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Viernes, 5 de agosto de 2011

PERFILES > OLGA ARéDEZ

La dulce dignidad

 Por Luciana Peker

“Lo que hemos hecho en este pueblo es resistir con el derecho humano que tenemos de saber qué ha pasado con nuestros desaparecidos. Yo quiero hacerles una pregunta a los poderosos de esta zona, a los dueños del Ingenio Ledesma que nos contamina el aire que respiramos, los ríos, la tierra. Estamos enfermos. Nuestros pulmones están tapados de carbonilla. Por eso me comprometo a seguir luchando y denunciándolos, porque estos que están matando a la gente tienen que tener un castigo”, dijo Olga Márquez de Arédez en un audio que atesora Liliana Daunes.

Y que no sólo es un recuerdo de una de las Madres de Plaza de Mayo más luchadoras, con los pies en Jujuy, allí donde la injusticia nunca cedió. La voz de Olga es también una voz presente en la realidad que ella supo describir y denunciar y que, el jueves 28 de julio, volvió a verse cuando murieron cuatro personas en medio de un violento desalojo en un predio del Ingenio Ledesma, en Libertador General San Martín. Su voz suena hoy como ayer. Y suena en lo que dicen los que ella defendió y hoy volvieron a sufrir el nombre propio del azúcar, de un azúcar que es amarga como la exclusión. Por eso, en la marcha de repudio se criticó “a las autoridades del Ingenio Ledesma que instaron a la represión de mujeres y niños, como lo hicieron en 1976”.

“Vamos siguiendo las huellas que esa mujer nos dejó, cuando marchaba solita, solita con su valor, cuando marchaba solita, solita con su corazón”, canta Alejandra Rabinovich, una trovadora que es maestra y hermana de una desaparecida. “Olga Arédez, compañera, ay, qué brava militante del amor”, dice la canción que ya es voz y eco en Jujuy.

Olga denunció, primero, el asesinato de personas por el terrorismo de Estado y privado (del Ingenio Ledesma). Después, por la contaminación (del Ingenio Ledesma). Ya no está. Pero su voz se escucha y sus palabras se recuerdan ahora, ahora, más que nunca, que Ledesma vuelve a estar implicada en el asesinato de cuatro personas que buscaban tierra. Olga murió, el 17 de marzo de hace cinco años, por un tumor estimulado por la bagazosis, una enfermedad que ocasiona la quema del bagazo (el desecho de la caña de azúcar) que los Blaquier —dueños de Ledesma— realizan al aire libre.

Pero ahora su nombre se replica en sus cuatro hijos (Olga, Adriana, Ricardo y Luis) y en el del Centro de Acción Popular Olga Márquez de Arédez. Y en todo un pueblo. Que sabe que Olga entendió los derechos humanos como un reclamo de memoria y futuro. “El Ingenio Ledesma avanza en su proyecto de desmontar la selva de yungas para inundarla de cañaverales, a costa de sacrificar el territorio que concentra la biodiversidad más importante de la Argentina”, advirtió. Kike Mosquera, delegado de la Corriente Clasista y Combativa de Jujuy, le dijo a Radio Nacional, el sábado pasado: “Nosotros no tenemos tierra ni para enterrar a nuestros muertos”. Y recordó a Olga: “Ella luchó contra la contaminación que está matando a nuestros chicos y denunció a Ledesma, que hoy sigue matando”.

Ella luchó contra la dictadura de los setenta, la que desapareció a su marido Luis: médico, asesor del Sindicato de Obreros y Empleados del Ingenio Ledesma y ex intendente peronista que, en 1973, obligó a pagar a los Blaquier los impuestos por ganancias. No se lo iban a perdonar. Luis desapareció en la Noche del Apagón junto a 400 trabajadores del Ingenio, el 29 de julio de 1976. Después apareció y volvió a desaparecer —definitivamente— en 1977. Ella nunca calló. Aún cuando su lucha no tenía más ronda que sus propios pies. Que después resonaron como sus pasos.

“Me siento menos sola. Que estos miles de gentes estén aquí, desafiando la omnipresencia del Ingenio, a cara descubierta, es un signo de que algunas cosas están cambiando”, le dijo a Eduardo Aliverti, cuando se proyectó, en su pueblo, la película Sol de noche, que relataba su historia, la de la lucha contra el Ingenio Ledesma. “Y la de su caminata, sola, por la plaza del pequeño pueblo de Libertador, en Jujuy, con su pañuelo blanco, sin nadie que la acompañe, le arrime un vaso o una pregunta —la relató Daunes—. Sola donde el azúcar fue negocio y muerte, donde el azúcar dejó de endulzar los bolsillos y se volvió hambre y desnutrición, donde el azúcar nunca fue dulce para los que tenían que cortar la caña, que es dura, dura, dura... cuando la zafra se hace hilera de gente y machete.”

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