la edad de los contrayentes también marca un cambio significativo. Hace pocos días estaba mirando cifras de esto que llamo el cometa: el cruce de las edades. Sí, este panorama cambió mucho: es cierto que el varón, a medida que suma años se va casando con mujeres más jóvenes. Pero a su vez las mujeres han empezado a hacerlo con hombres menores que ellas. Se presenta un fenómeno de dispersión. También vale mencionar que el hogar unipersonal ya no es lo que era, ya no se trata solo de personas mayores. Hay mucha gente joven, en su mayor parte mujeres que no están apuradas por establecerse en pareja o que eligen la relación cama afuera. Y aquí también aparece el dato de que las mujeres viven más tiempo. En suma que se han multiplicado este tipo de hogares llevados por mujeres.

¿Los hogares formados por lesbianas figuran ya en estadísticas?

–En 2007, 2008 ya nos aparecieron esos hogares, pero en ese momento no llegaban al dos por ciento. Ahora esperamos el nuevo censo: ahora ya no se anota por simple observación sino indagando, dejando que la persona se manifieste. Obviamente que siempre hubo gays y lesbianas, pero no eran considerados en los censos. Además, ahora hay cada vez menos rodeos en reconocerlo, amén de que existe el matrimonio igualitario.

O sea que cuando se dice: hay tantos varones para tantas mujeres, tampoco es así exactamente en la práctica.

–No, claro. Hace una semana que estoy con ese tema, indagando en nivel mundial qué está pasando en los países que tiene el matrimonio igualitario, estoy viendo cómo procesan esos datos afuera. En Francia, en España, los ponen separados sin marcar proporciones. La demografía en principio fue muy biologicista, ahora se trata de abarcar más lo social, ver cómo van incidiendo los cambios más recientes. En épocas no tan lejanas, el divorcio seguido de nuevo matrimonio podía ser un escándalo y nadie imaginaba las uniones homosexuales legalizadas.

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