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Viernes, 9 de marzo de 2012

DEBATES

El cuerpo recobrado

Para Lohana Berkins, dirigente travesti, presidenta de la Cooperativa Nadia Echazú, el reclamo de regular la prostitución es una trampa que podría “abrir la puerta a la más perversa de las explotaciones”. Desde su propia experiencia en situación de prostitución, Berkins polemiza con Elena Reynaga, la dirigente de Ammar que en este suplemento exigió un marco legal específico para lo que ella considera trabajo sexual. “La prostitución destruye la autoestima, recuperar el dominio del cuerpo es un acto de libertad”, dice Lohana, a la vez que describe y evalúa las nuevas máscaras de la trata, la inclusión de las travestis dentro del campo feminista y el juicio por Marita Verón.

 Por Sonia Tessa

A Lohana Berkins nadie le contó lo “siniestra” que es la situación de prostitución. Su propia historia de “dolor, ausencia, violencia y muerte” la llevó a abrazar el abolicionismo como una militancia mucho más allá de los discursos, con la construcción de otras realidades. Su voz se vuelve cantarina cuando cuenta que en la cooperativa de personas travestis y transexuales Nadia Echazú –que preside– los temas de conversación han cambiado, ahora se centran en las telas que necesitan para producir, en esa nueva posibilidad de proyectar la vida que significa el trabajo. Su risa contagia a través del teléfono al enumerar la creación de 10 cooperativas similares, y la confianza en que se abran “otras 20” desde la suya, que hoy forma parte del paisaje cotidiano de un barrio reacio al principio. Ahora, en cambio, disfrutan de las facturas que les regalan en la panadería. Nada de eso es el tema de la nota: Lohana rechaza las intenciones de regular la prostitución, que se niega a denominar como trabajo sexual. Por eso, polemiza con la secretaria general de Ammar nacional, Elena Reynaga, con afirmaciones maceradas a partir de una larga reflexión urdida desde cuerpos y vidas violentados, como una apuesta porque, afirma, “una de las tantas cosas que destruye la prostitución es la autoestima”.

¿Por qué rechazás la propuesta de regular el trabajo sexual?

–En primer lugar me parece que es una trampa en la cual nosotras no debemos caer porque ¿por qué vas a regular una actividad que está permitida en este país? ¿Qué estaríamos reglamentando? Para mí estas cuestiones son usadas por determinados políticos para establecerse en la agenda, saben que son temas controversiales, que generan un escozor en la sociedad. Tienen argumentaciones bastante débiles, primero ¿qué es lo que en realidad se estaría legalizando? Porque eso me lleva a preguntarme qué es lo que realmente se vende y se compra en la prostitución. ¿Es sólo la cuestión de la genitalidad? Me parece que no, que ahí subyacen muchas cosas mucho más profundas que en realidad tienen que ver con toda la sociedad. Desde ese lado no acordamos darle categoría de trabajo, cuál sería la condicionalidad. Eso nunca lo aclaran, ¿cuál sería la paridad entre la compañera y el cliente? Si bien eso en muchos otros trabajos no existe pero en este caso ¿qué se negociaría? ¿Desde qué posición? En cuestiones de derechos, no se puede separar a las compañeras en situación de prostitución de la realidad de subordinación de las mujeres.

¿Qué objetás a la calificación de trabajo sexual?

–Teniendo en cuenta que es un trabajo que ejercen compañeras que no saben leer ni escribir y están más allá de estos debates, esa denominación significa abrir la puerta sencillamente a las más perversas de las explotaciones. Como una persona que he sido atravesada por esta cuestión, y sobre todo ahora que viene el Día Internacional de la Mujer, nosotras le reclamamos al movimiento de mujeres que no sólo construyan un modelo de mujer, porque las travestis también somos víctimas de esto y sobre todo las niñas travestis. La alteridad no sólo se da hacia la mujer, también hay que ampliar este concepto. Nosotras somos fuertemente explotadas, excluidas de un sistema. Y otra es la cuestión de la emocionalidad, la subjetividad, ¿cómo se separaría lo que produce en sí la prostitución? La prostitución es una cuestión siniestra y si vamos a discutir con las compañeras sinceremos la agenda, debatamos las nefastas consecuencias que provoca en las personas que nos hemos visto sometidas a esta situación. Me parece una cuestión fundamental. Cuando rápidamente salen a sostener que la prostitución no es trata, ¿para qué se las trata a las mujeres? Para la prostitución ¿cómo hacemos para correr rápidamente a las sujetas de la situación?

¿Creés que a las mujeres que ejercen voluntariamente la prostitución no se las escucha, como señala la secretaria general de Ammar?

–Cuando se trata de situaciones de derechos, hoy se está avanzando bastante en un montón de situaciones que se pueden incluir y hay que correr los márgenes para que nuevas actoras seamos tenidas en cuenta en las discusiones donde se producen estas políticas. Un debate también muy fuerte es ¿quiénes no escuchan? Una cuestión que no es menor, si vamos a sincerar una agenda: las compañeras que se enrolan como trabajadoras sexuales son las que mayor financiamiento reciben tanto desde el punto de vista internacional como desde el Estado. ¿Quién no escucha o dónde se produce el ruido? Nosotras tampoco somos escuchadas pero no sostendríamos esto como un trabajo. También me parece que es extremar la violencia sobre nuestro propio cuerpo.

¿Qué creés que significa el juicio por el secuestro de Marita Verón para esta sociedad?

–Creo que tiene dos aspectos, el primero es la visibilización masiva por el lugar en el que se instaló Marita Verón dentro de la sociedad, de una problemática tan dura, por los grandes intereses de los monopolios y un capitalismo tan duro que trataba de mantenerlo oculto, y también que se empieza a develar toda la trama de toda la trata para prostitución. Se está develando todo lo que nosotras históricamente denunciamos, que no es que voy caminando y viene alguien y me levanta. Quien produce ese hecho tiene una trama de impunidad tan grande... Lo que está demostrando Marita Verón es la arquitectura en la que descansan estos ilícitos, el hotel donde está, quién la transportó, la casa donde la tuvieron, quién le da de comer, si la llevaron al exterior, quién permitió ese viaje. Es una red tan profunda que no incluye sólo a Marita y los captores, sino toda una trama de corrupción, que tiene un fuerte imbrincamiento con el poder político. El juicio también devela, y ésa es una de las cuestiones más importantes, la hipocresía de esta sociedad, porque por un lado condena que estén paradas en la puerta de su casa, pero por otro lado también hay una trama que sostiene estas redes. Los mismos que imponen justicia son los que amparados en la oscuridad de la noche y una red de impunidad producen estos hechos. ¿Quién la consumía a la compañera? ¿Esas personas no veían la televisión, no leían un diario? Esta situación que ella habrá demostrado permanentemente de angustia, de dolor, ¿no la veían? Ya estamos en situación de sentarnos, de debatir, sin producir fundamentalismos, decir que ésta es la realidad. Lo que a mí sinceramente me paraliza es cómo puede desaparecer una persona, la situación de indefensión de las mujeres, cómo el espacio público se tornó tan peligroso que una mujer, una chica no puede salir a la calle sin exponerse a esta violencia. Creo que Marita va a aparecer, ya marcada de por vida, va a quedar marcada por ese dolor. Todos estos relatos que se escuchan en el juicio contrarrestran con los que dicen que están ahí porque les gusta, la pasan bien, ganan buen dinero. ¿Qué contestan a esto las promotoras del trabajo sexual, que las describe como las ninfómanas del placer de otro, no del placer de nosotras?

¿Hay trata de personas travestis y transexuales?

–No conozco casos de trata, pero sí de explotación. Cuando hablo de la arquitectura en la que descansan estos ilícitos, no es casual que el 80 por ciento de las travestis provincianas vivamos en la Capital Federal y en las capitales de cada provincia también viven las compañeras travestis que escapan de sus pueblos urgidas por la pobreza y por los fuertes controles sociales, moralistas. Entonces, llegan a sistemas totalmente armados, a hoteles donde les cobran cifras siderales por habitaciones de pésima calidad, al bar donde puede parar, el taxista que la va a trasladar, también los modos de explotación van cambiando. Por ejemplo, ahora no necesitan ir a tratarlas, a llevarlas a la fuerza, simplemente hay una persona que les ofrece dinero para llevarlas a Europa y ellas tienen que devolver como seis meses más el valor de ese boleto, les van imponiendo multas. La red de explotación es una forma mucho más moderna de trata. La compañera no vuelve nunca más porque termina adquiriendo una deuda tan grande. No en la Argentina, pero sí en países de Centroamérica he visto niñas travestis que les consiguen documentos de adultas y las llevan a la gran red de trata de Europa y Estados Unidos.

Y está la exclusión social, que obliga a las travestis a prostituirse.

–Por eso nosotras no lo tomamos como un trabajo, porque termina siendo la posibilidad más cierta que tenemos, a pesar de que hemos avanzado, muchos compañeros activistas conocidos y conocidas han ingresado al Estado, han obtenido trabajo y, sin embargo, las travestis no estamos en la misma situación. De nosotras, ¿quién es empleada? Siempre digo que tengo más amigas, amigos, títulos y honores que dinero. No hemos ingresado y estamos luchando para que el Estado genere políticas concretas hacia nosotras; de hecho el Senado nacional está en deuda porque tiene que tratar la ley de identidad. Hay muchos mecanismos que hay que ir destrabando (para hacer un juego de palabras con las travas) para que podamos ser ciudadanas en las mismas condiciones que cualquiera, no con privilegios. Como dice Judith Butler, todavía es bastante evidente la precariedad de nuestras vidas, somos bastante precarias, todavía no hemos llegado a puestos decisorios, a puestos electivos.

En ese sentido, ¿cuál es el valor de la cooperativa?

–Es para mí la experiencia más maravillosa que he atravesado, haber generado una materialidad concreta, que las compañeras vieran que tenemos una casa, un taller, máquinas, porque es más fácil mantenerse en la condición de víctima que aceptar el éxito o valorar los logros. Lo difícil es desaprender los códigos de la violencia cuando fuiste criada en esos códigos, que nos estemos dando la oportunidad de crecer, que las compañeras que tenían que permanecer originalmente seis meses estén hace cuatro o cinco años y que ninguna se quiera ir, y las que se van es porque han logrado entender y aceptar el valor del empleo como organizador de nuestras vidas, o porque se han puesto un emprendimiento. Y siempre con esta cuestión muy fuerte de romper con la premisa que nos habían puesto, de “travestis es sinónimo de prostitución”. Yo no tengo una moral victoriana, la que quiera ejercerla, que lo ejerza, pero no bajo la modalidad sindical ni calificada como trabajo. Ahora, las que no, después darle sentido a nuestra propia vida, ya no somos la travestitas de diez años atrás que estábamos todos los días tiradas en el hotel esperando la noche para prostituirnos, ahora ha cambiado nuestra vida, la temática de lo que hablamos, estamos peleando por las telas. Estamos construyendo la autoestima, que es una de las cosas que destruye la prostitución, porque se siente esto de no sirvo para nada, soy una basura, la policía nos mataba a golpes, nos encarcelaba, venía un fiolo y nos rompía la cara a golpes y nos parecía bien. Ahora estamos construyendo nuestro propio relato. Cómo íbamos a generar algo si desde niñas somos condenadas a la nada, somos tratadas como una basura, ahora tenemos que cambiarnos y creernos lo que hacemos.

¿Cómo llegaste a la posición abolicionista?

–Cuando yo entendí que la prostitución no sólo dependía de mí, no la había inventado yo, sino que era un sistema mucho más perverso y más fuerte, en el que yo estaba inmersa. Cuando empecé a plantearme esas cuestiones desde la perspectiva de los derechos humanos. Y por todo el siniestrismo que viví en la prostitución, porque sería el relato más amargo de nuestras vidas, lleno de dolor, de muerte, de ausencia, de violencia sobre nuestros cuerpitos. Primero luchar para cambiar mi propia vida, porque la prostitución no es una cuestión que yo desee para nadie. Pero si la elegís, la estás eligiendo, aun así que puedas poner condiciones dentro de esa elección: que no te encarcelen, que no te cobren coima, que no te exploten. Si bien creo que hay que aggiornar el abolicionismo, soy absolutamente abolicionista. La recuperación del cuerpo es uno de los actos más fuertes de libertad. Eso me hizo acercarme, declararme y ser.

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Imagen: Alfredo Srur
 
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