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Viernes, 8 de julio de 2011

RESCATES

Cecil Sorel

(1873-1966)

 Por Aurora Venturini

Su nombre real: Cecil Emilie Seurre. Procede de un ambiente amable y sofisticado, y aspira a ingresar a la nobleza; lo consigue casándose con el sobrino del conde de Ségur, se llama Guillaume de Sax, es escritor y actor. Le lleva 20 años. La comparsa hace burla y los rotulan la bella y la bestia. Una vez que esta mujer consigue el título de nobleza, a pesar de ser una plebeya, majestuosamente abandona a su marido y nunca vuelve a verlo.

El debut de ella, en 1889, en el teatro Edén, es bastante exitoso. Y en otros teatros de París interpreta a Odéonie. Despunta el año 1901 y es contratada por la Comédie Française, siendo sus papeles el de la condesa, en Las bodas de Fígaro, de Beaumarchais, y Catherine, en La fierecilla domada, de Shakespeare.

Durante varios años se ubica con el papel de Célinmène, de Molière, en la Comédie Française. Escribió, en el Dorian Paris Casino, la siguiente frase: “¿Que yo me venga abajo?”. Y aunque parezca una frivolidad, esta frasecita la hizo famosa.

Despunta la Segunda Guerra y la dama que gustaba de las botas y susurros al oído de los generales de ambos mandos les anoticia sobre hechos y encontronazos de batallas, algunos acertados y otros inventados.Ocurre un ataque en Rouen y ella se escapa. Al terminar la Segunda Guerra Mundial debe solucionar algunos problemas atinentes a su conducta de espía. Asustada, a los 78 años, para defenderse, ingresa en el monasterio franciscano, proclamando que ha despertado en ella la fe, el amor a Dios, lo cual es también simulado. No obstante, tomó los votos de la Tercera Orden Franciscana en la Capilla de las Carmelitas de Bayona. Permaneció muchos años en convento. A los 93 años falleció. Sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse, en Paris.

En 1954, la Sorelle publicará un libro titulado Las bellas horas de mi vida, en la editorial Espasa Calpe.

No caben en su literatura los hechos que ocasionan su detención y posterior fuga de Rouen; sus intrigas y enamoramientos por los militares que al final la califican espía. A pesar de esto, señores de las letras y de la política le dedican muy bellas páginas alabando sus cualidades físicas y morales.

Viaja a España y en El Ateneo de Madrid se presentará como conferenciante en el mismo sitio en el que se presentará Sarah Bernhardt. El escritor Agustín de Figueroa dice: “Siempre recordaré aquella entrada de Sarah en El Ateneo. La misma desgracia prestábale majestad. Conducida a hombros en un sillón, más que inválida parecía una reina en palanquín”.

La situación de Sarah Bernhardt se debe al accidente que sufrió al subir la pasarela del barco argentino que la traía de regreso desde Buenos Aires, donde había presentado en el Nacional La dama de las camelias, y se golpeó la pierna, lastimándose, sin prestar atención a la herida. Desgraciadamente, la bella Sarah era diabética y se gangrenó. Le amputaron la pierna. La ortopedia no había avanzado mucho y apoyó el muñón en un palo. Así vivió unos cuantos años, sin dejar de presentarse en público. Un estúpido le pregunta: “¿Por qué no dona la pierna a un museo?”. Y ella contesta: “¿Cuál?”.

Cecil Sorel se creía discípula de la Bernhardt y en el libro citado hace mención de las memorias publicadas por la gran estrella francesa. Hace notar que así como Sarah calla intimidades y hechos denigrantes (que en toda vida hay), también en sus memorias ocurrirá lo mismo. Sorel quiere ser Bernhardt en la Tercera República. Ahora es escritora y conferenciante y aparece maquillada y fajada, presentando una falsa personalidad. Hace comentarios sobre Molière y Beaumarchais. Hace periodismo, interrogando al zar de todas las Rusias, Nicolás II.

Cecil Soree dice haber oído a Oscar Wilde, a Loti, a D’Annunzio, a Eleonora Duse.

Enamorado de ella Clemenceau, devotamente, le dedica páginas que la enaltecen. Ella dice sentir piedad por ese hombre abarrotado de penas, emitiendo una de sus frases: “el tigre quiso ser temido porque no pudo ser amado”.

Algunos actos desopilantes de la Sorel la ponen en un tapete. Por ejemplo cuando le pega una piña a un caricaturista que ha aumentado mucho su nariz. O cuando baja la escalera con elegancia de princesa luego de una festichola en el Casino de París.

Según nuestra opinión, si bien en algunos papeles acierta, ella es en la vida sólo una putilla elegante.

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