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Viernes, 19 de abril de 2013

PERFILES

La robaleche

Margaret Thatcher (1925-2013)

 Por Roxana Sandá

“El feminismo es un veneno”, sentenció la dirigente conservadora Margaret Hilda Roberts de Thatcher a uno de sus consejeros, el historiador Paul Johnson. La frase, lapidaria, anularía de arranque cualquier intento de análisis para esta columna si no fuera por la invitación a un debate histórico e incómodo sobre feminismos de derecha o de izquierda. La baronesa Thatcher fue enterrada el miércoles al cabo de unos funerales con honores comparables a los de Winston Churchill en 1965, salvo por los gritos de “¡Maggie, Maggie, Maggie. Muerta, muerta, muerta!”, que profirió una multitud entre pancartas con la leyenda “Estoy aquí por todos los que murieron en su guerra, en la pobreza o en la desesperación”. Nadie, ni la reina Isabel II ni los 2000 invitados a la ceremonia en la catedral londinense de San Pablo eludieron la consigna “No estoy content@ con pagar el funeral de Thatcher”, valuado en unos 12 millones de euros. Y he aquí, en la calle, donde surgió el dato revelador, porque la mayoría de las manifestantes fueron mujeres. Las que en los setenta palparon el recorte brutal del gasto social; las que en los ochenta acompañaron y participaron de las movilizaciones obreras; las mujeres de los mineros que encabezaron las huelgas de hambre y las de los nueve que fallecieron en esa lucha. Hasta su muerte, ella encarnó al neoliberalismo feroz. Esas mujeres celebraron el deceso (no como castigo divino sino como el cierre de un ciclo nefasto) porque padecieron tempranamente la hilacha ideológica que en 1970 impuso recortes al sistema educativo estatal. Una de las primeras medidas de la flamante ministra de Educación y Ciencia consistió en suprimir la distribución de leche gratuita para alumnas y alumnos de entre 7 y 11 años. Entonces se ganó su mejor mote, “Milk Snatcher”, “La Robaleche”. “¿Aprendí algo de ella? No”, dice Gro Harlem Brundtland, de 87 años, defensora de la igualdad de las mujeres y primera ministra de Noruega en 1981, dos años después que Thatcher. “Cuando le pregunté cómo pensaba aumentar la participación de las mujeres en su gobierno, se limitó a decirme que había pocas calificadas en el parlamento británico.” Durante sus 11 años como primera ministra, entre 1979 y 1990, sólo se rodeó de hombres, exceptuando a Janet Young, presidenta de la Cámara de los Lores. Según la publicación anarquista madrileña Todo por Hacer, marcó la pauta de un feminismo institucional o de Estado, que “para explicarlo podríamos hablar de un intento de lavado de cara de los gobiernos y partidos políticos, incluyendo entre sus filas a sectores discriminados de la sociedad, en este caso mujeres. (...) El feminismo de Estado se encarga de apaciguar la verdadera lucha feminista. Se ha inculcado en la sociedad una corriente feminista consistente en igualar a la mujer al hombre dentro del capitalismo, y eso no es un feminismo emancipador”. Algunas autoras sostienen que a Thatcher sólo la obsesionaba la economía, por eso no les resulta contradictorio que votara a favor de la iniciativa de Leo Abse para despenalizar la homosexualidad y de David Steel para legalizar el aborto. La escritora feminista Beatrix Campbell asegura que “nunca hizo nada para convertirse en modelo de otras mujeres. No ejerció el poder diciéndoles `Pueden ser como yo`, sino afirmando `Soy una excepción’. Thatcher odiaba el feminismo. Era elitista, nunca fue igualitaria. Dio un rostro femenino a un proyecto político profundamente patriarcal”. Desde el sitio Señoras que hablan de música. Sexismo cotidiano en la cultura pop, la cantante feminista del pop independiente británico Tracey Thorn, famosa por su activismo anti Tory en el colectivo setentista Red Wedge, pregunta si “¿se vería de otra forma la muerte de Thatcher si hubiera sido un hombre?”. Admite la necesidad de contar entonces con mujeres poderosas como referentes, “pero si iban a utilizar su ejemplo para rechazar abiertamente y denigrar los propios movimientos sociales que las habían ayudado a llegar donde estaban, sólo se las podía considerar enemigas. La evidente aversión y el recelo de Thatcher por las mujeres la llevaron a rodearse de hombres mediocres, a no procurar el progreso de otras mujeres de su partido y, por supuesto, a no hacer ninguna política de apoyo a las mujeres ni en el hogar ni en el empleo. (...) Pero cuando veo una pancarta proclamando con orgullo y alborozo ‘La zorra ha muerto’, sigo sintiendo que es una reacción que quizá sólo una mujer poderosa podría provocar y que la violencia implícita y el odio encarnado en esa frase es algo que todas las mujeres todavía debemos temer, con motivos suficientes”.

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