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Viernes, 20 de abril de 2012

PERFILES > ZULEMITA MENEM

La hija de

 Por Belen Gomez

Mientras Verónica Blanch y Marcelo Pocoví planeaban su casamiento en 1990, la familia presidencial era desalojada de la quinta de Olivos, con ambulancia incluida que pretendía llevar a Zulema a un psiquiátrico en caso de que se resista o grite como una loca. Pero Junior se dio cuenta, le avisó a su mamá y el desalojo no fue tan dramático, aunque sí lo suficiente como para que madre e hijo quedaran uno de cada lado del muro y se hablaran a través de una mirilla: “Quedate tranquila, mamá. Estoy aquí, no me dejan salir, pero ya voy. No hagas nada por favor”, le decía el hijo a su madre, que bramaba a la prensa que el presidente los echó por decreto. Los dos hijos de Carlos Menem y su ahora ex mujer se iban a un departamento en la calle Posadas. Blanch y Pocoví lo deben haber visto por la tele como todos, faltaban siete meses para que llegaran al altar. Zulemita, que entonces tenía 20 años, pasó a ocupar el rol de primera dama y su cara empezó a sufrir las picaduras de avispas que un día inflamaron de golpe las mejillas del padre. Hija y padre se daban desagradables besos esquimales, ella le decía “el papi” con una voz que bordeaba el retraso mental y se mostraba muy celosa de las pretendientas. La pelea cuando el papi empezó a noviar con Cecilia Bolocco fue fatal, pero para eso faltaba mucho y ni siquiera los hijos ilegítimos de Menem habían aparecido en Gran Hermano mostrando sus atributos.

En los ’90, el matrimonio Blanch-Pocoví marchó sobre ruedas y las mieles del libre mercado le dieron a Pocoví un ascenso económico acelerado. Tuvieron tres hijos. En el cambio de milenio las cosas se torcieron un poco y Blanch se fue de vacaciones sola con la prole al Caribe. Allí se le apareció Pocoví para pedirle que volviera, que harían terapia para solucionar la guerra de roces que los había separado. Blanch volvió, pero el run run de la vida en zona norte no impidió que se enterara de que su marido había cenado con Zulemita en la impasse de la pareja. Pocoví le contó que la chica estaba loca y que efectivamente habían cenado pero sólo para que ella lo ayudara a concretar algunos negocios de su alicaída actividad inmobiliaria. El fantasma de Zulemita nunca dejó de yirar por el hogar de esta familia de rubios. Si bien tuvo un breve matrimonio con convivencia en Italia incluida e hijo varón, Zulema se separó rápido del bon vivant Paolo Bertoldi y volvió con la mami y el papi, de quien nunca se tendría que haber separado porque Bertoldi era aparentemente un fiasco sin propiedades ni trabajo estable. Según Blanch, la relación con Pocoví volvió a surgir como leña ardiente con esta “negra de mierda” (sic) y de ahí en más la presencia de Zulemita en su vida fue una constante, al punto que se tuvo que tragar que anotara a su hijo en el mismo colegio que los suyos y, ante el acoso, empezar a salir por la puerta del costado del Lincoln Hall de La Lucila, como si fuera una delincuente. De allí a la escena del desalojo de Verónica Blanch que recorre los programas de televisión como mecha de pirotecnia, una escena con valijas y packs de agua mineral, coronada por la orden de un juez que decidió un desalojo en 24 horas.

Zulemita dice desconocer todas las acusaciones como desconoció aquella sobre su chofer pasándole el machete de un examen en la UADE. En 1994, sus compañeras de la carrera de administración la vieron recibir información por un auricular y la buchonearon. Poco después, una de ellas, Martina Kambic, de 21 años, tuvo un misterioso accidente en la ruta y quedó cuadripléjica. Como la locura también es un as en la manga de toda esta saga, dice Zulemita que la pirada es Blanch, quien le retorció el brazo y zamarreó a su hijo el año pasado. En ese momento le puso una denuncia y ahora, a pesar de estar feliz por su embarazo de 10 semanas, exige la retractación de la ex de su actual amorcito, a quien ambos acusan de entrar por la ventana a la casa de donde fue desalojada mientras ellos estaban en La Rioja.

Y sonríen desde las fotos que los muestra juntos, de la mano, festejando cumpleaños, con los felices abuelos que ya se olvidaron de todo eso que los separó tanto porque están viejos y tienen un nieto en común y este otro porotito en camino. Blanch dice que sólo los contactos de Zulemita pueden lograr una exclusión del hogar tan veloz, hogar que ella misma refaccionó y que cita de memoria sin repetir y sin soplar. La genial Viviana Canosa le pregunta, anonadada “¿pero vos no te dabas cuenta de que estaba con Zulemita?”. “No, estaba enamoradísima”, dice Blanch, que una vez mandó a Pocoví al hospital tras propinarle una patada en los testículos.

Mientras, Zulemita cruza los dedos para tener una nena y se mide las caderas en el espejo ¿cómo puede ser que me haya ensanchado tan rápido?, le dice a la prensa, y se ríe, pícara.

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