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Viernes, 28 de septiembre de 2012

DEBATES

En el nombre de Eva

La escritora italiana Michela Murgia visitó la Argentina para presentar su libro Y la Iglesia inventó a la mujer, en donde critica la misoginia católica, muestra los matices de una institución que cataloga en retroceso, narra la historia de los símbolos femeninos como Eva y María y actualiza el machismo llevado adelante por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

 Por Luciana Peker

La mujer, una de las muchas, una que ni siquiera se sabía quién era, escuchaba la conferencia sobre “Mujer e Iglesia: ¿es posible una reparación?” que se realizaba en Austis, el 8 de marzo del 2009. Ella, en silencio hasta ese momento, le replicó con su frase a un joven párroco del pueblo que intentaba sostener que la Iglesia no tenía nada que reparar con sus feligresas porque ellas tenían una alta participación en su Iglesia.

Hasta que el grito llegó: “¡Per pulire, don Marco!”. Ese era, para la creyente, el lugar que le daban en la Iglesia: el de la limpieza.

El párroco se quedó callado. Las mujeres, no sólo una, empezaron a hablar de sus experiencias, a preguntar y a relatar. El claro lugar de limpieza de la mujer en la Iglesia fue un punto y aparte en esa conferencia. Pero también para una de las expositoras, Michela Murgia, que a partir de ese 8 de marzo empezó a escribir Y la Iglesia inventó a la mujer, que Salamandra editó en la Argentina. “Este libro nació aquella noche. Todas y cada una de sus páginas han sido elaboradas imaginando los ojos curiosos de aquellas mujeres y sus preguntas precisas, fecundas, tanto más necesarias cuanto menos posible era darles respuestas exactas”, relata Michela que nació y vive en Cerdeña, estudió Teología y escribió una exitosa novela, La acabadora, con la que ganó el premio literario Campiello.

En su libro es muy crítica de la Iglesia. ¿Se sigue sintiendo parte de la institución?

–Me defino como católica. El libro es una contribución crítica a la mejora de la Iglesia, no a su destrucción. Es uno de los motivos por el que ha sido bien recibido en el ámbito eclesiástico. En cambio, muchas críticas me llegaron de la izquierda italiana porque, según ellos, no tengo coherencia, ya que no puedo criticar una institución de la cual no salgo. Es una visión un poco maniquea de la vida.

¿Otra Iglesia es posible?

–Es posible una Iglesia en el que el lugar de la mujer no sea el puesto de limpieza. No es verdad que la Iglesia haya sido siempre igual a lo largo del siglo: ha cambiado muchas veces de condición. No es una fuerza de cambio, es una fuerza de condición. Se mueve solamente cuando la fuerza que la empuja es más grande que su propia resistencia. Y creo que esto es lo que las mujeres feministas dentro de la Iglesia buscan hacer: ser el motor de ese empuje. Se ha hecho ya mucho. Llevar a Juan Pablo II a escribir una encíclica –Mulieris Dignitate– sobre las mujeres fue mucho.

Cuando analizás esa encíclica decís que Juan Pablo II habla bien de las mujeres pero siempre que estén en una actitud servicial...

–Es muy importante la invención del genio femenino –en una expresión que significa no igualdad o normalidad– por Juan Pablo II. El identificó la teoría feminista que le venía más cómoda, no la igualdad, sino la de la diferencia. Las feministas italianas han seguido la teoría de la diferencia. Juan Pablo II tomó esa teoría y dijo: “Es verdad, las mujeres son diferentes porque las mujeres son especiales”. Hasta aquel momento la Iglesia dijo: “Serás una figura de servicio, de ayuda, porque sos culpable de la caída, tu género tiene la culpa del pecado original, con Eva”. Pero Juan Pablo II afirmó: “Tú tienes que servir, pero no porque sos culpable, sino porque sos mejor, porque puedes cargar este peso”. Y yo siento mucho esto porque soy de Cerdeña y pasa lo mismo con la relación entre los italianos y nosotros. Cada vez que se nos dijo que somos especiales fue para mandarnos a la trinchera en la guerra, porque “ustedes son especiales”. La palabra especial es una excusa para decir “estén sometidos porque valen menos”.

¿Con Juan Pablo II y Benedicto XVI hubo un retroceso en la Iglesia?

–En el sentimiento popular son dos papas distintos. En la percepción de la gente Juan Pablo II era un Papa abierto, dinámico y moderno y eso era verdad para algunas cosas como el ecumenismo y la relación política. No es verdad para otras cosas como para la gestión interna de la Iglesia, que se tornó más jerárquica. El Concilio Vaticano II había instituido una asamblea de obispos que tenían poderes normativos y podían hacer doctrina. Juan Pablo II dijo que los obispos no pueden hacer doctrina, sólo pueden ser consultivos y luego dejó de convocarlos. La Iglesia de América latina lo sabe muy bien, con la persecución de la Teología de la Liberación. El terror que él tenía de la Teología de la Liberación lo convenció de quitar poderes. Y él era un gran concentrador. En todos esos años Joseph Ratzinger fue su brazo derecho, el ministro del Interior, el prefecto de Juan Pablo II y que Ratzinger haya sido el perro de guardia quiere decir que Juan Pablo II era una cara y Ratzinger otra, y cuando asumió se dio una perfecta continuidad. Pero antes hacían el juego del policía bueno y el policía malo. Juan Pablo II celebró una misa en el Vaticano donde estaban los originarios de la Isla de Pascua y todo el mundo decía: “La Iglesia se ha vuelto multicultural”, pero dos semanas después, la doctrina de la fe hace un documento contra la derivación folclórica en una liturgia. De una parte, Juan Pablo II era el policía bueno con la apertura y Ratzinger era el policía malo y clausuraba. Sólo que la apertura tenía un gran eco mediático y la otra la veían sólo quienes trabajaban dentro de la Iglesia.

¿Por qué seguís siendo católica?

–No creo que sea ninguna contradicción criticar los defectos de la Iglesia y recordar que el Evangelio es más grande que la Iglesia.

¿Te sirve tener fe?

–Si quisiera liberarme no lo podría hacer. A veces pienso que mi vida sería más fácil si no tuviera fe.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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