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Sábado, 30 de marzo de 2013

RESCATES

EDUCAR PARA LA LIBERTAD

María Montessori
(1870-1952)

 Por Marisa Avigliano

Hija de un soldado y de una mujer rica, María nació en Chiravalle, una comuna de la provincia de Ancona, el 31 de agosto de 1870. A los trece años empezó a estudiar ingeniería en una escuela técnica pero abandonó los cálculos matemáticos y se mudó a medicina (a pesar de la desaprobación de su padre –nunca la de su madre– y de la mayoría de los académicos ingresó en la Universidad de Roma La Sapienza) donde en 1896 se convirtió con diploma en mano en la primera médica de la península. La joven asistente de cirugía del hospital de niños descubrió que le interesaban los chicos “anormales”, esos a los que era casi imposible educar y para ellos creó un sistema especial de lectura y escritura que enseñaba sin repetición –impensable en la época– y que promovía el conocimiento respetando el tiempo de cada uno de los alumnos: “mirar se convierte en leer, tocar se convierte en escribir”. En el barrio San Lorenzo de Roma (que nada tenía que ver con el estilo neoyorquino de village a la romana que ostenta ahora), María entretenía a los chicos que todavía no iban a la escuela con cubos, argollas y bolos, los entretenía (también los estudiaba) y por sobre todas las cosas los escuchaba, un ejercicio que en aquellos tiempos no se le ocurría a ningún maestro. “Un niño no asimila si no se comprende a sí mismo”, explicaba María mientras el juego infantil de San Lorenzo se extendía por las calles y la hacía cada vez más famosa. La voz de María se escuchaba fuerte en el Hospital San Giovanni, en el Colegio de Mujeres de Roma donde enseñaba higiene, en las cenáculos feministas de Berlín y de Londres y en el Congreso Educacional de Turín sobre la enseñanza a los discapacitados. Poco después la nombraron directora de la Scuola Magistral Ortofrenica, una dirección que María compartió con el Giuseppe Montesano con quien tuvo un hijo (Mario Montessori, 1898-1982), pero el doctor Montesano nunca hizo pública la relación amorosa ni la paternidad y se casó con otra mujer. María dejó el cargo y volvió a la facultad a estudiar psicología y filosofía. La mujer que había logrado que varios de sus alumnos de ocho años con diferentes discapacidades aprobaran con muy buenas notas los exámenes estatales de alfabetismo era artífice del “primer milagro Montessori”. El Día de Reyes de 1907 abrió las puertas de su propia escuela, la Casa del Bambini (construida como parte de la reurbanización de un barrio pobre). En menos de un año, la Italia pedagógica sólo hablaba de ella y de su método. Estimular, jugar, verbos demasiado comunes en los objetivos escolares en nuestros días eran absolutamente innovadores y revolucionarios en tiempos de María. Como Mussolini cerró sus escuelas –ella se negó a educar a los niños como soldados– se fue a España pero la Guerra Civil del ’36 la expulsó a Inglaterra y después a la India, donde vivió hasta 1947 cuando se mudó con su hijo a Holanda donde funcionaba la cede de AMI (Asociación Montessori International) y donde murió el 6 de mayo de 1952. Escuelas de todo el mundo llevan su nombre y siguen su método, “educar por la paz” era su lema final y la faja con la que se presentaban sus libros (traducidos a más de veinte idiomas). Sin embargo, cuando se le preguntaba por su vocación ella aseguraba que sin el amparo de Renilde Stoppani, su madre, una defensora de la liberación italiana, no hubiera rebasado nunca el círculo burgués y católico en el que vivía ni hubiera creado un modo de educar para la libertad.

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