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Viernes, 21 de septiembre de 2012

RESCATES

La amazona

Elisa Petzold
1847- ¿?

 Por Marisa Avigliano

La encerraron para que dejara de pensar en los caballos, pero fue una decisión inútil que sólo postergó lo ineludible. En el silencio del claustro Elisa repetía incansable que no quería ser una dama burguesa de salones austríacos sino una amazona de circo. Implacable en su pedido, declaraba ante cualquiera que intentara usar las horas de visita para convencerla con un vals que ella iba a vivir sobre un caballo y que poder montarlo a su antojo iba a ser sólo una cuestión de tiempo. Tardó un año en convencer a sus padres para que la sacaran del convento y mucho menos en entrar al circo Loisset (el mismo circo donde, según escribió un biógrafo adelantado, también trabajó Rimbaud). Poco después, en noviembre de 1879, debutó –recomendada por un coronel de la caballería prusiana, el conde Schmettow– en el Royal Circus Ernest Renz y, casi con la misma facilidad con la que saltaba en el escenario de arena, la figurita en ascenso se convirtió en protagonista. Muy erguida sobre Convy –un poderoso caballo pequeño–, haciendo en cada una de sus presentaciones movimientos cada vez más complejos, manteniendo siempre pasos regulares y buen ritmo, la amazona nacida en Toeplitz se mudó a uno de los carromatos del circo itinerante que triunfaba en París, Hamburgo, Dresden y Berlín. Mientras tanto, en otra gira, una litografía suya hecha por el maestro del cartelismo Jules Chéret recorría los salones de Europa. Las hazañas de la estrella del peligroso espectáculo ecuestre (una de las hijas de Loisset murió durante una exhibición) llegaron a oídos de Elizabeth, la emperatriz de Austria (el mito romántico, la Sissí de Romy Schneider), que no sólo le regaló su mejor caballo (bautizado Lord Byron) sino que mandó construir especialmente un picadero en el patio de los talabarteros, la eligió como instructora personal y, según algunas voces de la corte, en su amante secreta. Conocida entonces como Elisa de Viena, la joven austríaca se transformó en la reina hípica, aunque siempre tuvo que defender el trono frente a sus eternas rivales Emilie Loisset y Anna Fillis. En las crónicas del combate, sin embargo siempre es la singularidad de Elisa la que se destaca, “formando un dúo armónico con su caballo, desafiando cualquier obstáculo en el camino (...); por el modo en que montaba daba la ilusión de estar arriba de un caballo sin silla de montar” y la que parece no poner en riesgo la corona. Cuando ya nadie parecía alcanzarla, Lord Byron murió envenenado. Ya sin su caballo, la silueta de Elisa se pierde en biografías incompletas, hasta que aparece inesperadamente casada con el conde de Blachère. Un matrimonio peregrino y una decisión más inesperada aún para la ahora condesa que se aleja de las áreas circulares, abandona su vocación y se recluye. Algunos diarios señalan que murió muy joven en París en 1882; otros, en cambio, aseguran que vivió apartada del mundo civilizado hasta cumplir los ochenta años. La musa de poetas y pintores (como Edmond Grandjean por ejemplo), la enamorada oculta del palacio vienés, no dejó pista certera sobre su paradero, apenas una carraspera como pacto de silencio ante la muerte súbita y violenta, como si el veneno hubiese quedado guardado en una manga de su traje de gala resignado hasta que llegue el día, como si su despedida del universo circense estuviera unida a la pérdida de un reino que era para Byron. ¿Pasarán caballos a la hora justa de los sonetos fúnebres?

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