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Viernes, 15 de agosto de 2003

TENDENCIAS

¿Quién extraña a Rambo?

Es verdad, en la mayoría de los casos las malas siguen siendo morochas –y rebeldes–, las rubias tontas y enamoradizas y el gimnasio el templo en el que todas se arrodillan. Pero tampoco se puede despreciar el protagonismo de las chicas bravas en sagas de acción en las que antes sólo esperaban ser rescatadas. Ahora, además de defenderse solas, han logrado cachets más abultados que los de los varones.

 Por Mariana Enriquez


El género de acción siempre les perteneció a los hombres. Protagonistas y productores varones, público masculino, un imaginario hecho de músculos, armas, choques y explosiones atómicas. En ese universo entraban las mujeres, por lo general damiselas en apuros, rescatadas a último momento, ornamentales y curvilíneas, eternamente agradecidas al hombre de los brazos de hierro. Pero algo está cambiando en Hollywood. Comenzó el verano pasado con la primera entrega de Lara Croft: Tomb Raider y Los Angeles de Charlie y terminó de configurarse este año con las secuelas Lara Croft: Tomb Raider. La cuna de la vida, Los Angeles de Charlie: Full Throttle y Daredevil: El hombre sin miedo. La taquilla está dominada por heroínas de acción y actrices que cobran hasta veinte millones de dólares por desplegar belleza y kick-boxing en superproducciones recargadas. Lara Croft: Tomb Raider llegó a recaudar los trescientos millones de dólares. El caso de Los Angeles de Charlie es especial porque además quien produce la saga es Drew Barrymore, una de las protagonistas, lo que significa un cambio radical en una industria donde los hombres ocupan los puestos de poder real; la primera película recaudó 250 millones de dólares, y todo indica que la secuela superará esa cifra. Y el fenómeno no se limita al cine: en la televisión, la serie “Alias”, protagonizada por Jennifer Garner (29 años), bate record y la bella heroína-espía ganó un Emmy el año pasado; otra serie exitosa, “Birds of Prey”, tiene por protagonistas a tres heroínas, hijas de los superhéroes como Batman y Gatúbela.
Algo está claro: el tiempo de los héroes musculosos llegó a su fin, y no hay recambio. Sylvester Stallone ya es un hombre mayor que no sabe qué hacer con su carrera. Arnold tiene éxito con el imperecedero Terminator, pero parece mucho más interesado en salvar al estado de California de la hecatombe fiscal. Bruce Willis se está tomando un descanso; además, él fue quien contribuyó a la caída en desgracia del héroe todopoderoso cuando lo autoparodió en las últimas entregas de Duro de matar. James Bond y ahora Triple X (Vin Diesel) gozan de buena salud pero el espía seductor todo terreno nunca fue el héroe de acción a la norteamericana; siempre perteneció a otra categoría menos brutal, más sofisticada. Los nuevos héroes de acción son bellos, vulnerables y no tan viriles: Keanu Reeves como el sufrido Neo de Matrix, Ben Affleck como el ciego Daredevil-El hombre sin miedo y hasta el tierno de Tobey Maguire como El hombre araña. A los nuevos varones sensibles se les contraponen las chicas, algunas divertidas, otras trágicas, todas poderosas. Y mientras tanto, las feministas que analizan la industria cultural discuten si este cambio es revolucionario o si sólo se trata de un nuevo estereotipo para satisfacer la taquilla y proveer a los hombres de mujeres hermosas que ahora, en vez de suplicar, patean.

Angelicales
Cameron Diaz, Drew Barrymore y Lucy Liu se están divirtiendo muchísimo. Eso es casi todo lo que puede decirse de Los Angeles de Charlie: FullThrotlle, una película muy entretenida, completamente gratuita, llena de chistes internos y secuencias de acción vertiginosas y banales. Las chicas, al servicio del incorpóreo Charlie, tienen que encontrar unos anillos de titanio que llevan grabados los nombres de testigos protegidos. Pero la misión es apenas una excusa para que ellas se cambien de ropa por lo menos treinta veces, vuelen por el aire, demuestren que aprendieron kung-fu, hagan un strip tease, surfeen y manejen motos. Además, la película es el pretexto-vehículo para que Demi Moore, estupenda y firme como una roca a los cuarenta, vuelva a la pantalla grande con toda la gloria como la villana Madison. Es sintomático que el primer cameo sea de Bruce Willis, que muere a los dos minutos. A partir de ahí, todos los varones que aparecen, malignos o buenazos, son unos inútiles.
Es cierto, no hay un cambio profundo. Las chicas son enamoradizas. Natalie (Cameron Diaz) es una rubia preciosa, cándida y tonta. No usan armas, ni matan a nadie. No hay proclamas feministas. Pero sería ceguera no reconocer los matices, aportados especialmente por Drew Barrymore (Dylan), que por algo es la productora: Dylan no se enamora, se calienta; se la pasa ponderando la belleza de los muchachos, y el villano resulta ser un impresentable ex novio de su adolescencia. Está hermosa, pero está gordita, y eso no le impide ser tan o más sexy que las demás. Ella tomó la decisión de que los ángeles no usaran armas, para marcar una diferencia de género: los varones son los que hacen la guerra de verdad, ellas se las arreglan con las manos y no necesitan de instrumentos ortopédicos. La Barrymore, representante de la aristocracia de Hollywood, nieta de John Barrymore, ahijada de Steven Spielberg, madrina de Frances Bean Cobain (la hija de Kurt y Courtney) es la que imprime ironía y hace uso de su famoso pasado; es la sobreviviente y la hija de la industria, y su mano resignifica toda la puesta de Los Angeles de Charlie: las chicas son en efecto tontas, pero a propósito. Es un gran chiste el personaje de Jason, novio de Lucy Liu, que trabaja como... actor tonto de películas de acción. Pero muchos críticos no consideran que la ironía sea suficiente para perdonarles la vida. La mecha la encendió Leonard Goldberg, el productor original de la serie en los años ‘70, y coproductor de la última entrega. Según él, Los Angeles de Charlie marcó “el comienzo del empoderamiento de la mujer en la cultura pop”. Y estalló la polémica. La ensayista Anne Taylor Flemming escribió: “Las chicas están de vuelta a todo vapor, amasando una fortuna, en helicópteros y motos, risueñas y morales, con sus maravillosos movimientos y sus espectaculares abdominales, un trío de vengadoras angelicales, llegando a golpes de kick box hasta el cielo de la taquilla. Entonces, ¿por qué me ponen de mal humor? Porque la conclusión es que las mujeres tenemos que hacer lo mismo que los hombres. Tenemos igualdad para matar, patear y ahorcar. Estas chicas son las nietas tontas de Harry El Sucio. Su violencia es aceptable porque es de historieta, fácil de tragar. Al menos las películas de Clint Eastwood tenían alguna complejidad moral. Lo que molesta es que se venden como figuras de empoderamiento para las jóvenes. Empoderamiento es la palabra posfeminista para encubrir los excesos del marketing: éstos son los nuevos iconos, chicas de cuerpos perfectos que no toman prisioneros y usan bikinis y botox. Para ellas la liberación es que la vulgaridad sea una virtud tácita, y usan la violencia en nombre del empoderamiento. También significa que se puede ser risueña y aniñada en la mezcla, como una disculpa por esa fortaleza”.
“Los Angeles de Charlie”, la serie, siempre estuvo en el centro del debate feminista. Cuando se estrenó en 1976 con el recordado trío Farrah Fawcet, Jaclyn Smith y Kate Jackson, fue los miércoles a las 22 porque la cadena ABC notó que el 60 por ciento del público a esa hora eran mujeres. El productor Aaron Spelling aportó un presupuesto sin precedentes de $20.000 por capítulo para maquillaje, peluquería y ropa. En noviembre de1976 la serie llegaba a la tapa de Time. La periodista feminista Judith Coburn escribió: “Es uno de los programas más misóginos de la historia de la televisión. Supuestamente es sobre mujeres fuertes, pero perpetúa uno de los mitos más dañinos para la búsqueda de igualdad profesional: que las mujeres usan el sexo para conseguir lo que quieren, incluso en su trabajo. Además, es una versión del fiolo y sus chicas. Charlie las manda a resolver sus asuntos, y se queda con todos los beneficios”.
La serie llegó a su fin en junio de 1981, después de 109 episodios. Fue un intento de aprovechar el movimiento de la lucha de las mujeres, e incluso incluía guiños: Farrah Fawcet nunca usaba corpiño. A pesar de las objeciones, muchas feministas aceptaron que consiguió buenos cachets para actrices, y abrió el horario nocturno televisivo para el público femenino, al que se había ignorado a pesar de ser mayoría.
Este es el significado que la serie tuvo para muchos, inclusive Drew Barrymore. Aunque los Angeles originales eran objetos sexuales y chicas morales, atributos sexistas, había algo más: “Yo lo leía de otra manera, y encontraba elementos de inspiración y autonomía. Eran atléticas, atrevidas, y escapaban del tradicional lugar femenino, hasta donde podía llegar la televisión de los años setenta. Era cursi y gracioso, pero me hacía creer que las chicas podíamos ser y hacer lo que queríamos”. El homenaje de Barrymore llega a su clímax en Full Throttle cuando, hacia el final, aparece Jaclyn Smith, rodeada de un dorado halo mítico. Después de charlar con Jaclyn, Drew-Dylan toma la decisión de moler a golpes a un hombretón que, sentado en la barra, no hace más que tocarle el culo cada vez que ella se levanta para ir al baño.
Pero, ¿por qué buscar tanto subtexto cuando el texto está tan claro? Gracias a Los Angeles de Charlie las mujeres están ganando, por primera vez en la historia de Hollywood, salarios iguales o superiores a los de los astros varones. Y abre una posibilidad para que existan más mujeres en los lugares de decisión de la industria.

Tumbera
Lara Croft: Tomb Raider. La cuna de la vida está a punto de estrenarse en Argentina, y en Estados Unidos destroza la taquilla y catapulta a la bellísima Angelina Jolie a un estrellato sin precedentes. Lara es el personaje que Jolie nació para interpretar. La hija de Jon Voight es una actriz dúctil, pero también es un personaje público fascinante. Bisexual, amante de los tatuajes y la sangre, coleccionista de cuchillos, recién divorciada de Billy Bob Thornton después de un romance más que tórrido, Angelina acaba de adoptar a un niño camboyano, piensa comprarse una casa en la tierra de su hijo y trabaja para una ONG que se ocupa de los refugiados de guerra. Angelina es una mujer bastante extrema. Lara también: hija de un arqueólogo mítico, británica, vive en una mansión con un mayordomo y un genio de las computadoras que provee de escenarios virtuales para ella practique luchas con brutales enemigos, y recorre el mundo protegiendo reliquias poderosas que siempre están a punto de caer en manos de villanos inescrupulosos. Lara Croft es una mezcla de Indiana Jones con James Bond, sólo que los triplica en atractivo sexual. Y eso sólo puede hacerlo Angelina, la última mujer fatal.
En la primera película, Lara evitaba que los Iluminatti, una orden de hombres poderosos, se apoderara de un triángulo mágico que cambiaría el curso del tiempo. Viajaba a Camboya, Venecia y Rusia, ataviada en shorts y musculosa negra, armada hasta los dientes, con una larga trenza; rara vez se despeinaba. Lara maneja jeeps, se mete en ruinas como en su casa, habla cualquier idioma, nunca usa vestidos. Pero aunque es una profanadora de tumbas, es respetuosa de las otras culturas, y este dato es central para el subtexto feminista de Lara Croft: los hombres destrozan y sólo buscan poder y dinero; Lara busca la gloria y la eficacia y abraza lasdiferencias. Es la heroína para el bienpensante global. También es una máquina de precisión letal, y una sex symbol casi sobrenatural.
En la nueva película, Lara debe rescatar nada menos que la caja de Pandora de las manos de un villano loco, que quiere abrirla y desatar una plaga en el mundo, tema bastante arriesgado teniendo en cuenta la paranoia mundial sobre las armas biológicas. En su derrotero, viaja a Kenia, Hong Kong y Grecia, de la mano del director Jan de Bont.
Lara Croft es, originalmente, un personaje de videojuegos, muy exitoso desde su lanzamiento en 1996. Esa concepción virtual es la que tiene a las feministas trinando. Muchas creen que Lara Croft no es más que una nueva expresión de sexismo. Kathy Newman, feminista del Partido Socialisa Democrático norteamericano, lo resume así: “El cuerpo de Lara Croft, su cintura mínima, su enormes pechos, es una imposibilidad física. Es una Barbie de la era informática: una mujer con sus dimensiones no podría caminar, mucho menos salvar al mundo. Seguro, Lara se resiste a ser una dama, duerme a cualquier hombre de una piña y no sabe cocinar. Sin duda esto apela al deseo de las mujeres jóvenes de romper los moldes femeninos, pero no la convierte en un icono feminista. Es una creación de una industria sexista que vende productos que refuerzan la idea de la mujer como objeto sexual. Para ser una mujer fuerte, hay que ser Angelina Jolie. Hay que conformar el estereotipo de belleza de Hollywood, una camisa de fuerza tan opresiva como cualquier otra”. La analista Emma Tom, sin embargo, fue más práctica: “Es cierto, Lara tiene algunas irregularidades anatómicas. Pero sigue siendo una alternativa válida, y un posible icono feminista en la cultura pop. Prefiero ver a una mujer imposiblemente glamorosa que sabe cómo cuidarse a sí misma, antes que una que se sienta y chilla hasta que llega el hombre a resolverle sus problemas”.

Eléctricas
En televisión, las heroínas de acción ocupan un lugar privilegiado. La latina Jessica Alba protagoniza “Dark Angel”, como una superpoderosa genéticamente alterada. Sarah Michelle Gellar sigue vigente como Buffy la cazavampiros, una heroína con algo de sobrenatural que funciona como metáfora perfecta de angustia adolescente. Pero la estrella es Jennifer Garner, la protagonista de la serie “Alias” (puede verse por el canal AXN) y ahora la Elektra del film Daredevil-El hombre sin miedo. Es la primera actriz criada para ser heroína de acción. Angulosa y espectacular, salva a la fallida Daredevil con su sensual escena de entrenamiento, mientras suena Evanescense (un grupo de hard rock liderado por otra chica, Amy Lee) y ella patea bolsas de arena y gira en el aire, en una impresionante demostración de fitness. La escena de cortejo con Ben Affleck también es antológica: consiste en una juguetona pelea kung-fu donde queda claro que ella puede enamorar y matar al héroe. Elektra es, además, la glamorosa hija de un millonario. Para el personaje, Jennifer tuvo que usar vestidos deslumbrantes, y además hacer una rutina de cinco horas desde las 4.30 de la madrugada, con kick-box y tae-kwon-do, además de una dieta sin azúcar ni grasas. Nada muy diferente a lo que venía haciendo en la serie de TV. La Garner no tiene paz, y ella sola está convirtiendo al fitness en el nuevo glamour, algo que de alguna manera inició Madonna, con su trabajado y esforzado físico de gimnasio.
En “Alias”, Garner es Sidney Bristow, una estudiante universitaria que les dice a sus compañeros que trabaja en un banco, cuando en realidad es una agente que trabaja tanto para la CIA como para la SD-6, una agencia renegada que trabaja en contra de... la CIA. La serie es un gran producto, especialmente desde la aparición de la madre de Sidney, la sensual Lena Olin (La insoportable levedad del ser), una traidora agente de la KGB. Los productores usan a Garner como una muñeca: su cuerpo acepta cualquier disfraz y pelea; el guión usa la doble vida de Sidney como una metáforapara el conflicto emocional. Ya ganó varios Emmy, y un Globo de Oro para Jennifer como mejor actriz.
A Daredevil no le fue tan bien, pero el público adoró a Elektra. El problema es que la heroína muere, y los productores están devanándose los sesos: ¿la solución será una precuela, con Elektra como protagonista, o sencillamente la harán volver de la muerte? No se sabe, pero sí está claro que, si hay segunda parte de Daredevil, será sólo para volver a ver a Elektra.
La crítica está fascinada con Jennifer Garner, y aún no truenan las objeciones. Tímidamente, algunos se atreven a apuntar que la moral del esfuerzo, estos cuerpos aceitados y listos para todo, son otra forma de encorsetar a las mujeres, que ahora no pueden echarse a engordar en paz. Habrá que esperar para comprobar si la era de las heroínas karatecas es pasajera, o si llegó para convertirse en un nuevo modelo, otra forma de ser mujer en el caprichoso mundo de Hollywood.

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