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Viernes, 31 de agosto de 2012

PANTALLA PLANA

Sos mi chongo

Costumbrismo, relato clásico de amor interclase y una pizca de soft porno es lo que promete la nueva telenovela del 13, con Luciano Castro y Celeste Cid.

 Por Marina Yuszczuk

Desde la mitología griega hasta las modernísimas películas de superhéroes, pasando por una Edad Media donde no tenía sentido ser un caballero si no había una chica que necesitara ser rescatada, la damisela en apuros es un motivo muy transparente con respecto a los roles asignados al hombre y la mujer, que está a un pasito del sexo y lo metaforiza (no por nada en el porno, que es el género de la sinceridad, existe la típica historia del plomero, bombero o policía, o del macho que ayuda a cambiar una rueda, y de esa manifestación de virilidad a exhibir una erección hay una continuidad más que esperada). Sos mi hombre, la nueva telenovela del Trece protagonizada por Celeste Cid y Luciano Castro, se viene promocionando desde hace unos meses con la imagen de Castro vestido de bombero y cargándola a ella contra un fondo de llamas. Los músculos súper trabajados de él y el bretelito caído de Celeste son más que elocuentes, y algo de eso es lo que se vio en el primer capítulo, cuando Ringo (Castro) la rescató de entre las llamas en el comedor para niños carenciados en el que Camila (Cid) es voluntaria, como buena médica-pediatra-de-clase-alta-pero-de-buen-corazón que es.

Sin embargo, las cosas son un poco más complicadas en el mundo de ficción que propone la tira (por no decir, directamente, desordenadas): Camila no es del todo una damisela en apuros, es además una profesional capaz de renunciar a su trabajo porque no la dejan seguir adelante con una investigación sobre una supuesta contaminación que hace enfermar a los chicos en el área del Delta. También tiene el cuerpito diminuto pero la voz grave y un poco rea de Celeste Cid, y así como es guapa para mandar a la mierda a su jefe, no deja de ser la hija un poco boba de una familia con mucha, mucha plata (le copa por ejemplo tropezarse y que Ringo la ayude y decir cosas como “qué bueno tener a alguien que me agarre cuando me caigo”). Ringo tampoco es tan bombero como parece; más bien es algo que hace a veces como voluntario (y él no llega en camión de bomberos al incendio, ¡llega en moto!) cuando no trabaja como modelo vivo en una academia de pintura –en cuero, claro, y las chicas que pintan se relamen–, como changas que hace para mantener a su hijito Santino. Y se sabe que tiene un pasado como boxeador (y cierta preferencia por las ocupaciones que le permiten hacer de chongo, al parecer).

Eso, hasta que Camila, agradecidísima por el rescate en el que casi pierde la vida por entrar a salvar a un nenito que en realidad estaba en otra parte (y sin siquiera taparse la boca preventivamente, ella que es médica) le consigue trabajo como seguridad en su propia mansión, cosa de tenerlo bien a mano para espiarlo y coquetearle por la ventana, mal que le pese al prometido de ella. La propia hermana de Camila también se calienta con Ringo, todas se calientan con Ringo, aunque tenga la voz y la expresión profundamente boba de Luciano Castro, porque, claro, las chicas no pueden dejar de responder a los estímulos groseros y soft porn de un musculoso en musculosa. Y así se escribe la historia, en estos primeros capítulos de Sos mi hombre: mientras tanto Ringo le pelea la tenencia de su hijo a la malvada ex (Eugenia Tobal), casada con el villano y boxeador que hace Joaquín Furriel, y Rosa (Jimena Barón) intenta que la acepten en el gimnasio que atiende el Puma Goity. Está por verse si en las próximas semanas se consigue articular con un poco más de solidez todo ese mundo del boxeo con el del cuartel de bomberos y con el comedor y el lío del laboratorio y la contaminación en el Delta. Por ahora, hay dos cosas que están bastante claras: que a juzgar por Graduados y Sos mi hombre parece que la tendencia es a que las chicas tengan plata y los varones vivan con la madre, y que en el medio de tanta berretez e inconsistencia, a la segunda no le va a quedar otra que capitalizar tanto músculo inflado y tanta fantasía sexual interclase, como para poner todas sus fichas en el sexo.

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