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Viernes, 20 de enero de 2012

MUSICA

La conversación

Con novísimo disco todoterreno, Privilegio, Rosario Bléfari retoma su faceta rock y dialoga, entre canciones, con sentidos que se abren, se bifurcan, se habilitan a quien esté disponible.

 Por Guadalupe Treibel

No es que Rosario Bléfari sea incatalogable; es sólo que se presta a tantos estantes que, de intentar aplicarle cajoncito, se roba todas las etiquetas: la de escritora (Poemas en prosa, La música equivocada), la de coautora y coguionista teatrera (Somos nuestros genes, Somos nuestro cerebro), de actriz hito (Silvia Prieto, de Martín Rejtman, entre otros films), la de referente indie de los ’90 (siendo líder, como era, de la banda Suárez), la de autogestionada, autodidacta (solía decir que su formación era “enciclopédica”, que todo lo había aprendido de los tomos Salvat de su papá), docente (tiene un taller de escritura de canciones que pasea por Capital y las provincias, donde se convocan iniciados y talentos del tipo Violeta Castillo, Aldo Benítez), la de madre de Nina, niña excepcional, niña talento, entre otras ceremonias.

Rosario es más que una artista multidisciplinaria, más que una ráfaga de aire fresco: es un tormentón que arrecia, sacude, electrifica, un torbellino que moja hasta la médula, que no se ata a formatos ni fórmulas. Todo lo emprende abrazada a un sentido de verdad, de búsqueda sincera y delicadeza cruda, inherente, de belleza atípica. En especial, sus canciones. Como solista, ha sabido abrir el abanico de las posibilidades letrísticas y musiqueras desde su debut de 2002, Cara. Con una forma de relato aparentemente simple (sutilmente encriptado), su cancionero jamás ha dejado de respirar y transmutarse, ya sea a través del pop de Estaciones (2004), del registro rock para banda de Misterio Relámpago (2006), de la atípica composición etérea, experimental, menos ceñida de Calendario (2008).

Ahora, nuevo material, quinto disco de estudio, la deposita sobre el escenario y acompañada por el histórico Pablo Córdoba (batería), Javier Marta (guitarra) y Jésica Ojeda (bajo y nueva incorporación del grupo), un manojo de composiciones (algunas de J.M.) la devuelven a los temas rápidos, cortos, el guitarreo veloz, al grito inesperado, la voz imposible. Por esas rutas se pasea Privilegio, novísimo trabajo de una Bléfari que, sobre el escenario, es santa de devoción: baila, se contorsiona, sonríe, mientras su público –chocho– intenta seguirle el paso al son de tracks como “Abrazo”, “Navidad”, “Esclavos” o “Madre Inferior”.

Privilegio, tu nuevo LP, retoma la línea de Misterio Relámpago (2006). Es un disco con anclaje en batería y guitarras poderosas, muy distinto a tu trabajo anterior, Calendario (2008) ¿Cómo es que decidís volver a tu faceta rockera?

–En realidad, después de “Misterio...” venía este disco; ya tenía casi todos los temas pero por un montón de cuestiones secundarias, fuera de la música, tuve que demorarlo. Como siempre tengo una larga cola de canciones esperando salir, hice una selección, postergué Privilegio y grabé Calendario con un tratamiento diferente al de banda de rock: lo grabé todo sola, fui técnica de producción. Al no estar la batería –que es la que encajona y estructura a la canción– es un disco un poco más raro; se sale de cualquier clasificación. Es un disco que me encanta.

Tiempo atrás mencionabas que cada disco responde a un imaginario particular ¿Cuál dirías que es el de Privilegio?

–Lo de los imaginarios me interesa especialmente a la hora de “colgar la muestra”, al momento de elegir los temas para el disco. No tiene que ver tanto con un tópico en particular; a veces, sólo una sabe qué tema está desplegando. Tiene que ver con un sistema de imágenes y referencias, una especie de intercalado de ecos, para que el disco tenga una gradación de tonos de sentimiento, como me gusta llamarlos. En Privilegio, es el diálogo entre canciones el que funciona como estructura: las réplicas, el pie, la discusión, el silencio, el intercambio, la negación, la propuesta, son como estaciones de un vía crucis particular, de una línea férrea privada. Por eso, en el imaginario del diálogo necesitaba incluir otra voz; de ahí la colaboración de Javier Marta que resultó un interlocutor natural. El era alumno del taller de canciones que arranqué en el Rojas y se incorporó a mi banda como guitarrista; al mostrarme algunas de sus canciones y empezar a mostrarle yo nuevos temas míos, poníamos en la mesa del diálogo las canciones como cartas que se enfrentan, equivalen, conversan.

¿En qué sentido dialogan?

–Las canciones dialogan más allá de la letra, del estilo. Hay algo secreto de la canción, algo muy interno, una especie de semilla. Son esas esencias internas las que dialogan: la de “Desvelado” con “Esclavo”; la de Privilegio con “Nuestro Plan”. Me gusta pensar que los temas pertenecen a un gran árbol de enormes ramas, donde cualquier canción de cualquier persona pertenece a alguna de las ramas. Venís y vas hacia ese árbol, nada se da por generación espontánea, pero siempre hay una hoja o un brotecito más para agregar. Hay que abrir y plantar. Ojo, sería limitado y mentiroso decir que la narrativa del disco es estrictamente el diálogo entre las canciones de Javier y las mías; también tiene que ver con un imaginario de intercambio que se activa: el ser autodidacta, aprender de tus amigos. El privilegio es ser formado por otros y formar a los demás.

Una vez dijiste que la canción era el género literario por excelencia por su posibilidad de abarcar a todo lo demás, ¿creés que se le ha dado el lugar que amerita en la literatura?

–A mí me gusta pensarla así, como el género literario por excelencia. Por eso, a la hora de sentarse a componer un tema, siempre recomiendo ser muy ambicioso y, para ser muy ambicioso, hay que poner a la canción en un altar, creer que sin ella no existiría el mundo. Barthes solía decir que el canto era como esa piedrita que un nene de tres años le da a su madre; para él, es todo, es su tesoro. La canción está cerca de eso pero me gusta creer que uno va a trabajar en las huestes de algo muy delicado, importante, superior.

En cierto sentido, puede entenderse como una instancia superadora de la poesía porque, a través de la música, incorpora otros niveles de significado que pueden hasta negar lo que se está diciendo...

–Exactamente. La palabra vuela y hay que considerarla con una ambigüedad que ya no es la de la palabra escrita. Va montada sobre la música, es entonada y, al ser entonada, se libera. Es la actuación del sentido.

¿Te gusta jugar con esas capas de sentido que ofrece la canción?

–Me encanta. Yo, por ejemplo, no manejo mucho algo que adoro escuchar: la ironía. Pero trato de decir de maneras más secretas todavía, para que solamente se develen a quienes estén disponibles a ese sentimiento. Por ejemplo, Privilegio es un disco de canciones rápidas, potentes, pero está dispuesto de manera tal que a quien no tenga ganas de salir a saltar o correr por un prado, no se le abra así. No necesariamente vas a ser intimado. A veces, la música puede ser invasiva por la intención alegre o amorosa de una canción; nada más insoportable.

¿Es cierto que, a veces, componés usando papelitos con anotaciones varias, dándoles a las letras su buena dosis de azar?

–Sí, me gusta ver que cierta cosa azarosa pueda llegar a crear un sentido. Lo que nunca me ha interesado es el sinsentido por sí mismo. Usar elementos azarosos agita un poco, remueve, pero lo que me importa es la construcción, que parezca espontáneo o casual pero no lo sea. O viceversa. Que deje lugar a la duda y a lo que uno le quiera asignar.

Sin hacer referencia a Privilegio, muchas de tus composiciones a lo largo de los años hay incluido la presencia de analogías, metáforas o guiños a elementos de la Naturaleza, ¿tiene algo que ver con haber crecido en un entorno como el de Bariloche?

–Aunque me canse porque está muy bastardeada simbólicamente, la naturaleza está muy presente, no lo puedo negar. Y todos esos elementos quedaron para siempre como un refugio. Creo que, como ahora es ausencia, siempre estoy recreando ese lugar o la sensación que tenía en ese lugar, a través de las canciones. El bosque está plagado de presencia, de vida, de complot; es como una cofradía a la que entrás o no entrás; te acepta o no te acepta.

Vos entraste...

–Esa era mi sensación, siendo chica. Después la remodelé en un sentido mágico; no de cuento sino de la vida. Y lo que queda es la ilusión de haber entrado. Ojalá una gota de mis canciones se asemejase a una gota de esa sensación del bosque... Es algo bucólico. Ni siquiera es divino. Podés estar en el lugar más salvaje y hermoso y no sentir nada y podes estar en una plaza horrible de un suburbio donde hay un árbol apestado y ralo y, sí, sentir algo. Pasa lo mismo con las ciudades. El otro día hablaba con Nina, mi hija, y ella me decía que le encantaba Retiro por su gente, su movimiento, los puestos que venden cualquier cosa. Y me puse recontenta porque es importante para mí que aprenda a gozar esa belleza que no está en el plato de lo suculento.

Antes decías que tenés cantidad de temas haciendo cola, esperando para que los toques y grabes, ¿son canciones rápidas, rockeras como las de Misterio Relámpago o Privilegio, con una tendencia más pop como Estaciones o etéreas como las de Calendario?

–Detecto tres tendencias en el material –aún– sin editar, que podría convertirse en tres discos: Uno es rockero y cancionístico, letras directas, simpleza rítmica y armónica con mucho ataque. Otra vertiente es muy experimental, irregular, poco reconocible, nueva y de vanguardia, sin dudas. Una tercera pertenece al mundo del baile; tiene groove, elementos negros, pero es un desafío porque es hablar en otro idioma. Supongo que el más fácil de sacar y ponerlo a sonar es el primero; el segundo implica mucho trabajo pero es divertido para armar y ensayar; el tercero es un enigma, una experiencia, porque son temas que no deben perder su esencia bailable, su gracia, pero tampoco pueden ser una réplica mala y pobre de algo que ya existe.

Los vivos de Privilegio son excepcionalmente enérgicos y se te ve alegre, con una sonrisa franca durante todo el repertorio. Sin embargo, en los noventas, en los shows de Suárez, solías ser menos expresiva. Con el tiempo, ¿se vence la timidez o se disfraza?

–Esa primera época, la de Suárez, también tenía que ver con una decisión estética: consideraba necesario ser medida, recatada, mínima, no dramatizar, contrastando con el modelo de cantante de rock que se desgañita y mueve la cabeza hasta desnucarse, que se “expresa”. No me iba (incluso despreciaba) esa valoración antropocéntrica de la expresión humana, ese mostrar lo que sentís, que sos humano, esa necesidad de exteriorizar frente al público para “enseñarles” cómo hay que sentirse. Podía valorarlo en artistas de otra época, de otras tierras, como una Bethânia, una Janis Joplin o esas cantantes de jazz que sudaban y se conmocionaban al cantar, pero no me gustaba para mí. Y llegó a ser realmente exasperante para el público, que me veía inmóvil y seria; a veces me gritaban. Era provocador. Encima, los chicos daban la espalda para poder escuchar mejor los equipos y todo era visto como una actitud introvertida o antipática. Igual, en muchos generaba empatía y, tarde o temprano, siempre terminaba haciendo algún bailecito freak.

¿Cuándo cambia esa decisión?

–A partir de un momento de solista, encontré muy bueno poder actuar más las letras. Los temas se prestaban y el movimiento en el escenario era algo que disfrutaba. Ahora siento que no hacerlo es desperdiciar el cuerpo, una especie de “picardía”. Y en el escenario, se suma un nivel de sentido más porque puedo bailar una cosa y decir otra; podía, como he hecho, cantar “me desanimo fácilmente” y bailar una especie de chamamé, girando e inclinándome en tres tiempos con pura algarabía y eso resignificaba la canción. De pronto, era una mentirosa.

En tus últimos shows en vivo, comenzaste a incluir temas de Suárez; antes no ocurría. ¿Te “amigaste” con ese repertorio?

–Después de la disolución de Suárez, todas aquellas canciones estaban muy cerca, muy asociadas a tocarlas con esas personas. Por otra parte, yo tenía los temas nuevos rondándome, pidiendo su lugar. Con el tiempo, la idea de ir integrando no me pareció tan mal y hasta me permitió ver cómo todas mis canciones eran parte de una misma familia y tenían el mismo sello. No intento reversionarlas ni tampoco recrearlas idénticas; creo que se trata de tocarlas como si de pronto fueran un tema nuevo que traje y donde la grabación original funciona como demo.

En el último tiempo, bandas hito de los noventas como Peligrosos Gorriones o Illya Kuryaki and the Valderramas volvieron a juntarse. ¿Hay alguna chance de que Suárez, referente indie de la década, vuelva a reunirse para recordar sus canciones?

–No hay ninguna posibilidad que yo sepa ni que me imagine.

El año pasado actuaste en varios films: Verano, del chileno José Luis Torres Leiva, y Un mundo misterioso, de Rodrigo Moreno, ¿qué tipo de roles te atraen a la hora de acercarte a la pantalla grande?

–Después de Silvia Prieto no hice mucho cine. Sin embargo, el 2011 amaneció con tres películas: estreno de Un mundo misterioso, rodaje y estreno de Verano y Los dueños, proyecto de unos directores tucumanos, que posiblemente se filme este año. También hice un corto con Cecilia Kang. Lo que coincide en todas las propuestas es algo cariñoso, una valoración; me llaman a mí porque quieren que haga un papel determinado y no tengo que probar más nada, sólo hacer bien mi trabajo. No soy una actriz de carrera que va a castings o rechace proyectos. A veces soy convocada para hacer ciertas cosas porque me conocen como música y saben que actúo o porque me vieron en Silvia Prieto y tengo una especie de peso simbólico por lo que puede representar mi presencia, mi registro de actuación. Me encantaría haber hecho más. De hecho, a los 20, me creía que estaba hecha para el cine. Me había cansado de ver los ciclos de la hebraica y la Lugones y ya me veía reemplazando a la Karina o a la Adjani, ésa era mi ilusión. Después me di cuenta de que no iba a suceder. Mientras, me embarcaba en la música y las canciones y eso me daba libertad. El rock me dio libertad. En él, puedo hacer lo que quiera.

Rosario Bléfari presenta Privilegio el jueves 26 de enero, a las 21, en Niceto Club, Niceto Vega 5510, Palermo. Entrada anticipada $30.

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