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Viernes, 3 de febrero de 2012

RESCATES

Ardiente seductora

Alma Maria Schindler

1879-1964

 Por Aurora Venturini

A fines del húmedo y cálido agosto vienés, nació en la ciudad de los valses de los Strauss, del matrimonio de Emil Jacob Schindler y Anna von Bergen, Alma Maria. El papá, pintor de moda y amigo de artistas bohemios, la iniciaría en tiempo de plásticos, músicos y escritores, situación que la deslumbró y fue una de ellos.

La adolescente criatura despertó temprano a las aventuras amorosas, asediada por Gustav Klimt, asiduo concurrente a las tenidas literarias de la casa. Con Gustav flirteó y prosiguió el sentimental ejercicio con el director teatral Max Burckhard y el músico Alexander von Zemlinsky.

Al aproximarse la primavera de 1902 conoció a Gustav Mahler, compositor ya famoso que le llevaba 20 años, y se casaron.

El dirigía la orquesta del Teatro Vienés, siendo requerido mundialmente por haber revolucionado los pentagramas operísticos y demás. Hubo un convenio entre ellos, que colocaba a la esposa en segundo lugar, debiéndose dedicar sólo a tareas domésticas. Alma Maria interpretaba en piano melodías propias, muy aceptadas por un público selecto. Fue una atractiva y graciosa compositora, pero el marido dijo: “Basta de trivialidades, las mujeres nacieron para parir”.

La artista dará a luz a Maria, en 1902, y a Anna, en 1904. La primera niña fallecería a la edad de 5 años, por escarlatina; la segunda, llegó a ser escultora.

La dulce mamá se dedicaba, además, a copista de las obras de Maher, sentada en la acogedora sombra del hogar.

El famoso consorte, por entonces, da a conocer canciones sobre la muerte de los niños, y da la siniestra casualidad de la muerte de la primogénita. Dolida, Alma Maria, dirá que Gustav “tentó al destino”, y comienza un evidente despegue; huida del oscuro rincón asignado y despierta al universo de las bellas artes.

Queriendo retenerla, el inspirado compositor le dedica el Adagietto de la Sinfonía Nº 5. Va descubriendo este señor la facie musical que hace de Alma Maria alguien, aunque femenino, diferente, y musita en pentagramas enamorados verdaderos retratos de ella, en el segundo tema de la Sexta Sinfonía y los profundiza en la Octava. Pero Alma está fatigada de abandonos, a causa de los viajes de Mahler y de las actitudes machistas que la han postergado.

Herida en su orgullo, Alma Maria viajará a Tobelbad, Austria; él, a Toblach. El matrimonio se ha debilitado.

La dama es enamoradiza y vertirá esa cualidad en la agradable personalidad de Walter Gropius, fundador de la Bauhaus y arquitecto. Aunque los medios eran escasos, Mahler supo todo, y con amargura escribió a su esposa pidiéndole que lo abandonara.

En soledad, leyó la obra de la musicóloga Alma María Mahler (ella había adoptado el apellido), llegando a la conclusión de que era valiosa. De pronto advirtió su mal neurótico y visitó a Sigmund Freud, y escribió la Sinfonía Nº 1, acosado de remordimiento por el maltrato a su mujer. Doblegado por el peso de su genialidad, falleció once meses después, al terminar de oír una versión completa de su obra, por la BBC de Londres.

Alma Maria se convirtió en una picaflor volandera de flor en flor y coqueteó con Oskar Kokoschka, pintor celoso y agresivo.

La pasión desenfrenada que desató en el espíritu de ese señor la llevó a fabricar una muñeca de tamaño natural con todos los aditamentos de una bella donna, con la cual maquinaba cualquier actividad y concurría a los restaurantes.

La vanidosa coquetona se asustó y decidió volver a Walter Gropius, con quien se casó, y parió a Manon, que murió a los 18 años, atacada de poliomielitis.

Luego tuvo un affaire con el poeta y novelista Franz Werfel, del que nació Martin Carl Johannes, sietemesino, que vivió sólo 10 meses. Enseguida, esta pareja contrajo matrimonio (ella se divorció de Gropius).

A tal altura de los acontecimientos, se aproximaba el nazismo (1938). Werfel, judío, tenía la sombría perspectiva de Auschwitz y viajaron a Francia. Se convirtieron en una pareja errante, porque París sería invadida; les ayudaron a huir a los Pirineos, llegaron hasta España y Portugal, afincándose posteriormente en Nueva York.

Franz, en Los Angeles, exitoso con su novela La canción de Bernadette, ganó plata y popularidad, más aún cuando a la obra en película la interpretó Jennifer Jones.

Varias películas aggiornan su talento y figura, especialmente la filmada en 2001, en la que la actriz Sarah Winter la personifica.

Reproduce el film el retrato del apasionado Kokoschka: “Una figulina tenue entre nubes y ramas sacudidas por el viento”.

La silueta delicada se dejó llevar, en apariencia, al infinito.

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