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Viernes, 15 de junio de 2012

RESCATES > LéOPOLDINE HUGO (PARíS, 1824 - VILLEQUIER, 1843)

La musa del río

 Por Marisa Avigliano

¿Menos conocida que su hermana Adèle, la imborrable Adjani de Truffaut? No. ¿Menos romántica? Claro que no. ¿Más trágica? Tampoco. Apenas primera en nacer y en morir: primera ausente de su propia fama. Léopoldine Hugo (Cécile Marie Pierre Catherine completaba su nombre) fue una de las hijas de Victor Hugo y Adèle Foucher (tuvieron cinco y sólo Adèle los sobrevivió). Léopoldine fue sin saberlo musa para su padre —quien la llamaba Didine o Didi— y tormento para su hermana. El le dedicó sus poemas más conmovedores, ella imploraba compasión para la errancia de su fantasma. Didine no había cumplido los diecinueve años cuando se casó con Charles Vacquerie (de quien se había enamorado cinco años antes), hermano de Auguste Vacquerie, conocido periodista, fotógrafo, poeta y dramaturgo de la época. Finalmente y después de varios intentos para convencer al padre de la novia, se casaron en febrero de 1843. La boda se celebró —en la más estricta intimidad— en la Saint Paul de París. El feliz matrimonio apenas duró unos meses, porque los recién casados murieron ese mismo año, en septiembre. El accidente ocurrió en las aguas del Sena, cuando se dio vuelta la pequeña embarcación en la que navegaban. Charles se tiró al río para salvar a su mujer, que no sabía nadar, y se ahogó con ella. Quienes rescataron sus cuerpos aseguraron que estaban abrazados. Los enterraron en el mismo ataúd, en el cementerio de Villequier. Victor Hugo se enteró de la tragedia por la prensa cuando regresaba de un viaje por España con su amante Juliette Drouet. Compendio de dolor, vacilación y rebeldía, los poemas que el autor de Los Miserables le dedicó a su hija y que aparecieron en el libro cuarto de Las contemplaciones dan cuenta del destierro y el padecimiento por haberla perdido. Valen como muestra algunos versos de su poema “Pauca Meae”, IV,14 “Démain a l’aube...”(1846): “Mañana, después del alba, a la hora en que blanquea la campaña /Partiré. Ves, yo sé que me esperas / Iré por el bosque, iré por la montaña./ No puedo vivir lejos de ti por mucho tiempo más. /Caminaré, la mirada fija en mis pensamientos, /Sin ver nada afuera, sin oír ningún ruido, /Solo, desconocido, la espalda curvada, las manos cruzadas, /Triste, y el día para mí será como la noche”. Adèle Hugo (la historia de su desesperación por un amor no correspondido, su pasión y su locura merecen líneas propias y no un paréntesis al pasar, de todas maneras, mientras tanto se puede volver a ver la joya setentista de François Truffaut, La historia de Adèle H o El diario íntimo de Adèle —según la hayan traducido—) era una nena de trece años cuando se ahogó su hermana mayor y el terror por perder lo que se tuvo la marcó para siempre. Nunca más pudo recuperarse después de la muerte de Léopoldine, como si le hubiera ganado la dualidad del río, símbolo de la fertilidad y de la vida pero símbolo también del abandono y del olvido, y la hubiera arrastrado corriente adentro. Igual que su hermana, Adèle también se había perdido entre las aguas, aunque sus aguas no eran las del Sena sino las aguas de una familia que ya había enterrado a otro hijo —el primero, el bebé Léopold— y que ahora practicaba sesiones de espiritismo buscando respuestas y presencias. Emociones y quebrantos que parecen ser una característica de la familia Hugo —Eugène, hermano del escritor, estaba enamorado de su cuñada Adèle y como no soportó que se casaran, enloqueció y la familia decidió encerrarlo en un psiquiátrico—. Razones de amor y de muerte definitivas como las que aseguran que Charles Vacquerie, a pesar de ser un experto nadador, se dejó morir cuando supo que su mujer se había ahogado.

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