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Viernes, 14 de diciembre de 2012

MONDO FISHION

La revolución de los bordados

 Por Victoria Lescano

Vestida con un atuendo victoriano cuidadosamente elegido para la ocasión, la escritora Laura Ramos abrió las puertas de su estudio, lo más parecido a una cabaña devenida galería de arte con tazas de té de su colección vintage no heredada y una receta de scons sí heredada de su abuela judía paterna. Como parte de la instalación, el escritorio en el cual Jorge Abelardo Ramos –su padre– escribió diversos tratados sobre la revolución latinoamericana apareció atiborrado de un inventario en pos de otra revolución: la de los álbumes de señoritas, con sus tratados de punto frivolité, las láminas de bordados y, entre ellos, un canasto símil panera que contenía carreteles de hilo Tomasito, junto a una pequeña máquina de coser en tono rosa Dior. La muestra de bordados denominada “Mi ser íntimo” y anunciada con el seudónimo de Elisa fue la coartada para exhibir una serie de obras textiles consagradas a su devoción por la literatura de Charles Dickens. De ahí que los bastidores circulares dispuestos sobre las paredes, cual si se tratase de los motivos de una colección de moda con anclaje victoriano, reunieron las siguientes obras: Oda al hijo de la Parroquia, Oliverio funda el capitalismo, El deleite del Mal, Oda a los ruiseñores muertos, Las flores crecen cuando están secas, Mi ser íntimo, El delicioso hogar de la pequeña Dorrit, La niña madre, la madreniña (corresponde aclarar que muchos de ellos fueron realizados con textiles añejos, en su mayoría pañuelos que pertenecieron a Perla Raijman y en representación del ajuar de la boda de la señorita Havisham). El icono de la puesta fue el simulacro de reloj textil, cuyas agujas se detuvieron a las nueve menos veinte, la hora exacta en que se iba a celebrar la boda de Havisham antes de que su novio la abandonase.

Tal fue el escenario en que en un atardecer de diciembre tomaban el té con scones y sándwiches de pepino las editoras Amalia Sato, Marta Dillon, Liliana Viola, los artistas Luna Paiva, Lux Lindner y Guillermo Kuitca, los escritores Alan Pauls y Daniel Link, los diseñadores Valeria Pesqueira y Marcelo López, la cineasta Albertina Carri, la dibujante Maitena Burundarena –entre muchos otros invitados y un vasto club de devotas del petit point, léase punto cruz– encabezado por Guillermina Baiguera, maestra de bordados de Ramos y directora de arte de la puesta.

Fundamentó Elisa: “Pocos días antes de que en Inglaterra terminara los fastuosos jubileos que motivó el bicentenario de Charles Dickens, en mi taller de Villa Ortúzar terminé las últimas puntadas de petit point con que bordé el hogar de David Copperfield malogrado por su padrastro, el señor Murdstone. Decidí presentar once bordados en mi gabinete de trabajo, una cabaña construida con madera recuperada del desván de la casa inglesa emplazada antiguamente en el predio. La temperatura fue enfriada artificialmente a 16 grados y caldeada por medio de una salamandra de hierro con leña de pino hachada de la arboleda centenaria que rodea a la construcción. Esta artificiosidad parte de un concepto que encuentra su simetría en los injertos, adaptaciones, resúmenes y mutilaciones infantilizadas del corpus dickensiano que llegó al Río de la Plata. Ya sea porque la labor de punto es la ocupación con la que se gana la vida la pequeña Dorrit, o Dorritita, para sostener las necesidades de su familia recluida en la prisión para deudores de Marshalea, ya sea porque el formato bordado se ajusta cómodamente a los términos decimonónicos, en un rincón de Sudamérica Dickens es homenajeado en sus propios términos. El material elegido fue hilo de algodón y de lúrex, junto a aros de madera y linos en color crudo, negro y marrón”. Acto seguido, Ramos ensayó un pequeño glosario acerca de los puntos implícitos en el homenaje: “El punto escapulario, aplicado para la confección del hogar de la familia Dorrit en la prisión de deudores, respondió al significado devocional que tal suministro tiene para ciertas congregaciones religiosas. El punto cordón con el que bordé el uniforme del señor Bumble alude al lujo y la opulencia pero también, por la dedicación y el tiempo que me exigió, al trabajo fabril en la era industrial. En la repetición del punto cordón, bordado durante seis meses, intenté evocar la operatoria de los obreros tejedores de Inglaterra del siglo XIX. Desde la indumentaria de Oliverio procuré resaltar su carácter de huérfano, su desamparo, las huellas de hollín y de las lágrimas.”

Para luego agregar acerca de la paleta cromática en tonos ocres, grises y dorados y otros recursos omnipresentes en su cruza de labores con literatura: “Considero que obró más como medio de producción que como motivo dramático”. Destacó que el hilo de oro, comprado en la Casa Raquel del barrio de Once, se aplicó a las jaulas en las que la señorita Flite encerraba a sus pájaros con la promesa de liberarlos cuando se resolviera el juicio de Casa Desolada. Y también que para transmitir la idea de decrepitud de esas jaulas cuyos ocupantes iban muriendo para ser reemplazados por otros sin que el juicio se resolviera, el lienzo ya bordado con el hilo dorado fue dejado una noche de inundación a la intemperie entre los arbustos de su bosque privado (un método que recuerda a ardides de los experimentales de la moda liderados por Hussein Chalayan).

Las labores ajenas fueron abordadas y documentadas por la escritora y bordadora tanto en su columna de moda, usos y costumbres “Buenos Aires me mata”, en el libro Corazones en llamas, la novela Retrato de una niña anticuada y actualmente esa mirada continúa en su sección “Cuadernos Privados”. Pero a fines de 2011, Laura sumó otro componente exótico a su galería de excentricidades: comenzó a desplazarse, acompañada de un kit de telas lo más parecido a trapos de insólita procedencia, agujas e hilos de bordar. Acerca de su compulsión por el bordado, estipula: “El bordado me llevó a poner en acto una fantasía de mi infancia y de toda mi vida: ser una heroína de mis novelas. Cuando llegué a la galería Formosa bordando en compañía de otras bordadoras, en silencio, poniendo mi esfuerzo en clavar la aguja en el petit point, estaba siendo la pequeña Dorrit, ya no estaba pensando en ella ni escribiendo sobre ella, era ella. Actuar la pequeña Dorrit, ser Esther Summerson, habitar tanto a la pequeña Nell como a Agnes Wickfield, la señorita Havisham y Dora Spenlow Me bordo a mí misma, yo soy Elisa la bordadora, mi creación, mi utopía”.

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Imagen: Gabriela Schevac
 
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