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Viernes, 16 de noviembre de 2012

PANTALLA PLANA

Perreo del bueno

Chica mala y chica buena se necesitan para sobrevivir en la jungla de Nueva York, aunque la verdad duela.

 Por Marina Yuszczuk

De acuerdo con los usos y costumbres de cada región, el bestiario femenino se compone de una determinada cantidad de especies que generalmente incluyen a la perra, la gata, la loba, la leona, la yegua, la víbora y la mosquita muerta, como mínimo. Está claro que, de todas estas criaturas mitológicas, la única que lleva las de ganar en el aprecio popular es la leona –muchas veces una madre que pelea para ganarse la vida y defender a la cría contra viento y marea, para seguir acumulando frases hechas–, mientras que las demás son etiquetas que se ponen frente a cada estereotipo a modo de advertencia. Es que la gata seduce pero también puede clavar las garras, la loba puede comerte vivo de un zarpazo, la yegua se retoba y está siempre un poco desbocada respecto de las cualidades esperadas en el alma femenina, y ni hablar de la víbora con su veneno sutil o la mosquita muerta que se finge inocente –incluso recurriendo muchas veces a las famosas lágrimas de cocodrilo– pero en realidad es una loba disfrazada de cordero. Sí, el zoológico femenino es amplio y en general es de temer, porque parece que todos sus animalitos comparten el mismo problema y es que no cuadran con la imagen dulce, sumisa y amorosa de mujer que parece ser la única que se mantiene en dos patas y con figura humana.

Apartment 23, o en realidad y como reza el título completo, Don’t trust the bitch in apartment 23 (algo así como No confíes en la perra del 23), se anima a proclamar desde el principio que su tema, encarnado en una morocha más que atractiva, es la tan proclamada “perrez” de la perra. Eso que los norteamericanos llaman “bitchiness”, y que probablemente nosotros tomamos prestado para reemplazar el más casero y violento título de “puta”, que también traduce a “bitch”. La perra en cuestión es Chloe McGruff (Krysten Ritter), una chica con nombre de mascota aristocrática y apellido de ladrido, de profesión dudosa y buen pasar económico, que se dedica sobre todo a cambiarse de ropa, salir y divertirse. Esbelta como un galgo y con algo de la elegancia de Audrey Hepburn en su fase de flequillo cortado al ras, Chloe es cool y altanera y no parece tener otro amigo más que James Van Der Beek, el chico que saltó a la fama como el Dawson de Dawson’s Creek y todavía pretende vivir de esa gloria pasada, y que es tan narcisista como ella. De amigas mujeres, ni hablar –la perra es difícilmente compatible con otras de su mismo género–, hasta que irrumpe en la vida de Chloe la contraparte necesaria en una serie que, después de todo, se centra en la amistad femenina.

Esa otra cara de la moneda es June (Dreama Walker), una rubiecita provinciana que llega a Nueva York con la ilusión de un trabajo en Wall Street y de cumplir con el plan de vida que tiene perfectamente trazado desde chica: triunfar en lo laboral, casarse con su prometido y empezar lo antes posible a tener hijos. June es una gatita dulce, cálida y familiera que cae en las garras de Chloe cuando el fracaso profesional la lleva a trabajar en una cafetería y compartir departamento. Y el contacto con Chloe resulta revelador desde el principio, porque no sólo le muestra a June cómo es la vida de una chica popular de la ciudad, sino que también le hace saber quién es en realidad el chico con el que piensa casarse, cuando Chloe se lo transa en sus narices y en el día de su cumpleaños, como un favor, sólo para demostrarle que él la engaña. Las dos figuras contrapuestas invitan por supuesto a imaginar una especie de balance progresivo por el que June, a pesar de esa cara de ardillita entusiasmada, aprenda a ser menos ingenua, y Chloe pueda demostrar que en realidad esconde un corazón de oro. Pero Apartment 23 resulta menos obvia y más incómoda de lo esperado: al menos en la primera temporada que se pudo ver en Fox, la perra sigue siendo una perra –y por eso mismo, uno de los personajes más raros y corrosivos en la fauna de las sitcom– y parece bastante alejada de ese sueño moral de “humanizarse”.

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