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Viernes, 14 de octubre de 2011

PERFILES > GISELA MARZIOTTA

Las cosas claras

 Por Marta Dillon

Si algo le preocupa a Gisela Marziotta es que las cosas estén claras: que la ortografía sea correcta, que su apellido se escriba siempre con dos “t”, que las mujeres entren en el baño que está señalado para ellas, que los hombres hagan pis parados y que las vaginas sean el indicador exclusivo de todo lo que vendrá después. Las cosas claras, vagina es igual a mujer y pito –una palabra inocente, pero que le encanta a juzgar por lo mucho que la repitió en los últimos días–, igual a hombre. Punto, punto y punto. La biología es así, el género viene dado, que no me vengan a decir ahora que porque en el DNI dice mujer yo le tengo que decir mujer a un tipo con tetas y pito. Todo lo que está entre el anteúltimo y el último punto le pertenece, son sus frases célebres, las que la sacaron del ostracismo del noticiero de América TV por la mañana, donde se puede tomar unos siete minutos por reloj para contar cómo le robaron los anillitos por la rendija abierta de la ventanilla de su auto. O, por ejemplo, dar cuenta en 15 minutos y 32 segundos de un tweet que le dedicó una vedette después de que ella la despellejó a gusto en otro de sus programas del canal de Daniel Vila, porque la señorita de marras habría grabado escenas íntimas en su celular con el solo objetivo de que fueran vistas por el mundo entero. Algo que Gisela nunca haría, a juzgar por la velocidad para el juicio que tiene sobre las otras. Hablando de Juana Viale, por ejemplo, se le ocurrió preguntar a un avergonzado Vicentico en el programa de Roberto Pettinato, donde también se lució como panelista: “¿No te daría un poco de asquito tener sexo con una mujer embarazada de otro? Para mí que el hijo no es del chileno”. Tanta misoginia y transfobia, sin embargo, no le impidió escribir sobre cosas de mujeres, cosas importantes para la vida de las mujeres como el paso de los veintipico a los treintipico, tópico explorado en un libro olvidable sobre el que ella pide un esfuerzo de memoria que ni Google puede remontar cuando dice: “A mí me encantaría tener canas, lo escribí en mi libro Contrato de señoritas, estoy esperando que me salgan más, ¡pero no me salen!”. Pobre Gisela, la verdad que si no le salieron canas siquiera verdes después de tener un romance con Dario Lopérfido antes de que se reciclara en director del Festival Internacional de Buenos Aires y en el preciso momento en que era funcionario del gobierno de la Alianza, el mismo gobierno que se fue por los techos mientras en las calles quedaban al menos 38 muertos, bueno, es difícil que te salgan ahora. Pero es una cuestión de paciencia, tampoco la juventud es eterna, ni los mohínes de una boquita sospechosamente inflada con los que suelta las burradas más violentas como las que le dedicó a Flor de la V. A saber: “Si una nace vaca, se queda vaca, aunque le den un documento que diga otra cosa”, “si querés que te digan mujer vas a tener que cortarte el pito, ¡que se opere!”. “Si ahora resulta que los genitales no indican el sexo entonces que cambien todo, debatamos, dale, y veamos cómo nos identificamos”. Que alguien le explique si no, porque ella necesita las cosas claras: las vaginas con las polleras y los pitos abajo de los pantalones de fútbol. Y que la perdonen si es brutal en sus opiniones, “las cosas son así”, dirá para rubricar que si resultó brutal es porque ella es quien puede decir la verdad, poner los puntos sobre las íes y las dos t en su apellido. Y si no, habrá que vérselas con su patrón, don Vila, que la apaña con gusto bajo el ala de su multimedios y subraya las opiniones de su chica moderna –ah, sí, eso siempre, ella mezcla periodismo y glamour, lo dijo en otro programa de América– con tweets casi tan violentos como los de Gisela, augurando juicio político para el juez que dio el DNI a Florencia Trinidad. Y pensar que alguna vez la jugó de progre, sentada entre Adolfo Castelo y Mex Urtizberea, tratando de dar noticias importantes y con seriedad mientras el resto hacía monigotadas que nunca la dejaban llegar al final. Habrá sido eso, una venganza tardía por haberla ninguneado en su condición de periodista que hizo sus primeros pinitos como cronista de moda de la noche pinamarense en un programa de Rolando Hanglin, lo que la hace destilar la misoginia necesaria como para cargarse a Silvina Luna por el largo de sus polleras y sus faltas de ortografía en Twitter, pero defender a Carlos Monzón porque en su vida se mezclaron “la hombría y la fatalidad”. Eso sí, la violencia que es capaz de desplegar también puede recogerla como quien guarda la caña de pescar después de una tarde sin presa: “No, Flor, yo te readmiro, lo que digo es que tenemos que debatir, admiro tu valentía y que hayas logrado todo lo que lograste, pero bueno, si ahora la identidad va a ser otra cosa me parece positivo”. Bueno, tal vez no terminó de rebobinar el riel, tal vez el anzuelo haya quedado ahí flotando detrás de la carnada de un supuesto apoyo a una “ley de identidad sexual”, como se nombró en Desayuno Américano al proyecto de ley de Identidad de Género, algo que nadie en toda la numerosa mesa del programa matutino que Marziotta compartía podía explicar, pero bueno, tampoco se le puede pedir a la gente de la tele que hable de lo que no sabe, ¿no Gisela? Por algo ella escribe sobre su embarazo, editorializa sobre los robos que sufre en carne propia y da sus opiniones como verdades reveladas. Que si ella lo opina, así será.

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