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Viernes, 4 de julio de 2003

PERSONAJES

humor matemático

Eugenia Guerty es una de las nuevas humoristas que desde el teatro off aterrizan en la televisión, pero no por eso abandonan las lides de sus amores. En esta nota habla de los personajes que compone y a los que intenta alejar de los estereotipos femeninos y también de los feministas.

Por Sonia Santoro

Cuando tenía 12 años, Eugenia Guerty presenció por primera vez un parto y decidió que quería ser obstetra. Le pareció algo tan hermoso que desde entonces no se pudo sacar de la cabeza la idea de ayudar a dar a luz. Cuando empezó la carrera de Medicina, sin embargo, se dio cuenta de que lo suyo era la actuación. Hace unos años, en un viaje por el norte argentino, estuvo a punto de comprar una escuela abandonada en Amaicha, un pueblito de Tucumán. Cuando vino a Buenos Aires, el entusiasmo se esfumó, pero poco tiempo después creó y empezó a interpretar a una docente simpática y siniestra en el unipersonal de humor Llorando me dormí. En mayo y junio lo presentó en el Paseo La Plaza y sigue en cartel en La traición de Rita Hayworth, un café concert de la ciudad de Rosario. Entre esas idas y vueltas, que quién pudiera decir dónde derivarán, Guerty charló con Las/12.
La docente pensada y escrita por Guerty escucha canciones de Palito Ortega (“que la dejen ir al baile sola, solita y sola, solita y sola”), lleva un peluca y ropa pasada de moda. Es el prototipo de la maestra, pero ni siquiera tiene esa categoría dentro del escalafón escolar: es preceptora. Su léxico está compuesto por las frases más repetidas en el ambiente y agotadoras para los alumnos: “Decilo así nos reímos todos”, “voy a hacer de cuenta que no pasó nada”, “por culpa de uno van a pagar todos”, “¿qué desayunaste hoy, nena, un payaso?”. Pero, además, representa la moral y las buenas costumbres –que quien pasó alguna vez por una escuela religiosa conoce como a la madre–, mientras tiene un costado macabro que se revela al final de la obra y le da espesura.
–La obra se ubica en la década del ‘70 y se podría hacer un paralelismo con la dictadura: por fuera la fiesta y por dentro un costado oculto y negro.
–Sí, a mí me interesaba jugar con esto de alguien piola y simpático que habla de una serie de máximas morales que no lo son tanto.
–No se queda en el humor a partir del estereotipo, hay una vuelta...
–Sí, a mí lo que me pega es el tema moral de alguna gente religiosa.
–¿Fue a una escuela de monjas?
–No, pero tomé la comunión. No me confirmé –dice, como un triunfo–. A mí los ángeles y los santos y los iconos me copan. Me gusta como nexo con determinados patronos de las cosas, me parece hasta medio teatral, como la mitología griega. Este es el patrono de tal cosa y uno le pide y te va a ayudar... me parece hasta inocente. También me gusta esta mezcla de santos populares: el Gauchito Gil, la Difunta Correa, Gilda...
–¿Es fanática de Gilda?
–No, pero le tengo respeto por cosas que me contaron (risas). Me digo, ¿por qué no? No tiene distanciamiento histórico, pero capaz que dentro de 100 años es la Difunta Correa. En algún momento deben haber dicho: la difunta Correa, ¿a quién se le ocurre? ¡Por favor, si no tuvo nada que ver con Jesús! Todo eso me atrae, lo que no me gusta es la Iglesia y sus manejos. Y los lados oscuros de la Iglesia. También, más allá de la institución, hay gente que es patéticamente religiosa. En un edificio en que yo vivía, una señora se vino a presentar y me dijo: “Yo soy Judith, pero no soy judía”. Y a mí me parece una síntesis. En ese momento, yo estaba armando esto y me quedé congelada, no supe qué decirle, y casi le digo: “Yo sí”, a ver si le daba un poco de pudor haber dicho eso. Después aclaró: “No lo digo por nada...”, lo cual es peor. De chica he visto mucha gente muy de predicar amor al prójimo y de pronto te decían: “Ese negro de mierda”.
Muchos escucharon el nombre Eugenia Guerty por primera vez cuando su pareja, el actor Carlos Belloso, le dedicó el Martín Fierro. Pero hace 10 años que Guerty viene construyendo este camino zigzagueante. Hizo varios espectáculos de match de improvisación en teatro. Pasó por otro tanto de programas de la familia Pol-ka, entre los que se destacó su personaje La Chicho, en “Campeones”. Hoy es la moza Vanina, del bar de la telenovela “Soy gitano”, y es amiga de Leticia Bredice en El día que me amen.
–Sus personajes casi siempre lindan con el humor...
–Sí, tengo una tendencia. Pero quiero ver una cosa paralela al humor, un poquito más corrosiva o más densa. Me gusta ese borde.
–¿Es complicado hacer humor siendo mujer?
–Creo que sí. Con una amiga siempre decíamos que generarle risa alguien es, de alguna manera, un poder que vos tenés y, socialmente, hay una resistencia a darle ese poder a una mujer. Y también creo que hay una resistencia a ver a la mujer fuera del lugar que tiene adjudicado en primer término, que es la belleza. Ver a la mujer en ridículo todavía genera rechazo. Hay gente que directamente no va a ver mujeres que hacen humor o gente que desde el momento que se sienta tiene una resistencia a su pesar. Hay una anécdota de una asistente que estaba volanteando y un tipo le dice: “Ah, una mujer... humor, no, no”. Y no había ido a ver a nadie. Tenía un prejuicio y una resistencia inconscientes.
–Es como que Niní Marshall es la única...
–Yo a Niní Marshall la amo, la adoro, hablando de las imágenes y los santos, Santa Niní. Pero veo que mientras dentro de la sociedad hay espacio para varios genios hombres, para genias no: te damos una y es indiscutible.
–¿Quien le gusta más?
–Olinda Bozán... de otra época. También creo que, por ejemplo, a Juana Molina no se le dio un reconocimiento. Está bien, no siguió, se quiso dedicar a otra cosa. Pero yo me acuerdo de que en la escuela todo el mundo imitaba a la modelo que hacía, que era como Patricia Saran. Ella tomó prototipos de la sociedad y los popularizó, incluso el inmigrante de esa época, la coreana; como Niní hizo en su momento con la gallega o la tana. Obviamente, Niní lo hizo durante muchos más años, lo hizo en cine, en radio... muchas más cosas, pero todo lo que se destaca de Niní también lo hizo en escala menor Juana. En cuanto a las mujeres, otra cosa que pasa y que no me gusta es que la otra opción que termina quedando es hacer cosas sólo de mujeres. Y yo digo: ¿me voy a autoacuartelar? ¿Voy a hacer lo mismo que critico? ¿Por qué sólo de mujeres? Para mí es genial cuando las energías masculinas y femeninas están combinadas y equilibradas. O también se termina hablando de la temática de la mujer: del cliché femenino, la gordura y la flaqueza, la cirugía sí o no, la otra, la cosmética...
–Los estereotipos tangueros.
–Claro, está la puta y la madre. Por ejemplo, en un sketch, hay un tipo y aparece la madre, porque no hay una odontóloga y aparece la madre o el marido; después aparece la mujer y la amante, todo gira en torno a él. Por ahí el sketch es genial, pero me pongo a analizar y veo que el mundo es una subjetividad masculina.
–¿Cómo define su humor?
–Me gusta un humor mini-elaborado, me gusta hacer juego de palabras o que el personaje y la situación causen gracia. Tengo como un collage de humor, a veces negro, a veces inocente, a veces es una situación de la que deriva algo gracioso. Me gustan los monstruitos. Creo que el humor es, desde un personaje, lo gestual. Y las cosas son graciosas según como lo decís, por ejemplo, empiezo una frase con una intención y la termino con otra. Si yo no hago un giro al decirlo, no causa gracia. El humor tiene eso, que es medio matemático; por la precisión.
–¿Alguna vez volvió a sentir una emoción similar a la de aquel primer parto?
–Con algunos aplausos, con algunos finales de función. Me pasó en Rosario una vez. Es un aprendizaje también recibir el aplauso, a mí me empieza a dar como timidez y me quiero ir. Esa vez los empecé a cortar y no los podía cortar. No me dejaron. Recibí todo eso y quedé también con los ojos muy abiertos y humedecidos.

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Fotos: Malala Fontan
 
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