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Viernes, 19 de abril de 2013

CINE

Cómo criar un animalito independiente

Alicia Scherson ya no se siente tan sola en el universo del cine chileno, cada vez hay más mujeres dirigiendo y más películas en general. Eso alienta a esta bióloga devenida cineasta que acaba de presentar su tercer film –premiado en Rotterdam y Sundance–, Il futuro, sobre la primera novela de Roberto Bolaño. Sobre cómo dialogan las ciencias duras y la ficción, el guión original y la adaptación y ese momento de extrema fragilidad de una idea que es, justamente, empezar a concretarla trata este diálogo que invita a buscar y ver sus películas.

 Por Rosario Bléfari

Este año el cine chileno tuvo un lugar especial en el Bafici. Entre las películas que se pudieron ver estuvo Il futuro, tercer largometraje de Alicia Scherson, quien adaptó una novelita lumpen de Roberto Bolaño, primera obra del escritor chileno llevada al cine. Dos jóvenes hermanos pierden a sus padres en un accidente. Abandonados a su suerte, huérfanos en la Roma actual, inician una extraña aventura peligrosa donde el duelo, la torpeza y un camino al borde del ridículo signan sus días.

Alicia Scherson nació en el setenta y cuatro y se graduó como bióloga antes de estudiar cine en la Eictv cubana y bellas artes en la Universidad de Illinois, en Chicago. Primero fue Play en el 2005, después Turistas en el 2009. Este año, antes de llegar a Buenos Aires, estrenó Il futuro en Sundance y obtuvo el premio de la crítica KNF en el Festival de Rotterdam. Los chilenos podrán verla en las salas de Santiago el 6 de junio.

Así como se advierte la inquietud científica en cierta observación en tu película Turistas, me pregunto cómo se manifestaba la artística mientras estudiabas la carrera de biología, antes de hacer cine.

–Lo que se manifestaba era la total confusión de múltiples intereses que competían y la frustración de una educación tradicional-profesionalizante en la que esa multiplicidad está prohibida. Llenaba mi horario de “actividades extraprogramáticas” desde cursos de fotografía blanco y negro, clases de francés, edición de la revista de la escuela, talleres de cine, proyecciones 16mm de películas alemanas, cosas así... universitarias. Pero me entretenía mucho la ciencia; en todo caso, no sufría con eso, sólo sufría porque veía que era un túnel que se estrechaba progresivamente, se reducía a la especialidad más minúscula. Los únicos científicos que se permitían miradas universales eran los viejos sabios y yo no tenía paciencia para eso.

Estudiar la vida, las relaciones entre sus distintos elementos, primero se te dio por ese acercamiento y luego el del cine. ¿Cuánto tuvo que ver tu formación materialista, la que contabas una vez, de un hogar donde era burlado quien invocara a Dios, por ejemplo? ¿Cómo actúa la adolescencia o la rebeldía de la juventud en un ambiente liberal y propicio para el desarrollo intelectual junto con la necesidad de encontrar un camino al costado de los valores familiares? ¿El arte puede ser un elemento inestable para un espíritu crítico y racional?

–Uf, ¡qué difícil!, está para mi analista esta pregunta. Creo que el arte contemporáneo y más aun el cine son terrenos muy propicios para esa mezcla de la que hablas, de mi formación o malformación. Yo sentía que había caído al cine por casualidad. Cuando me fui a Cuba becada, a los 20, salí feliz de una vida chilena un poco aburrida en la que estaba y le dije a mi mejor amiga en secreto: “Si me hubieran becado para estudiar cerámica en frío igual me iba”. Con el tiempo, en cambio, he ido entendiendo que el cine estaba hecho muy a la medida de mi personalidad. Esa multiplicidad –que en su versión enferma es una gran dispersión y en la más virtuosa es una hermosa universalidad– es necesaria para enfrentarse a los procesos del cine independiente: del silencio introspectivo y solitario de la escritura de guión, llegas al filtro pragmático del presupuesto, pasando por la extroversión charlatana de las relaciones públicas durante el financiamiento, para renacer con el entusiasmo de un boy scout durante el rodaje y de vuelta a la concentración íntima del montaje y la posproducción, para caer al final en la exhibición desvergonzada de la promoción de la película terminada. Ese ciclo demencial se repite cada 3 o 4 años, asegurándote que cada parte de tu cerebro se mantenga activa. Nunca se vuelve aburrido, ésa es la parte buena. La mala... mejor no pensar en la mala.

¿En qué medida son tus obras una respuesta a la visión que establece esa divisoria, plantean una forma de mostrar que no son incompatibles? ¿Cómo aparece este eje, si es que aparece, en “el futuro”?

–En el armado de personajes y sobre todo en el trabajo sobre esa cosa misteriosa que se llama el “tono” me gusta mucho mantenerme en un equilibrio inestable y a menudo peligroso. Caminar justo sobre ciertas líneas divisorias entre categorías dadas, que considero cuestionables. Por ejemplo la línea entre la distancia y la empatía. Entre la emoción y la comprensión. Entre el truco y la explicación. Me encanta, como espectadora y como directora, investigar en ese pacto película-público que implica siempre la ficción, ese creerse el cuento aunque sepamos que es cuento. Creo que el arte tiene la obligación de ser autoconsciente de ese pacto, pero es justo allí donde hay grados y en esos grados es donde se juega el equilibrio, el que la cosa funcione o no funcione. En Il futuro eso se explicita aún más por el origen literario. No sólo es ficción, es una ficción de otro. Es realmente un cuento siendo contado –con voz en off y todo–. Entonces todos los elementos tienen que remar para el mismo lado, todos deben intentar mantenerse en esa cuerda floja, la música, el encuadre, el tipo de actuación, de modo que el espectador sienta y entienda al mismo tiempo, sin distinción, y la película sea finalmente una experiencia. Esa es siempre la ambición última.

Sobre Una novelita lumpen y su adaptación, ¿cómo hiciste el trabajo de guión?

–Lo escribí sola y fui bastante literal en las acciones. Era un libro de muchos pequeños eventos y con una estructura muy concreta, eso facilitó las cosas. Mi trabajo más difícil fue encontrar esos mundos que eran clarísimos en el universo literario, en cosas físicas, filmables. O sea casting, locaciones, ambientaciones. Allí el trabajo es un poco a la inversa del guión original. Cuando escribes por primera vez, el mundo se va materializando a medida que escribes. Aquí, el mundo preexistía y hubo que buscar una materialidad que lo contuviera. Estoy feliz de haber encontrado los rostros, las voces, las luces, los colores de los ambientes, en ese proceso todo el equipo sintonizó. Al final de la primera semana de rodaje, Ricardo de Angelis, el director de foto con quien siempre trabajo, me dijo: apareció la película. Y era cierto. Un día nos dimos cuenta de que ese mundo ya existía.

¿Cómo ha sido sostener expectativas, presión y demás responsabilidades durante el rodaje?

–Para mí es un desafío muy grande cada rodaje. Me preparo con anticipación, físicamente incluso. Los horarios y la cantidad de trabajo diario son muy difíciles para alguien habitualmente de ritmo más lento como yo. No es mi etapa favorita, la verdad. Al menos para mí, tampoco es necesariamente la etapa central de la creación de la película. El mundo de la película se materializa allí, pero ya ha nacido en el guión y se consolida en montaje. Es una etapa de pura concreción y demasiado expuesta al mundo exterior. Allí la peli está totalmente vulnerable, en constante reacción a la contingencia y eso es agotador. Por ejemplo la relación con el dinero se hace allí más presente que nunca, pero también la reacción con el tiempo, el clima, el estado de ánimo, la salud, la psicología de grupo, la suerte. Como si la película fuera un animalito recién nacido, frágil y expuesto a todo lo que lo rodea. Entonces, por un lado, hay una tendencia a minimizar el azar, a tener todo controlado. Pero una también sabe que, para que el animalito crezca bien, es necesario que le pasen cosas, su desarrollo depende de ese ambiente adverso. O sea, si controlas todo demasiado, la película puede terminar tiesa, sin vida. Y uno nunca termina de aprender a regular ese nivel de control. Si sé que un buen equipo, donde haya mucha complicidad y cariño, siempre es para bien, da la sensación de estar en familia protegiendo al animalito. Y además todo se hace más divertido.

¿Qué podrías decir del cine chileno hoy?

–¿Qué te puedo decir? Muchas películas, cada vez más. Eso es excelente y entretenido. ¡Por fin más mujeres! aún poquitas pero ya no estoy tan sola. Hay aún una efervescencia del hacer, que curiosamente no se ha agotado a pesar de la falta de efervescencia del público. Creo que la crisis del cine de sala es evidente y no queda más que seguir haciendo y ser parte de un mundo que está cambiando. Me cuesta sí renunciar a la experiencia colectiva del cine y al tamaño de la pantalla y la calidad del sonido. Pero no soy de las que van a amarrarse a la proyectora 35 mm. Me gusta la tecnología pero espero que la cosa no termine realmente viendo cine en miniatura en un teléfono. Por suerte, nunca las profecías de futuro se han cumplido.

También sos docente, ¿qué cosas ves desde ese lugar?

–Me divierte hacer clases, aunque no creo mucho que el cine se pueda enseñar realmente. Pero sobrevivo a la contradicción. Hago talleres de dirección y me entretiene ver los cortos de los chicos y discutirlos. Finalmente son relaciones de amistad muchas, y ya con los años empiezo a tenerlos de compañeros de trabajo. La universidad, por otro lado, es siempre un refugio, un lugar extraño, cada vez más anacrónico pero que dentro de esta inestabilidad interior y exterior se agradece.

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