las12

Viernes, 3 de agosto de 2012

FOTOGRAFIA

El arte de mirar despacio

En el marco del Festival de la Luz, el encuentro más grande de fotografía que se celebra todos los años en Buenos Aires, se expone el trabajo de la colombiana Erika Diettes. Sudarios son 20 retratos de mujeres que fueron obligadas a presenciar las masacres de sus seres queridos.

 Por Juana Celiz

Escuchó hablar por primera vez del tema mientras recorría la zona roja del conflicto armado colombiano. Hacía un ensayo fotográfico. Una mujer le contaba a la otra que otra había sido obligada a mirar cómo asesinaban a su madre. Así fue que Erika Diettes se enteró de que la coreografía de la violencia siempre necesita testigos. Confirmó que es una práctica sistemática después, cuando empezó a devorar información sobre el tema. Entendió que hay cacerías, como éstas, que no son legítimas si no tienen audiencia, si no detonan terror a través, también, de la tortura psicológica de alguien a quien fuerzan hasta dominarle el sentido más rebelde y soberano, el de la vista.

Diettes se preguntó: “¿Qué pasa con tu mirada después de ser obligada a ver semejante horror?”. Así nació Sudarios, la obra que llega a Buenos Aires en el marco del XVII Festival de la Luz. Retratos de 20 mujeres que pasaron eso, fotografiadas mientras describían la masacre, justo cuando cerraban los ojos. Ojos cerrados fuerte, oprimidos, apretados, como si quisieran callar los recuerdos que dentro de su cabeza no paran de gritar. Ojos estrujados como los de Julio López en la foto de Helen Zout.

La autora de Sudarios es comunicadora social, maestra en Artes visuales y magister en Antropología social. Sus ensayos anteriores son Río abajo (fotografió ropa de personas desaparecidas), Silencios (sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial) y Noticias al aire... memoria en vivo (aborda la cobertura mediática de la violencia). Al momento de empezar con sus 20 mujeres-testigo llevaba más de 6 años visitando su país tierra adentro, escuchando historias, descubriendo su cultura, perdiéndose en sus ríos.

Como antropóloga social reflexionás sobre la representación artística del dolor. ¿Qué límites manejás? ¿Cómo pensar la estetización de la pobreza, la revictimización de las mujeres?

–Fueron años, y fue complejo: mataron a sus seres queridos frente a ellas. Hicimos las entrevistas junto a una terapeuta que sabía acompañar el proceso de regresar a ese momento. Cada una duró casi tres horas. Como retratista, trato de entender hasta el ciclo de respiración de la persona antes de empezar a disparar las fotos, y disparo poco. Trato de estar allí, de ver, de entender cuál es el gesto. Si las fotos son bellas, creo que es por ver no sólo el dolor sino a la sobreviviente. Porque la vida sigue. Llegaban al sitio donde iban a fotografiarlas muy arregladas, bonitas.

En estos encuentros arte/víctimas, ¿hay algún tipo de reparación?

–Encuentran consuelo, aunque sea transitorio. Quizá no se sienten tan solas, se sienten representadas. Su historia deja de estar encerrada. Logran hacer una puesta en escena pública de un dolor que había sido mantenido como privado.

¿Por qué colgás las fotos en iglesias?

–No es por un tema religioso, sino porque cuando entrás a un templo asumís una actitud de respeto. El tema de no nombrarlas, de no contar sus historias en específico tiene que ver con la idea de que ellas no se representan a sí mismas. Representan su dolor, el dolor del país, el duelo, la pérdida. Trabajo desde el conflicto armado colombiano porque en este lugar me inscribo. Pero el arte va más allá. Considero que el verdadero sentido de mi trabajo es el luto: hablar de la muerte y la desaparición. Lo trato desde la vida, el recuerdo, la memoria. Y la memoria como un tema de los vivos, para entender el espacio que ocupa el vacío del que se fue.

NUNCA MAS

“Colombia vive una cosecha de iniciativas de memoria que con el paso de los años se va a convertir en la Nueva Historia de este país –cuenta a Las 12, desde Antioquia, la periodista y académica Patricia Nieto–. Estas obras construyen relato, enseñan lo que no ha de repetirse, denuncian hechos atroces, reclaman justicia, exigen atención del Estado, crean lazos solidarios, proponen una nueva estética y, en algunos casos, generan proyectos productivos que pueden ayudar a mejorar la situación económica de las familias.”

Nieto sabe de qué habla. Ella misma alimenta ese acervo: el libro Jamás olvidaré tu nombre, uno de sus trabajos de referencia, surgió de un taller de escritura con víctimas que no sólo daban testimonio, recuperaban su propia voz y se quitaban el prejuicio de sentirse casi analfabetos, con el potencial de inserción social que ese descubrimiento tiene. “Un rasgo de nuestra sociedad –agrega Nieto– es la capacidad de acompañar en el dolor. Muchos campesinos, víctimas de hechos atroces como las masacres de Bojayá, siguen vivos por la atención de sus vecinos, cuidados que se prolongan años después de la tragedia. Con el paso de los meses lo que surge como deber moral se va convirtiendo en acción política en el seno de pequeñas comunidades. Están dispuestos a contar, falta que otros ciudadanos en el mundo quieran oír.”

El trabajo de Erika Diettes no es parte de Políticas del cuerpo en la fotografía latinoamericana, pero podría serlo. Se trata de una antología que reúne imágenes tomadas por reporteros de nuestra región para empezar a considerarlas una obra colectiva, enriquecida por la diversidad de miradas y la apuesta a la performance política. ¿Qué es esto? “La actitud de ‘usar el cuerpo’ como hecho político; hacer que se vea atravesado por un interés colectivo de cambio. En este punto, podemos darnos cuenta del amplio espectro que es posible abarcar: del ‘performance art’ a la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, de un show musical a un ritual indígena, o de ritos religiosos a la danza y al teatro. Lo performático no está sólo en la (puesta en) escena fotografiada. También son activos performers quienes con una cámara en las manos realizan algún tipo de ritual privado que termina con un recorte de la realidad, eligiendo y descartando, también desde lo político, e interviniendo físicamente con su cuerpo en la escena para modificar lo que se está fotografiando, con todo lo que eso significa”, escribió el fotógrafo Julio Pantoja, miembro del Instituto Hemisférico de Performance y Política de la UNY, en su prólogo.

¿Hay algún material, reflexión, obra, sobre la memoria que te interese o conmueva especialmente?

–En Colombia solemos pensar que esto es algo que le pasa a otra gente. Esta des-realización del conflicto nos tiene jodidos. No hay mucho sobre el tema. La gran bibliografía a la que más acceso tenemos es argentina y chilena. La diferencia es que está escrita sobre procesos que tienen fecha de inicio y de final, se sabe quiénes son las víctimas, quiénes los victimarios. Me gustan mucho Elizabeth Jelin, Beatriz Sarlo y su Tiempo Pasado y Fracturas de la memoria, de la chilena Nelly Richard. Un artista al que admiro es Alfredo Jaar. Por otro lado, me impactó mucho el Parque de la memoria, en la Argentina...

El Parque está frente al río. Justamente tu ensayo anterior habla del agua como cementerio...

–Sí, en Río Abajo fotografíe, dentro del agua, prendas de personas desaparecidas. Intento representar la imagen del río como cementerio. Y sí: la Argentina en este sentido tiene mucha claridad. El río se transforma en depositario de los cuerpos, trastrueca los sentidos culturales. Por algo el agua, en todas las religiones, es un objeto sagrado.

ANTIPLAN COLOMBIA

¿Cómo marca tu vida crecer rodeada de varios guardaespaldas? Erika Diettes lo sabe. Tenía 17 cuando empezó a salir sola, sin “escoltas”. “¡Era una sensación de libertad absoluta!”, recuerda. Su papá era policía en los años blancos de Pablo Escobar.

Erika se bautiza como una “army brat”, como les dicen en inglés a los niños mimados de la policía. “Creces de traslado en traslado, eres de ningún lado y cada año llegas a un nuevo colegio a adelantar cuadernos. Los amigos del colegio no son los amigos de la vida. Esa es tu vida normal.” Lo que la hizo más normal fue que sus padres tuvieran por principio no mandarla a una escuela especial –para hijos de cadetes– sino a la que estuviera más cerca de su futura ex casa. Así conoció distintas realidades sociales que –supone– fueron picoteando su sensibilidad. “Esa Colombia violenta para mí no era una ficción.”

En los últimos 20 años, su país desplazó a casi 4 millones de personas de su tierra (6 millones de hectáreas), algo así como movilizar a todos los habitantes de la provincia de Córdoba y transformar en signo de pregunta el territorio de la provincia de Buenos Aires pero multiplicado por dos.

Desde 2005 hasta hoy, calcula Human Rights Watch, fueron asesinados 50 líderes comunitarios que denunciaban semejante causa. Los victimarios han sido paramilitares, guerrilleros y las fuerzas de seguridad estatales.

En estos días se cumple un año desde la sanción de la nueva Ley de Víctimas y Restitución de Tierras colombiana: reconoce su derecho colectivo a poder volver a casa y recibir una indemnización. Así, según Patricia Nieto, “ahora las víctimas, sus asociaciones y las entidades no gubernamentales adquieren un protección simbólica frente a los constantes señalamientos y amenazas provenientes de la derecha”.

¿Sentís que tenés que dar explicaciones por el trabajo de tu papá?

–No. Cuando lo cuento es una anécdota. ¡Ser hija de un general y visitar las regiones que yo visito es casi contradictorio! Voy a las regiones más expuestas y nunca fui al colegio sola.

Erika festejó los 15 años en Virginia, Washington. Entonces planeaba una exitosa carrera en Administración de empresas. Hasta allá trasladaron esta vez a su papá. “Fue clave en mi vida. Como llegué avanzado el año escolar y no hablaba nada de inglés, me metieron a las clases ‘fáciles’ como arte, cerámica, fotografía. Y esas primeras clases... Creo que aprendí inglés rápido para poder estar allí y entender. Que me quitaran las palabras me obligó a pensar en imágenes.”

Sus primeros trabajos autorales fueron desnudos artísticos. Luego pasó a los cuerpos con cicatrices, cuando su mamá atravesó un cáncer. Por su marido judío llegó a sentir curiosidad por fotografiar las arrugas de las víctimas de la Shoá refugiadas en Colombia. “Por más que estuviera retratando cualquier tema, siempre terminaba capturando un momento íntimo y de soledad del personaje. Me preguntaba cómo logré esta imagen, cómo logré que me contara esto. Aprendí a mirar despacio a la gente. No creo que existan personas comunes. Todos tenemos alguna historia de felicidad, amor, supervivencia, y dolor.”

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
 
LAS12
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.