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Viernes, 13 de julio de 2012

RESISTENCIAS

¿Feminismo punitivo o abolicionista?

La discusión en el Congreso de la Nación sobre la inclusión del femicidio en el Código Penal es criticada por el abogado Maximiliano Postay, del grupo Locos, Tumberos y Faloperos. El asegura que el feminismo punitivo se equivoca en intentar a través de la cárcel y el sistema penal la solución a la violencia de género.

 Por Luciana Peker

La indignación por una mujer muerta, un asesino con una pena atenuada, un padre que no paga alimentos o un violento que viola la exclusión del hogar es legítima. Pero el pedido de mayores condenas, de que más hombres o por mayor tiempo vayan a la cárcel, no de incluir nuevas figuras en el Código Penal –que habitualmente se publican en Las/12– no son el camino para terminar con las formas más duras del machismo, según polemiza el grupo Locos, Tumberos y Faloperos, que busca soluciones alternativas a las formas modernas de encierro –los manicomios, la cárcel, los geriátricos– y que coordina el abogado Maximiliano Postay. “Se confunden la cuestión político-táctica porque intentan solucionar un problema utilizando una herramienta que es causa de ese problema”, cuestiona el abogado, con master en Criminología y sociología jurídico-penal por la Universidad de Barcelona.

Pero, ahora, además un luchador contra lo que denomina “feminismo punitivo”, una forma –según Postay– de legitimar la cárcel desde la perspectiva de género. “Hay que apuntar a intentar mecanismos alternativos de resolución de conflictos para la población mayoritaria del ámbito carcelario. Hoy tenemos 65.000 presos y la mayoría están por drogas y por delitos contra la propiedad sin violencia. Intentemos que se desarrolle un nuevo escenario cultural para que la cárcel no sea la única respuesta a los conflictos que hoy son considerados delitos”, propone.

El debate surgió por la propuesta de penalizar más duramente –como agravante– o crear un nuevo delito con la figura de femicidio. La propuesta ya cuenta con la aprobación en la Cámara de Diputados –en que se estipuló que la pena amplíe la de homicidio– y se encuentra en estudio en el Senado de la Nación. En cambio, esta otra mirada plantea la posibilidad de pensar otras recetas para la inseguridad íntima que no copien el modelo de mano dura articulado en la opinión pública para la inseguridad. Sin embargo, entre la teoría y la práctica faltan opciones –alternativas y tradicionales– para prevenir o erradicar la violencia contra las mujeres. Sin duda, más y nuevas voces para una pregunta que necesita respuesta: ¿Qué hacemos frente a la violencia machista?

Vos estás en contra de la cárcel. ¿Pero qué se puede hacer con un violador?

–El sistema penal, por su origen y su desarrollo, está deslegitimado para todos los casos. Pero en términos tácticos y estratégicos no podemos decir que es lo mismo el caso de un genocida o un violador que el de una persona que está por drogas o un delito contra la propiedad. Por eso, en el caso de un violador se tiene que seguir haciendo lo mismo que se está haciendo ahora. Hay que mantener la estructura punitiva igual para el universo de los casos más complejos. La abolición del sistema penal, necesariamente, debe ser progresiva.

¿Este abolicionismo tiene que estar cruzado por una perspectiva de género?

–En términos históricos el sistema penal surge en el siglo XII paralelamente al mercantilismo como práctica comercial y a la formación de los primeros estados nacionales, y su objetivo real era criminalizar al que comprometiera los lineamientos generales de la autoridad. El sistema penal, desde su origen hasta este momento, es selectivo: elige en forma arbitraria quiénes son los enemigos a combatir y trata –desde el punto de vista del discurso– de demostrar que los enemigos son de todos cuando lo son de la autoridad. La perspectiva de género suma al desarrollo de la criminología y el abolicionismo. Hay un feminismo punitivo y otro feminismo crítico del sistema penal.

¿Cuáles son tus críticas a lo que denominás feminismo punitivo?

–En primer lugar, que intentan solucionar un problema utilizando una herramienta que es causa de ese problema. Lo esencial es que la violencia no se ataca con un sistema penal que también es sexista y patriarcal y que tuvo un trato particularmente dañino con las mujeres. Unas de las primeras víctimas del sistema penal fueron las mujeres con la persecución de las brujas en la Inquisición. La lógica persecutoria hacia las mujeres se extendió, aunque hoy por hoy no sea tan alevosa.

¿No es cuestión de cambiar la lógica del sistema y no de abolirlo especialmente cuando se necesita ayuda para frenar la violencia hacia las mujeres?

–En ningún momento planteo que ahora no se haga nada con el macho, por así decirlo, que le prende fuego a su mujer. Pero me parece que tratar de reivindicar y de plantear como una solución la inclusión de una figura (el femicidio) específica para las conductas que tengan en su contenido un matiz emparentado con la violencia de género, es legitimar el sistema penal. Y el sistema penal, en su carácter machista y patriarcal, es causa de esa violencia de género. Aunque hoy no se persiguen brujas, el sistema penal sigue diciendo que la mujer que comete un delito lo hace por causas propias de su condición de mujer. De hecho, la cárcel es machista. Nunca creen que una mujer puede organizar una asociación ilícita. El sistema penal pone la mira en los hombres no por tenerles respeto a las mujeres sino por no creerlas capaces de cometer una conducta delictiva. Cuando uno observa cuál es el tratamiento penitenciario que recibe la mujer, también ve que lo que se intenta en el proceso de reinserción social es transformar a la mujer que cometió en un error –un delito– en lo que supuestamente debería ser la mujer desde una lógica patriarcal: una buena madre, una buena esposa y que, a lo sumo, realiza corte y confección, manualidades o trabaja en una panadería. La cantidad de posibilidades de estudios u oficios que se le ofrecen a la mujer en la cárcel es menor a la que les ofrecen a los varones. Si la sociedad abierta es machista, la cárcel es diez veces más. La mujer es requisada de otra manera que el hombre. La mujer es tomada como un objeto más fácil de vulnerar incluso por las mismas integrantes del sistema penitenciario. No existe la lógica del abordaje femenino. Y lo poco de femenino que queda es lo estereotipado.

La idea es que la cárcel no resuelve conflictos, ¿pero qué hacemos cuando una mujer es amenazada y el agresor no respeta la exclusión del hogar o cuando directamente asesinó a una mujer?

–La actividad de la policía y del Estado tiene que existir. Si alguien llega al extremo de matar no queda otra que recurrir al aparato punitivo. Pero soy consciente de que la cárcel, a la larga o a la corta, va a producir un tipo que además de ser violento con su mujer termine siendo violento con la sociedad en su conjunto, por todas las cosas negativas que produce el encierro carcelario. Además salen más machistas y después hay que ver si ese machismo se canaliza en más violencia de género. Es muy difícil sobrevivir al machismo estructural que hoy presenta la cárcel.

En el caso emblemático de Wanda Taddei se le rebajó la condena a Eduardo Vásquez por emoción violenta y al otro día una mujer embarazada fue quemada por su pareja. ¿No son peligrosos los signos de impunidad de la Justicia?

–No creo que haya una relación directa entre un hecho y otro. Creer eso sería pensar que la violencia de género es algo automático y que por ver una noticia en la televisión alguien va a actuar de una determinada manera. Ese tipo de cálculo no existe en ningún potencial delincuente y, muchos menos, en los casos de violencia de género que son un proceso, es algo que se va construyendo. La persona que quemó a una embarazada, si le hubieran dado la pena máxima a Eduardo Vásquez, lo hubiera hecho igual.

¿Qué pensás de la emoción violenta?

–No estoy de acuerdo con cómo los jueces fundan la emoción violenta en los casos de violencia de género. Es otro ejemplo del fantasma patriarcal del sistema penal. Los jueces son machistas, la policía es machista, el servicio penitenciario es machista.

¿No habría que erradicar el machismo y no la Justicia, la policía y el sistema penitenciario?

–Yo no digo que se desproteja a las mujeres, pero intentemos pensar maneras alternativas de proteger a las mujeres y que no estén contaminadas como sí lo está el sistema penal. El abolicionismo penal quiere eliminar el sistema penal que hoy existe y es patriarcal.

¿Tenés alguna idea de medidas alternativas para proteger a las mujeres?

–Un trabajo cultural. Las mujeres equivocan su militancia tratando de incorporar un artículo más al Código Penal. Hay que militar contra las estructuras machistas.

Estás en contra del proyecto que se debate en el Senado para incluir el femicidio en el Código Penal...

–Sí y sobre todo cuestiono la actitud del poder político y de la militancia frente a eso. Creo que el sistema penal ya da respuestas. No es necesario seguir sumando más y más artículos y, lo que es peor, no es necesario festejar o tomar como un avance la inclusión de un artículo más al Código Penal. La problemática de género es social, no jurídica.

¿Creés que penas más duras o leyes que protejan específicamente a las mujeres no van a generar cambios?

–La inclusión del femicidio me parece más un acto demagógico del poder político que una conducta que se tome en serio la problemática. Cuando hay una demanda incisiva –como la militancia que aborda la perspectiva de género–, el poder político tiende a echar mano de lo primero que se le ocurre, y lo primero que se le ocurre es inventar figuras penales. Sería interesante que, desde la militancia y el poder político, se empezara a pensar una política no punitiva para abordar una problemática como la violencia de género.

¿Reaccionás contra la posibilidad de un feminismo de mano dura?

–Sí. Por ejemplo, las palabras tienen una carga simbólica muy importante. Las mujeres del feminismo punitivo plantearon en alguna oportunidad la “tolerancia cero”, y el concepto de tolerancia cero no es un concepto inocente porque nace para justificar lo peor del neoliberalismo y no tolerar al joven revoltoso de los sesenta, emparentado a la figura del adicto y hoy al pobre entendido como sobrante social con el que no sabemos qué otra cosas se puede hacer más que encerrarlo. Utilizar el concepto de tolerancia cero o reivindicar el sistema penal termina perjudicando la lucha de las mujeres.

Más allá de la teoría, decirles a las mujeres que no usen herramientas frente a una violencia machista en crecimiento es pedirles que sean heroínas sin defensa...

–Yo no digo que no usen las herramientas actuales, sino que no caigan en la trampa de creer en artilugios políticos como la inclusión del femicidio. Los jueces son el sistema penal y en su comportamiento cotidiano son machistas.

¿Y no ayuda que las leyes sean más claras para que no puedan apelar a su machismo?

–Lo que pasa es que terminamos teniendo códigos gigantes. En vez de incorporar agravantes, tendríamos que descriminalizar conductas. No digo que hoy no se utilicen las herramientas punitivas, sino que no incorporemos más herramientas. El derecho penal no defiende a nadie. No va a resolver la muerte de mujeres y va a generar consecuencias sociales graves cuando, eventualmente, el tipo que entre a la cárcel por violencia de género esté diez años allí. La etiqueta que le queda no es la de golpeador de mujeres, sino la de preso, y como preso no tiene posibilidad alguna de nada. Por eso, hay que pensar alternativas.

Más información: Locostumberosyfaloperos.blogspot.com

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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