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Viernes, 10 de febrero de 2012

ENTREVISTA

Tocada por el teatro

La actriz y directora Elvira Onetto decidió arrancar la temporada teatral del 2012 con el estreno de una comedia: Touché, doc, de Susana Torres Molina, con un elenco integrado por Laura López Moyano, Mirta Bogdasarian y Ricardo Saieh: una madre, una hija y un psiquiatra que se modifican, enloquecen y sanan al unísono.

 Por Sonia Jaroslavsky

“Touché, doc”, dice Leticia (Laura López Moyano) al reconocer que su psiquiatra (a cargo del actor Ricardo Saieh) ha dado en el clavo. ¿Ese touché propicia un cambio? ¿En quién? En la obra de la reconocida dramaturga Susana Torres Molina (Esa extraña forma de pasión, Estática, Ella, Extraño juguete), no sólo en los pacientes se producen los movimientos, sino que el Doctor es incitado por Celia (la madre interpretada por Mirta Bogdasarian) y Leticia, una y otra vez, a dar un vuelco en su vida. El espectáculo introduce de forma inteligente reflexiones acerca de cuáles serían los parámetros de normalidad, la salud y la enfermedad y los vínculos madre e hija, médico y paciente. “En Touché, doc –cuenta Elvira “Pipi” Onetto, recordada por la dirección de Marta y Marta, Pequeño detalle o La señora Golde (Trilogía Las polacas) –se dan más bien misceláneas de un tratamiento psiquiátrico que, en principio, estaría dirigido hacia la hija, pero que en definitiva resulta efectivo también para la madre y para el mismo psiquiatra. Madre e hija tienen un vínculo muy especial: no pueden separarse, son muy dependientes y, si bien eso no es bueno, también existe entre ellas una relación de mucha incondicionalidad y amor.”

¿Cómo es entonces este trío en Touché, doc?

–Ricardo Saieh hace de un psiquiatra no convencional pero posible. Al moverse algo en la vida, en los sentimientos del psiquiatra, de alguna manera permite la cura de sus pacientes y, hacia el final de la obra, ellas y él están mejor. Porque el psiquiatra también es touché, es tocado. Ambos, paciente/terapeuta, se hacen bien. El Doctor dice, en algún momento de la obra, que a veces los pacientes son buenos analistas de sus terapeutas. Lo que sucede también es que el Doctor es un psiquiatra muy joven y, en este sentido, tomo las palabras de un libro de Federico Pavlovsky (el hijo de Tato Pavlovsky), que se llama Te tengo bajo mi piel. En este libro se habla de los primeros desempeños de los psiquiatras en las residencias y se dice que nadie advierte a un psiquiatra los riesgos de esa profesión. Si vas a trabajar con algo bacteriológico, te vas a poner una escafandra; si vas a ser equilibrista, te van a poner una red, y si sos domador de leones, te van a decir que te pongas a cierta distancia; pero parece que esas advertencias o cuidados no se dan en psiquiatría. Muchas veces los psiquiatras, sin confesarlo porque supuestamente son la autoridad en la salud, comienzan a sentirse muy afectados por ese entorno, por la cantidad de pacientes que ven o por la cantidad de horas que están en contacto con patologías muy graves. Hay casos de psiquiatras que quiebran.

¿Cómo abordaron el vínculo madre-hija?

–Creo que Mirta y Laura nunca habían trabajado juntas, pero enseguida se creó esa relación de manera muy fluida y es muy divertido lo que generan como actrices en escena. Los personajes de madre e hija son muy simétricos y lo que hay en el medio de las dos les pertenece por igual. Están solas, se necesitan mutuamente y tienen una relación muy simbiótica. No salen nunca, no visitan amigos ni familiares. El sentido de la vida de la madre tiene que ver con que la hija esté ahí y la hija tampoco podría vivir sin la madre. Es un vínculo de mucho amor, más allá de que sea totalmente pasional y se peleen muchísimo. Es interesante porque no hay ni tristeza ni melancolía en el vínculo; hay juego y creatividad, son cultas y súper agudas. Creo que en las dos se da ese delgado límite entre la cordura y la locura.

¿Es habitual que se introduzca la política, de alguna manera, en las obras de Susana Torres Molina?

–Sí, aquí aparece desde un lugar muy simpático. Leticia (la hija) es artista y dice que vota al Partido Obrero, que es atea, mientras Celia (la madre) dice que es radical de toda la vida. Hacen chistes como al decir de Leticia que con la democracia se come, se estudia y se cura. Exponen las suposiciones sobre el otro; quieren saber de su psiquiatra a nivel personal, profesional e ideológico: llegan a la conclusión de que es de derecha porque está muy bronceado y usa pantalón blanco. El humor se da de forma muy inteligente porque los personajes son inteligentes.

¿Cómo pensaste el pasaje del texto al escenario?

–Lo primero que pienso cuando dirijo una obra es en dónde van a estar las personas. Tuvimos la suerte de iniciar los ensayos en la sala donde estrenamos. Sabía que no quería un armado complejo de paneles y quería que el espacio se vuelva de alguna manera un poco abstracto. No tuve escenógrafa sino que simplemente fuimos poniendo cosas arriba del escenario con la marcación del texto que decía que era el living de una familia pudiente pero venida a menos. Buscamos muebles de estilo pero caídos y otras cosas que fueron apareciendo en el juego de los ensayos, como papeles, libros, varios teléfonos, porque hay una obsesión por estar comunicadas entre ellas. Como el personaje de la hija es artista plástica, y el marido de Mirta Bogdasarian es artista plástico, fuimos a ver los cuadros y realmente parecían pintados por el personaje de Leticia. A mí me suelen pasar esas cosas: me encuentro con elementos que muchas veces no fueron buscados y que sin embargo aparecen y van justo. Así que los cuadros son de Carlos Prior.

Trabajaste como actriz en espectáculos realmente emblemáticos para el teatro como en El Padre de Strindberg, dirigida por Alberto Ure en el TGSM, en Rojos globos rojos con Eduardo Pavlovsky en Babilonia y, más cerca en el tiempo, en Un hombre que se ahoga y otras puestas de Daniel Veronese. ¿Cómo influyó cada uno en tu trabajo?

–Sí, realmente tuve la suerte de trabajar con grandes directores, que son mis maestros. Me gustaría citar a Tato porque no solamente fue mi maestro del teatro sino de la vida y de la libertad en la creación. Con Tato, con Ure, con Bartís, con Susy Evans, con Laura Yusem o Veronese siempre trabajamos en procesos creativos largos y realmente fueron espacios de mucho aprendizaje y de absoluta dedicación. Creo que estos procesos me incentivaron a dirigir y siempre trato de transmitir en mis talleres, también, que no me interesa un teatro representativo, si pasa algo entre los actores y la escena se arma, el que mira va a lograr interés en lo que ve.

¿Por dónde empezaste y cómo seguiste?

–Nací en San Isidro y tenía un jardín en mi casa. A mí no me mandaron al jardín de infantes sino que fui directo a primaria, entonces me la pasaba jugando con mis hermanos en el fondo y estábamos fuera de la mirada de los grandes. Eso es algo que ahora no sucede, los chicos están siempre marcados por la mirada de los padres. En ese momento, no teníamos muchos juguetes y en ese espacio me imaginé todo. Mi viejo era pintor, así que, de alguna manera, había un ambiente artístico. Por otra parte, de chica, me gustaba mucho bailar. Recuerdo que mi hermana Nina hacía el baile de tutú, toda rosa, y yo había inventado el baile feo, así se llamaba en el que, vestida de diablo, con una cola roja, le hacía gestos obscenos a los familiares. Cuando fui un poco más grande estudié danza contemporánea en lo de María Fux y desde muy jovencita coordiné grupos para niños de expresión corporal en lo de Perla Stoppel. Ella me sugirió que estudiara teatro y fui a lo de Beatriz Matar. La primera vez que me subí a un escenario sentí algo especial. Después, en los años de la dictadura me fui a Madrid y allí comencé a actuar junto a Susy Evans y Pacho O’ Donnell. En lo de Beatriz conocí a mi marido, el actor Fernando Llosa, hicimos Toroblas Torobles y desde ahí no nos separamos, hasta que falleció, hace casi dos años. Yo hago teatro porque me gusta y porque no hay nada de nada que me guste hacer más que teatro. Es el único lugar donde siento que tengo paz. Desde que murió Fernando la vida perdió gran parte del sentido y, de alguna manera, lo que sigue teniendo sentido es el teatro, mi hijo Manuel y los amigos. El teatro me rescata, es una pasión.

Touché, doc.
Sábados y domingos, a las 21.
Camarín de las Musas.
Mario Bravo 960. 4862-0655. $ 50.

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