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Viernes, 26 de abril de 2013

Memorias de alcoba

¿Qué implica crecer en un pueblo siendo la hija del dueño del telo? Desdibujando los límites entre la historia familiar y la ficción, Florencia Werchowsky se anima a revisar sus experiencias en El telo de papá, su primera novela.

 Por Malena Rey

Todas las vidas son interesantes, detrás de todas las familias hay historias para ventilar, pero de ahí a hacer de eso una novela con peso propio hay un gran paso, como el que dio Florencia Werchowsky en su primer libro, valiéndose de gran cantidad de anécdotas y detalles detrás de su trama familiar. El relato de una chica de provincia, hija de una familia ensamblada, que sueña ser bailarina del Colón y lo consigue hasta que cuelga las puntillas para volver al pueblo y terminar el secundario no nos dice, a priori, demasiado. Pero si esa chica tiene como padre a Ñanco, dueño del albergue transitorio del pueblo, militante y secretario de Obras Públicas, las cosas se ponen más interesantes. Más allá de estos datos elocuentes, la autora consigue ir de lo particular a lo general, porque El telo de papá describe, a través de los integrantes de una familia argentina que se las rebusca, la pertenencia a la clase media en los ochenta y noventa en la Patagonia, registrando los vaivenes entre la vida privada y la vida pública sin abusar de las caracterizaciones.

Florencia Werchowsky se formó como bailarina clásica en Buenos Aires y trabajó como periodista y editora en diversos medios. Actualmente vive en México y es creativa publicitaria. El telo de papá, con una tapa muy llamativa, una foto de solapa seductora y una operación de lanzamiento que la llevó a presentar su libro en un albergue de Núñez y en muchos programas de radio y televisión, llama tanto la atención justamente por sus referentes reales: es su propia historia de vida la que está en juego, la de la hija del dueño del telo al que por ejemplo va a debutar su noviecito de la primaria. La autoficción es el género elegido para trabajar narrativamente sus memorias desdibujando los límites entre la realidad y la ficción. Esto explica por qué algunos referentes están borrados (nunca se menciona el nombre del pueblo en el que transcurre) y otros demasiado explicitados (en el libro se incluyen fotos en las que aparece Florencia de niña, sonriendo entre los muros del hotel Cu-cú, que sí es su nombre real).

Narrar las memorias en una autobiografía novelada promediando los treinta años, ¿qué significa? Por un lado, una operación revisionista sobre la vida, una mirada hacia atrás tomando la propia experiencia como materia, los recuerdos como hitos, pero por otro lado la certeza de que allí hay algo importante que contar, que trasciende lo íntimo para ser también interesante para otros. Este punto está trabajado en la novela en función de los integrantes de la familia: Ñanco y Elena, sus padres, son personajes tan complejos y ricos que logran sostener el interés de los lectores hasta el final.

Esta autoficción incorpora, por suerte, la autocrítica (no es todo color de rosa). La infancia no es el paraíso perdido de Werchowsky (“debo haber sido una nena pedante”, “a los diez años yo tenía responsabilidades con la carga horaria de un adulto”, dice entre otros pasajes). En todo caso, es interesante rastrear cómo pasa de la ingenuidad de una niña que se roba las propinas de las habitaciones del telo y que saluda inocente a Menem en su llegada al pueblo, a ser la joven ya formada que acepta el oficio familiar sin resignación, interviniendo en la toma de decisiones y en las discusiones de sus padres. Lo que puntea la novela es la relación padre-hija, llena de matices, de complicidades; la ajustada cronología, y una gran galería de personajes pintorescos (la travesti del pueblo, los amigos de sus padres). Con descripciones rigurosas, proliferación de relatos secundarios y escenas narradas con buen ritmo, el libro cumple sus propósitos y allí estamos, interesados en la historia como si miráramos una película.

El telo de papá
Reservoir Books, Mondadori

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