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Viernes, 27 de junio de 2003

MUSICA

Hechizo de fado

Como una estrella fugaz, pero que dejó impresiones perdurables, Cristina Branco pasó por Buenos Aires y ofreció una sola función. La exquisita fadista representa, con Misia, Dulce Pontes y otras cantantes, la renovación del género que enalteciera Amalia Rodrigues.

 Por Moira Soto

Una nueva generación de fadistas está cambiando el destino del destino. Es decir del propio fado (del latín fatum: destino), género musical portugués por excelencia que injustamente, durante unos cuantos años, después de la Revolución de los Claveles (1974), fue considerado parte representativa de la dictadura. “El régimen de Salazar erigió el país en torno a ‘Las tres efes’: fado, fútbol, Fátima. Ha llevado algún tiempo sacudirnos esa filiación subconsciente del fado como algo viejo y reaccionario”, declaró el año pasado al diario español El País Mariza Brandäo, una de las abanderadas de la reciente revolución fadista, cuyo debut discográfico Fado em mim se convirtió en un gran éxito de ventas en Portugal.
Junto con Cristina Branco –que acaba de realizar una fugaz, pero impactante visita a Buenos Aires–, Misia, Kátia Guerreiro, Dulce Pontes, Mafalda Arnauth, Ana Sofía Varela, Camané (un varón en un género que se suele considerar eminentemente femenino), Mariza –nacida en Mozambique–, integra un grupo de notables cantantes que –cada una/o por su lado– han recuperado y dado nuevos brillos al fado, trascendiendo largamente las fronteras portuguesas. Cosa que ya había hecho la grandiosa Amalia Rodrigues (1920-1999), artista imprescindible si se habla de este género, náufraga perpetua abandonada tempranamente por su madre, que caminó su infancia sobre huellas moriscas en el barrio de la Alfana de Lisboa, cantando desde muy chica por puro instinto. Flechada adolescente por el fado en una taberna donde se lo entonaba, Amalia encontró en ese lamento ancestral, apasionado, fatalista, hondamente evocador, la sublimación de su propia e irreparable pena, la de aquella niña desamparada, huérfana por repudio. No por azar, alguna vez A.R. dijo: “Yo no canto el fado, el fado me canta a mí”. Un fado que ella, que apenas había ido al colegio, supo recrear en una carrera ascendente, con un talento que iba más allá de una voz maravillosa sutilmente afinada. Y si ahora se habla, con merecimiento, de la renovación aportada por la actual generación, no se puede dejar de señalar que Amalia Rodrigues, la genial intuitiva, supo deslizar innovaciones en su canto para disgusto de los conservadores de siempre. Se dejó atravesar por la queja del flamenco, incorporó a grandes poetas como Luis de Camöes y Guerra Junqueiro. Se unió artísticamente al compositor Alain Oulman. Y aun después de haber sido etiquetada como símbolo del régimen de Salazar, ella, que apoyó a grupos opositores, grabó las Cantigas de una lengua antigua.
Fue avalada por Caetano Veloso a mediados de los ‘80 y en los ‘90 afloraron reconocimientos. Como escribió Leopoldo Brizuela, “Chavela Vargas y Cesaria Evora, un poco culposas de ocupar el lugar de Amalia, la aceptaron públicamente como maestra secreta. La nueva música portuguesa recogió el guante de sus innovaciones: la solemnidad Misia y el lirismo épico de Madredeus son estrictas herencias de Amalia”.
“Almas vencidas,/ noches perdidas,/ sombras extrañas/ en la morería/ Todo esto existe,/ todo esto es triste,/ todo esto es fado”, cantaba Lucila de Carno los versos de F. Carvalho, que culminan así: “El fado es mi castigo,/ nació sólo para perderme./ El fado es todo lo que digo/sumado a lo que no sé decir”. El tema se llama, cómo no, “Todo esto es el fado”. Y, más cerca en el tiempo, Misia dramatiza: “Qué será de mi amado,/ esta pena no me deja./ Es más leve que la locura,/ y sólo por eso canto el fado” (“Libertades poéticas”, de Sérgio Godinho). Cada vez más lejos de la marginalidad portuaria, el fado de Lisboa, confluencia a través de varios siglos de ritmos de distintos orígenes y de poesía popular, estuvo largo tiempo ligado al desgarramiento de la separación, al llanto por un destino inexorablemente trágico, a la despedida seguida de amarga soledad. En un homenaje actualizado por los arreglos musicales, canta Cristina Branco en su CD Corpo iluminado: “Qué haces ahí, Lisboa,/ los ojos fijos en el río./ Los ojos no son amarras/ para sujetar un navío”.
De visita en el programa “Futuro antiguo”, que conduce Guri Grancelli –los viernes a las 21 por Radio Nacional, siempre en busca de vestigios del pasado en la música de nuestro tiempo–, Cristina Branco declaró que “el tema primero del fado es el barco que se lleva el mar para no volver, de ahí viene la saudade. Pero existen trescientas músicas diferentes (fado menor, mayor, tango, Isabel...), que dan mucha libertad de improvisación. Los fados Coimbra tienen letras hechas para hombres, sólo Amalia Rodrigues tenía el derecho de cantarlos. En las nuevas tendencias que hablan de una sociedad en evolución se refleja la vitalidad del fado, en nuestro caso manteniendo las raíces del género”.
Al igual que Amalia, Cristina se inspiró en Camöes para un tema, “Ninfas”, tomado del canto noveno de Os Lusíadas, que concluye así luego de aludir al encuentro erótico entre un marino y una ninfa: “Mejor vivir que imaginar,/ pero que lo imagine quien no puede vivirlo”. La canción figura en Sensus, su último CD, en el que también se encuentra, entre una serie de temas voluptuosos –de Shakespeare a Pedro Tamen, de Vinicius a Chico Buarque...–, el osado “Secreto” de la poeta contemporánea María Teresa Horta: “Déjame cerrar/ el anillo/ alrededor de tu cuello/ con mis largas piernas/ y la oscuridad de mi pozo”.

La bella embarazada canta al erotismo
De negro, como solía vestirse Amalia Rodrigues, pero con un vestido largo de finos breteles, los tacos bien altos, Cristina Branco –presentada por la Embajada de Portugal para celebrar una fecha patria– lleva con garbo su embarazo de siete meses sobre el escenario del Alvear. Es la única función que ofrece esta joven y exquisita cantante que con amplitud de registro y sugerente voz echa luz sobre las sombras del fado del pasado y revela nuevas posibilidades del género, espléndidamente acompañada de su compositor de cabecera (y marido) Custódio Castelo en guitarra portuguesa, junto a Alexandre Silva (viola) y Fernando Maia (viola bajo). A día siguiente del exitoso recital, la intérprete de Post Scriptum, Murmurio y Cristina Branco canta a Sauerhoff, conversa con Las/12.
–¿Fue realmente María Severa, hace casi dos siglos, la primera cantante de fados en Lisboa?
–Así se la reconoce. Era una mujer de la vida, que trabajaba en un bar y cantaba. Tiempo después llegó la guitarra portuguesa, de doce cuerdas, para acompañar. Hay muchas teorías acerca del origen del fado: unos dicen que empezó con una danza del Congo, de acoplamiento, el dum-dum. De allí habría llegado con los marinos a los puertos portugueses. Por eso la historia de Severa, que estaba muy cerca de Lisboa y empezó a cantar esta música que primero se bailaba. Luego pasó a la corte real al interesarse algunos monarcas en el gusto popular y aprender a tocar el ritmo en el clavecín. Posteriormente, los heraldos empezaron a cantar las noticias con una forma tímbrica y rítmica muy cercana al fado. Todo esto a través de dos siglos.
–¿Encontrás algún parentesco entre el sufrimiento amoroso del fado clásico y el bolero latinoamericano?
–Están muy cerca. Creo que todas estas músicas, incluido el tango argentino, han tenido alguna vez un punto de encuentro, y luego se fueron separando por motivos geográficos, por desplazamientos de la gente... La intensidad del bolero es muy fado.
–¿Establecés alguna relación entre el periodismo, que parecía tu primera vocación, y la carrera de cantante?
–Estudié primero dos años de Psicología, después Comunicación Social. Cuando estaba terminando los estudios de periodismo, me pidieron que cante en una noche de fado. Tenía 22 años y jamás lo había hecho en público. Justo cinco años después de que mi abuelo me regalase un disco de Amalia Rodrigues que me fascinó. Ahí desperté al canto de verdad. Yo traté de resistirme a ese pedido de actuar sobre un escenario, pero ante la insistencia pensé que, de todos modos, era otra forma de comunicación. Y así fue. Cuando terminé la carrera de periodismo ya estaba cantando profesionalmente, me presentaba en público con un repertorio trabajado con Custódio.
–¿Esa primera convocatoria se debió a que algunas personas te habían escuchado cantar en privado?
–Sí, yo estaba siempre cantando, desde niña. Más aún, me gustaba estudiar cantando, me inventaba músicas que se adaptaban a los textos que tenía que aprender. En casa de mis padres había muchos discos de jazz, de música brasileña, también canciones revolucionarias de antes de 1974. Fue con esas músicas que aprendí: Ella Fitzgerald, Elis Regina, María Bethania...
–Felizmente, el prejuicio respecto del fado como emblema de la dictadura se fue borrando y ahora hay una serie de fadistas muy personales, de calidad, que parecen ir por caminos diferentes.
–Sí, pero ocurre que los que más trabajamos fuera de Portugal somos cuatro mujeres y un varón, porque en mi país no funciona mucho la cultura del recital sino que todavía se prefiere a cuatro o cinco cantantes en una misma noche. Mientras que en Europa sí les gusta el recital. Estos intérpretes están entre los 28 y 42 años: a Mafalda Arnauth y Camané les gusta mantener la tradición, son más clásicos. Misia trabaja mucho la puesta en escena, es muy teatral: me gusta, es otra vertiente. Mariza tiene un timbre vocal muy parecido al de Amalia, muy popular, muy folklore. Y yo, que voy por sitios más intelectuales, aprecio muchísimo la poesía. Como ves, circulamos por rutas diferentes. Eso es muy rico.
–¿Se puede decir que el fado, vista la mayoría femenina que lo canta, expresa una sensibilidad femenina?
–Sí, creo que es una música de fertilidad. Aunque en un primer momento fue una canción de sufrimiento por los hombres que partían al mar. Y aunque hayan cambiado los temas, continúa la tradición de que sobre todo lo canten las mujeres. Por supuesto, se pueden volver a cantar aquellos viejos temas como homenaje, pero se trata de un dolor que ya no existe. Para empezar, las mujeres son diferentes. En el canto es impresionante la cantidad de buenas artistas que hay en todos los países del mundo...
–¿Cómo es la experiencia de cantar tan embarazada durante hora y pico, sobre los tacos altos y ni un banquito donde apoyarte?
–Es algo extraordinario, muy grande. Una sensación de increíble plenitud. Esto me sucede en un momento en que mi canto se ha afianzado, me siento más segura. Y disfruto de esta sensación de traer vida dentro de mí. Es muy hermoso. Como si todo fuese percibido con mayor intensidad.

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