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Viernes, 11 de julio de 2003

ÓPERA

Las heroínas de Wagner

Se presenta en el Teatro Colón El Holandés errante, de Richard Wagner, una ópera en la que en la figura femenina aparece la constructora del destino del hombre. El régisseur Daniel Suárez Marzal analiza aquí las sutilezas y las irreverencias de Senta, esa heroína romántica.

Por Moira Soto

Ah, cuándo podrás alcanzarla, pálido navegante. Rogad al cielo que encuentre pronto a una mujer constante”, cantan las muchachas hilanderas en el segundo acto de El Holandés errante, unos momentos antes de que aparezca el legendario peregrino de los mares. “Seré yo quien te redima por mi fidelidad.... Por mí alcanzarás la salvación”, decide Senta, la zarpada heroína de este drama musical de Wagner, estrenado en Dresde el 2 de enero de 1843 por Wilhelmina Schröder-Devrient, cantante favorita de grandes compositores de la época. En la renovada y fascinante versión que se está representando en estos días en el Colón, el papel de Senta es interpretado alternadamente por las sopranos María Russo e Irene Burt, mientras que Fedor Mozhaev y Marcelo Lombardero hacen al Holandés, Paul Plishka y Mario Solomonoff a Daland, y Carlos Bengolea y Andrés Said, a Erik. La dirección musical es de Charles Dutoit, el vestuario de Mini Zuccheri, las luces de Nicolás Trovato, la escenografía de Guillermo Kuitca y la puesta en escena de Daniel Suárez Marzal.
El libreto de El Holandés errante, escrito por el propio Wagner, se inspira vagamente en una leyenda recogida por Heinrich Heine y supuestamente narrada a su nieto por una abuela que adorna con ondinas de pelo verde y peces que parecen escapados de algún Walt Disney de antaño (salmones elegantes, bacalaos vestidos de concejales, arenques con impertinentes...), la historia del navegante que recorre incesantemente los mares por haber desafiado al Diablo en un arranque de soberbia. Sólo puede romper el hechizo el amor de una mujer fiel que el Holandés intenta encontrar cíclicamente, cada siete años, cuando se le concede bajar a tierra. Este mito, esbozado por Heine, reunía elementos más que suficientes para incitar a Wagner, que hizo su propia reescritura de la historia para darle la forma de un drama musical con el que arranca la etapa más personal de su obra. De la Senta de El Holandés..., personaje fuerte que modifica el terrible destino del navegante maldito, Wagner pasaría a la Elisabeth de Tannhauser, a la Elsa de Lohengrin, a Isolda, Siglinda, las Valquirias, Brunilda...
Senta, como bien lo fundamenta en la entrevista que sigue el talentoso régisseur Daniel Suárez Marzal, es una chica de la más pura estirpe romántica, a la que no la detiene que el paseo por el amor incluya la muerte. El Romanticismo del XIX, con su exaltación de la subjetividad y su entrega a la imaginación, vuelve a las fuentes del amor cortés del Medioevo, los poemas de caballería, el interés por tradiciones y leyendas. El Holandés errante también remite al mito del encuentro fulgurante de dos personas destinadas a amarse, momento que la literatura ha capturado poéticamente en tantas oportunidades, y que lleva a nuestro lobo de mar a su pesar, a exclamar cuando ve y oye a Selma: “Sagrado bálsamo de mis heridas”.
Sobre el escenario del Colón, detrás de los pesados cortinados rojizos, Suárez Marzal da las últimas indicaciones al segundo elenco antes del estreno. La atmósfera de grises en distintos planos que aluden al viaje, al camino que se pierde en el infinito, es de una estilización atemporal pese a la cinta transportadora que atraviesa el espacio (“que es la de cualquier puerto, aeropuerto, estación de llegada y de partida”) por laque va descendiendo la sugestiva estampa de Marcelo Lombardero, de largo capote oscuro y un sombrero recto que no habría desdeñado Clint Eastwood en un western de Sergio Leone. Una imagen cautivante que se integra a la música, al contenido profundo del texto que no responde a una época determinada. El Holandés está a punto de encontrar a una mujer que será su patria, un puerto seguro.
Es el primer Wagner de este régisseur que empezó su carrera artística como cantante, pero que encontró la felicidad profesional cuando viró a la puesta en escena. Desde muy chico se apasionó por la música de Wagner, pero al estudiar alemán disminuyó ese fervor por causa de la filosofía wagneriana, “que no se despliega precisamente en El Holandés..., que me gusta mucho porque se concentra en un mito romántico”.
–¿Nada patriótico ni nacionalista?
–Exacto. Además es como el antimito del Don Juan y del Fausto, de los hombres que quieren vivir eternamente o al menos mantenerse siempre jóvenes. En cambio, el Holandés desea la muerte, y no puede alcanzarla. Me pareció un buen regalo de la vida poder hacer esta puesta. De esta vida que es la única que tenemos segura. Hace poco estuve dos meses en la India y me enteré de que aquí se ha entendido muy mal el tema de la reencarnación. Los únicos que creen que existe otra vida somos los judeocristianos y los musulmanes. Porque la mayoría de los orientales sabe que la vida es ésta, y la reencarnación en todo caso es una purificación del karma, en algo o en alguien que nunca sabremos. En cambio, nosotros pensamos que como hay otra vida podemos desperdiciar ésta, como si fuera provisoria.
–¿El personaje de Senta tiene tanto peso en la ópera como el del Holandés?
–Es muy fuerte y jugada. Una vez más me toca uno de esos personajes femeninos que me encanta analizar. En los últimos años tuve a las hermanas de Così fan tutte, a Butterfly, a la Violeta de La Traviata... Senta es fascinante, con una vida interior impresionante. La veo muy femenina dentro de su audacia, como tantos personajes de mujer del XVIII y el XIX, se permite inventar nuevas formas, es menos obediente a las leyes.
–¿Cultivando un espacio irracional, habitando otros mundos?
–Claro, se conecta con un mundo que el hombre –salvo excepciones– se pierde. En esta puesta, Senta se da el lujo de tener prácticamente el barco dentro de su casa, y por supuesto la imagen del hombre con el que ha de encontrarse. Puede parecer loca, pero es pura coherencia entre sus intuiciones y la realidad. Es una mujer del Romanticismo tironeada entre dos polos: ese espacio imaginario, casi místico, y otro más ramplón, pedestre, el cotidiano. Algo semejante sucede en Werther de Goethe: Charlotte está entre su marido y Werther, que es la poesía, como un ideal.
–Ella, tan dispuesta a inmolarse en pos de un amor absoluto, tiene su correlato en chicas reales del Romanticismo, como Karoline von Günderode que, rechazada por un profesor casado y nada arriesgado, se apuñala y se arroja al Rhin a los 26...
–Sí, hubo locas maravillosas... Senta parece no temerle a la muerte. Sabe perfectamente que al amar al Holandés para liberarlo, ella también ha de morir. Bueno, Wagner inventa una especie de happy end con el encuentro de ellos en el cielo. A mí me gusta que en esta versión la pareja se reúna en la tierra, como si hubieran pasado una prueba. Aprendieron algo. No se traiciona a Wagner porque él dice que se reencuentran. Es interesante observar cómo Senta arrastra a Erik, su pretendiente, hacia su propio sueño. Por otra parte, el Holandés tiene tan arraigada la idea de que su destino es seguir viviendo hasta el fin de los tiempos, que no puede aceptar sin sospechas la fidelidad de Senta. Un poco autoritario el hombre.
–Es claramente una ópera de caminos y escalas, género que no inventó el cine.
–Yo vengo pensando desde hace tiempo el concepto de road movie, con este personaje que se traslada de continuo, hace paradas en los puertos. Creo que a los argentinos nos pasa un poco esto, por ejemplo, de no sentirnos completos hasta que no vamos a Europa... El tema del viaje está cargado de implicaciones, tiene que ver con la maduración, la comprensión de la vida... Con Guillermo Kuitca tuvimos un encuentro fantástico: sin demasiadas palabras descubrimos que nos importaban los mismos temas, que teníamos una visión compartida. Ahora nos reímos porque no podemos distinguir qué fue lo que propuso cada uno, a tal punto se dio el intercambio.
–¿Senta, entonces, se te reveló como un personaje más complejo de lo que pensabas?
–Es verdad que la tenía en otro lugar, quizás influido por algunas versiones más previsibles, que la presentaban como una ingenua, cosa que está lejos de ser. Cuando ella dice “soy una niña”, está fingiendo para no levantar la perdiz. Ella tiene una actitud rebelde frente a las amigas, tiene agallas, toma partido por una visión personal del amor. La veo agnóstica. Se habla de redención, es cierto, pero en términos poco precisos. Se trata de quebrar la maldición para que se cumpla el ciclo de la vida. Es un Wagner muy humano éste. Y a mí me ha hecho muy feliz trabajar esta puesta. Me gusta aportar hasta último momento: recién, en el ensayo que presenciaste, advertí que era mejor que María, la gobernanta, estuviese en la muerte de Senta y la acompañase de lejos. Es María, desde luego, la que le ha contado la leyenda a Senta, la que le ha dado elementos para crearse ese mundo, aunque después trata de alejar el fantasma y se va a tejer. María, al revés de Senta, ahoga sus fantasías, prefiere quedarse en el mundo real.
–Y Senta, por su lado, asume el sacrificio sin lamentos ni autocompasión.
–Esto es lo inquietante. Por eso me dio mucho gusto darles esta chance, a ella y al Holandés, de encontrarse en esta vida. Se lo tienen bien merecido: él por lo que ha sufrido con su condena, ella por haberlo amado aun antes de conocerlo y estar dispuesta a la ofrenda mayor.

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