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Viernes, 16 de septiembre de 2011

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El silencio no es salud

El documental Lesa humanidad, realizado por el Programa Violencias de Género en Contextos Represivos, de la Secretaría de Derechos Humanos de Córdoba, saca a la luz los relatos de mujeres secuestradas y violadas durante la dictadura.

 Por Luciana Peker

“Mientras me estaban haciendo la mojarrita, cabeza abajo, me estaban violando”, cuenta Nilda Jelénic, secuestrada durante la dictadura junto a su padre por no aceptar que los militares tengan derecho a sacar a presidentes constitucionales. Tiene el pelo alisado y un cuerpo erguido, erguido como ella. El relato es desgarrador. Pero ella está y se muestra erguida. No necesita esconder la violación para olvidarla. Pero tampoco la violación la hizo perder su dignidad. “Nunca me sentí víctima porque me propuse que a mí no me iban a victimizar”, se planta en su relato en el documental Lesa humanidad, del realizador Luis Ponce, realizado por el Programa Violencias de Género en Contextos Represivos, coordinado por Dinora Gebennini, de la Secretaría de Derechos Humanos de Córdoba dependiente de Raúl Sánchez.

La entereza de ella, como la de tantas mujeres, no pudo ser arrebatada por el terrorismo de Estado que, además de las desapariciones y las torturas, cometió violaciones sexuales sistemáticas que, recién hace algunos años, empezaron a salir a la luz y a enjuiciarse. Tal vez porque fue la violación más tabú, la más difícil, o la más secreta para muchas mujeres a las que les costo romper el silencio que rompió –pero no quebró– sus cuerpos. Ahora, algunas de ellas, sienten la palabra como una redención para seguir, como Nilda, erguidas. Gloria Di Renzo era militante del PRT y fue secuestrada el 13 de septiembre de 1975 (antes del golpe de Estado). Ella cuenta que en una de las sesiones de tortura su cuerpo se arqueó por efecto de la electricidad (de la picana) y que así se le cayó la venda. En ese momento pudo ver a sus torturadores. “Nunca me voy a olvidar de esas caras”, no sólo dice, también alerta sobre la memoria que no tiene olvido. La memoria vital da la posibilidad de no perdonar, pero sí de buscar formas de sobrevivir y recuperar las heridas sin tapar las llagas, ni dejar que el cuerpo quede entregado a los campos de concentración. Por eso la palabra –la palabra que no olvida– y la palabra que se atreve a hablar no sólo de justicia, sino de la justicia para los cuerpos de las mujeres violadas se vuelve una herramienta de liberación. “El hecho de ir sincerándose nos hace bien a todos”, valoriza con un pelo negro hasta la cintura, que la cubre y la destaca. Con un pelo que hace de su cuerpo un cuerpo con vuelo.

Delia Galará, de Montoneros, fue secuestrada 24 días después de casarse. No se trata de idealizar el casamiento, pero sí su decisión de amar, vivir y gozar –en un contexto de militancia firme y decidida– del amor y la sexualidad. La dictadura le arrebató su libertad, su decisión y su deseo. “Fui violada y manoseada”, explícita. Pero también resalta: “Nosotras no terminamos suicidándonos y no nos suicidamos por algo, por algo que hay que explicar”. Seguramente la fuerza, la vitalidad, la esperanza, la pujanza y la reinvención de estas mujeres que se juntan para cantar y mostrarse. Sin vergüenzas, sin prejuicios, sin victimizarse, pero sí para pelear contra la dictadura y contra todas las violencias hacia las mujeres.

Soledad García recuerda la violación pero también recuerda lo que recordaba en ese momento indescriptible para cualquier mujer que sienta en su cuerpo el escalofrío de la invasión. “Yo pensaba en que no me saliera ningún nombre y ninguna dirección. Eso era más importante que lo que me pasaba físicamente”, explica.

Tal vez parte de la explicación de la supervivencia de las sobrevivientes. Pero también de la necesidad de ponerle palabras ahora a ese desgarro físico que no tiene que desarmarlas pero sí desarmar la estrategia feroz de una dictadura sanguinaria, amoral y violadora de todos los derechos humanos y también del derecho humano de las mujeres a la integridad sexual.

En una declaración conjunta ellas expresaron: “Padecimos al igual que nuestros compañeros. Quedaron en el camino muchos miles de compañeras asesinadas, torturadas y desaparecidas. Padecimos, además, un castigo superior como mujeres por haber roto los cánones patriarcales que nos destinaban a la sumisión y a lo privado. Sufrimos en nuestro cuerpo vejaciones física, sexuales, psicológicas, emocionales y morales y el secuestro de nuestros hijos. Pero esta violencia de género quedó invisibilizada en el orden judicial bajo la figura de “tormentos agravados”. Esa invisibilidad llevó a que la sociedad en su conjunto ignorara el tema. Hasta entre nosotras poco sabíamos de los tormentos de nuestra compañera, hermana, amiga, que teníamos al lado. Recién hoy podemos reflexionar colectivamente y dar cuentas a la sociedad de las características especiales que tuvo la represión hacia las mujeres”.

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