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Viernes, 27 de abril de 2012

GLORIAS

La voz sagrada

Porque no pudo llorar, escribió. El duelo fue el impulso para las palabras del primer libro de Patti Smith, esa heroína desgreñada y de voz cascada a cuyos pies se rinde el león del rock. Ese libro, El mar de coral, que no pudo apagar el dolor por la muerte de su amigo Robert Mapplethorpe, se acaba de reeditar, aumentado, en inglés, y será distribuido por primera vez en español (Lumen/Mondadori). Aquí una crónica de la lectura que Smith brindó en la librería de Nueva York en la que trabajó hace 40 años, cuando le sucedían cosas tan inesperadas como le siguen sucediendo ahora.

 Por Claudia Prado

Desde Nueva York

“Me tomó mucho tiempo encontrarme conmigo misma para escribir nuestra historia. En lugar de eso, escribí El mar de coral. Una temporada en el dolor. Todo lo que sabía de él cifrado en una pequeña serie de poemas en prosa.” Patti Smith se refiere a un libro acerca del fotógrafo Robert Mapplethorpe, que se publicó por primera vez en 1996 y que ahora se edita en español.

Esta noche, Patti Smith lee en la librería Strand de Nueva York, varios pisos más arriba de ese subsuelo en el cual trabajó desembalando cajas durante unos meses del ’73, joven y algo dispersa –como ella misma cuenta–, pero siempre convencida de su destino de artista. “Era realmente un trabajo de mierda. Fue mi último empleo fijo y después dije ya está. No más trabajos”, dice riéndose.

Todavía faltaban dos años para que saliera Horses, el disco que la convirtió en una de las artistas más influyentes del rock. “Decidí que 1973 sería mi año de la poesía”, cuenta en el libro Eramos unos niños y, en los meses siguientes, leyó sus poemas en bares, hasta que comenzó a recitarlos en un lugar llamado el Mercer Arts Center, sola, con un piano de juguete. Era telonera de bandas como The New York Dolls. Durante toda esa época, igual que esta noche, simplemente leyó poesía y trató de llegar al público “con cierta dosis de humor”. “Esto es muy conmovedor para mí –agradece–, porque, aunque mi primer trabajo público fue en 1971, con Lenny Kaye, entre 1972 y 1973 hice cosas por mi cuenta, exactamente como esto. Y es tan bueno que sigan viniendo...”

Hoy la rodean anaqueles cargados de volúmenes valiosos: algunas primeras ediciones, otros firmados por los autores. “Siempre me imaginé que iba a escribir un libro, aunque sólo fuera uno pequeño, uno que pudiera llevarnos lejos, a un reino que no puede ser medido, ni siquiera recordado.” Y seguramente alguno de los libros que escribió ya están en los estantes, junto a los de autores que considera sus maestros. Sin embargo, ella está acá, sencilla y paciente, agachándose casi hasta el suelo para firmar los ejemplares que le alcanzan los que se quedaron sin lugar y se sentaron en el piso. Con algo de ironía, promete que, al final, no se va a ir sin firmarnos el nuestro a cada una de los cientos de personas que estamos escuchándola.

Lee algunos textos de El mar de coral y otros de Woolgathering, dos libros que acaban de ser reeditados, cada uno con varios poemas que no aparecían en las versiones originales.

A pesar de la admiración del público de habla hispana y de la particularidad de que Smith es conocida como la gran poeta del rock, hasta ahora muy poco de su obra literaria se podía leer en español: sólo algunas antologías y el libro Eramos unos niños, con el cual ganó el Premio Nacional de Literatura de EE.UU. en 2010. Para nuestra alegría, a partir de mayo, la editorial Lumen/Mondadori, distribuirá la versión en español de El mar de coral.

“La primera vez que lo vi, Robert estaba durmiendo. Me quedé vigilándolo, ese muchacho de veinte años que, sintiendo mi presencia, abrió los ojos y sonrió. Con pocas palabras se volvió mi amigo, mi compañero, mi amada aventura”, dice en el texto Al lector.

Pocas horas antes de morir, Mapplethorpe le pidió que escribiera la historia de ambos. Ella tardó mucho en poder hacerlo. Pasaron más de dos décadas para que se editara Eramos unos niños, la crónica de esa relación que comenzó recién llegados a Nueva York y duró hasta la muerte de Mapplethorpe, en 1989. En un texto lleno de referencias temporales y nombres conocidos, Smith narra los primeros años juntos, el devenir del trabajo artístico “fuente de nuestra común devoción”, la vida en el mítico Hotel Chelsea e innumerables anécdotas acerca del mundo del arte y el rock a fines de los ’60 y en los ’70. Recién con la publicación de ese libro –el único en su obra que no es poesía–, ella sintió que cumplía su promesa. Pero mucho antes de eso, lo que pudo escribir todavía en medio del dolor fue El mar de coral. Se trata de una serie de prosas poéticas que, en un lenguaje que seguramente le resultaba más natural, le permitieron hablar de ese amor, un amor que por cambiante duró toda la vida y hoy, 22 años después de la muerte de Mapplethorpe, perdura. “Cuando él murió, no pude llorar, entonces escribí. (...) Acá están esas páginas, mi despedida a mi amigo, mi aventura, mi interminable alegría.”

Woolgathering, el otro libro que está presentando esta noche, también está hecho de breves textos, autobiográficos y poéticos; algunos, acerca de los años de infancia que pasó en Nueva Jersey; otros, sobre el tiempo en los cafés de la calle McDougall. “No estaba del todo segura de que era un ‘woolgatherer’ pero sonaba como una vocación digna y parecía un buen trabajo para mí.” “Woolgatherer” se podría traducir como “soñador” o “soñadora”. Con el ejemplar reeditado por New Directions en la mano, cuenta que está orgullosa por muchos motivos. En esa editorial fue donde descubrió, de adolescente, a otro compañero de vida: Arthur Rimbaud. “Fue mi sueño de joven poeta publicar algún día en New Directions. Me tomó 40 años.”

La miramos sonreír, detenerse en medio de un texto para hacer un chiste o burlarse de sí misma, con esa risa repentina, contagiosa, y pareciera que todo esto –no sólo la poesía y la charla, sino también las firmas que promete– es amor y respeto a su trabajo, y también a quienes hoy hicimos una fila larguísima en el frío para verla.

A Patti Smith le gustan los temas triviales. El tomar café y los cortes de pelo son los tópicos favoritos a los que –café en mano y cabellera deliberadamente desgreñada– vuelve una y otra vez durante la lectura. Alguien como ella, que no duda en relacionar la poesía con lo sagrado, a la vez interrumpe el poema para contar que lo escribió en Michigan y que eso es importante porque los porotos que aparecen en la primera línea no cree que se puedan comprar en Nueva York. En caso de tener interés, tendríamos que ir a comprarlos a Michigan. Cuando le toca pronunciar en español “café de los poetas”, lee “café de los poets” y se excusa diciendo que es terriblemente mala para pronunciar, totalmente unilingüe. Desde este lado del lenguaje, la miro con plena identificación. Sin embargo, cómo quisiera hoy entender hasta la última palabra. Insistiendo en el tema principal de la noche, ella dedica más tiempo a responder acerca de cuál es su café favorito que a la pregunta “¿qué piensa del movimiento occupy?”, a la que contesta con una sola palabra: “¡Occupy!”. Y una se queda con la duda de cómo conjugar el verbo para entender el matiz: ¿Ocupemos, ocupar, ocupen? Eso sí, será una respuesta breve, pero claramente afirmativa.

Termina la lectura de un poema de El mar de coral: “Sus tobillos azules tatuados con estrellas”, y alguno en el público amaga con aplaudir. Ella se da cuenta y agradece con un chiste: “Este es el gran problema con la poesía... Ustedes piensan: ‘¿Debería aplaudir? Pero no quiero parecer un tonto...’ y yo pienso: ‘¿Les habrá gustado? ¿Les gustó?’”. En respuesta, aplaudimos con gusto y Patti Smith se ríe todavía como una adolescente. El pelo desteñido, los años que son belleza. Es que, en esa risa, en ese gusto por la digresión y por la charla, no se ve frivolidad, más bien parece creer que para que suceda algo que importe, debe haber confianza.

Hace mucho que nos olvidamos si lo que estamos escuchando pertenece al texto impreso o lo acaba de agregar... ¿Esto es letra de canción, poema en verso, pura anécdota?

Una poeta adolescente pide consejo para escribir y Patti contesta, en su estilo, lo de siempre: “Trabajá mucho, cuidate los dientes, tomá agua. Trabajá por el placer de trabajar y por el honor de ser tocada por la musa o dios o lo que sea. Estamos en un tiempo en el que el llamado de la fama es tan fuerte que la gente se olvida de por qué trabaja. Vos trabajás para hacer algo grande, algo que cambie el mundo, que inspire”. Es el consejo de una “woolgatherer” dispuesta a contagiar su ambición de cambiar el mundo.

Y sí, hay algo sagrado en escuchar a esta mujer ya vieja que se permite hablar de dios o inspiración igual que habla de porotos.

Al final de la lectura, mientras la gente hace fila, ella aclara que sólo va a firmar los libros, que por favor no le pidan que ponga nada más a no ser que sea de suma importancia: “Por ejemplo: ‘A mi abuela, que cumple años’. Si no es realmente importante, los mato”. Y yo, a riesgo de arruinar la alegría de la noche, le pido que, en la dedicatoria, agregue el nombre de la más fanática de mis amigas. Patti Smith me mira con el cansancio de varias décadas de fama y, trabajadora, con una sonrisa amable, me pregunta cuál es el nombre, lo escribe y firma.

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