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Viernes, 10 de mayo de 2013

EXPERIENCIAS

Vidas cruzadas

La música argentina Yamila Bavio se fue a vivir en 2002 a Holanda, en el mismo momento que Máxima Zorreguieta. No tenían en común más que el lugar de nacimiento. Pero mientras una se entrenaba en las reglas del protocolo real, la otra cimentaba con la creación de una orquesta juvenil para migrantes su camino a la diplomacia no formal. Entonces se cruzaron: el proyecto de Bavio consiguió una beca otorgada por Zorreguieta y mientras una se convirtió en reina, la otra fue ungida como embajadora de la paz.

 Por Luciana Peker

“Si yo le puedo prender una lucecita a alguien es una misión cumplida”, dice con unas pestañas largas que abren –aún más– sus grandes ojos color miel. Sus manos también le aportan énfasis a sus palabras. Sus dedos están acostumbrados al movimiento de los sonidos cuando tocan el saxo, la flauta traversa, el clarinete o los vientos étnicos y también la guitarra. Su pelo negro acompaña un cuerpo plantado en una pasionaria que ahora implantó desde Latinoamérica y Europa la semilla de la educación a través del puente de la música en una orquesta juvenil.

Yamila pasó su infancia en Buenos Aires aferrada al rock que la llevó de la mano de su mamá Adriana tan protectora como liberadora de su creatividad. Extrañó a su papá que estuvo exiliado en México obligado por la dictadura militar en Argentina y ese desarraigo la marcó a fuego. Encontró refugio en su hermana Natalia, sus amigos y los talleres de música en Parque Centenario que ahora ella intenta devolver como docente. De adolescente participó en el Centro de Estudiantes del Nacional No 6 Manuel Belgrano donde se retobaba a usar guardapolvo si la insignia era sólo para las mujeres y aprendía a enfundarse en medias negras que caracterizaron para siempre sus largas piernas, se cruzó con Luca Prodan, de Sumo, en la plazoleta donde paraba después de la escuela y hacía pogo con los Redonditos de Ricota en Cemento mientras estudiaba clásico en el Conservatorio de Música. Ahora tiene editado el disco Mar de espejos con folklore argentino y del mundo aunque su búsqueda se resista a las etiquetas.

En el 2002 sintió que su techo había llegado en la Argentina y el amor la llevó a Holanda. El destino hizo que otra argentina, Máxima Zorreguieta, también arribara al mismo país en el mismo momento que ella. Una, como una morocha laburante y buscavidas. Otra, como una rubia princesa de clase alta, economista y ahora coronada reina. Sin embargo, Máxima decidió festejar sus 40 años con subsidios para proyectos musicales y el de Yamila ganó una de las becas. Ella le mandó una carta. Máxima la saludó y hablaron –por protocolo– en holandés. Sin embargo, lograron romper el hielo de dos mundos distintos y un mismo país de origen en una charla que se extendió más allá de los formalismos.

–¿Cómo fue el proyecto de orquestas juveniles en Holanda?

–El origen de mi necesidad de usar la música como unión es la experiencia en los parques que viví en el final de la dictadura en Buenos Aires y la idea de que la música junta. Máxima es el polo opuesto. Me generó mucho dilema su rol de Lady Di y Evita. Pero cuando salió el subsidio sentí que era el cierre de un sueño que venía acarreando desde los nueve años cuando empecé a estudiar música en los parques porteños. Era muy loco que esa mina se viniera a casar con el príncipe de Holanda en el mismo momento en que yo me voy a vivir a Holanda y que el regalo que le quiera a hacer al pueblo sean subsidios para proyectos musicales que, hasta ese momento, nos habían rechazado porque para algunos era muy social y para otros muy cultural. Entonces, le mandé una carta. Le dije que iba a unas escuelas que yo no hubiera entrado ni para mirar cómo eran y que, sin embargo, compartíamos el mismo sueño. Escribí llorando que si su historia y mi historia nos permitían encontrarnos era una prueba de que la música es el camino para el encuentro. Se me pone la piel de gallina. Yo creí que no iba a pasar nada. Pero en un encuentro nos vimos y me dijo que había leído la carta y estuvimos hablando un montón. En un momento nos dijeron: “Bueno, chicas, arreglen después para tomarse un cafecito”.

–¿Cuál fue tu conclusión del encuentro?

–Yo creo que uno puede aportar para cambiar el mundo desde el lugar que le toca. Por eso trabajo desde el barrio y desde la música. Yo creo que si cada uno trabaja desde lo que tiene y genera desde lo que tiene nos juntamos todos. Ella dijo algo que no quedó registrado, pero que a mí me quedó grabado para toda la vida “se vienen tiempos muy duros y nuestra función es rescatar la cultura, aprovechemos esto que es con lo que podemos arrancar ahora y armen algo que se sostenga”. Y es muy jugado que haya dicho eso porque en Holanda la corona es parte del gobierno, no es un adorno. Ella sabía que se venían unos recortes espantosos y que esta es una de las herramientas que nosotros podíamos tener. Para la cultura el ajuste es muy duro porque hay que trabajar mucho más por menos plata y por amor al arte.

–¿Cómo fue que te declararon embajadora de la paz de Utrecht?

–Este año se cumplen los 300 años del tratado de la paz de Utrecht, que es el tratado que en 1713 hizo que en Europa la corten con matarse y empiecen a estructurar las naciones. Y como hay mucho conflicto social, de discriminación, marginación y de diferenciación, una comisión se juntó a buscar gente que trabaje por la paz. Me pusieron como ejemplo de constructora de puentes. En mi caso el puente es la música. Somos cuatro personas a las que nos dieron ese título y lo que quieren es que sirvamos de inspiración. En el proyecto ya hay más de doscientos pibes en total. Pero con tener doce chicos que se juntan a cantar en la plaza y dos son de Somalia, dos son marroquíes, dos son turcos, dos son holandeses es suficiente. Pero el día que se presentó el documental sobre los embajadores de la paz con mil quinientas personas fue muy emotivo. Dos pibas del secundario dijeron “guau”. Eso es lo que yo quiero. Que a alguien le pase lo que a mí me pasó en el Parque Centenario cuando era chica. A mí alguien me prendió una lucecita cuando me enseñó por primera vez a tocar la flauta en un taller gratuito al aire libre. Si yo le puedo encender la lucecita a alguien es misión cumplida.

Más información (se puede ver el video sobre el trabajo de Yamila Bavio en Holanda):

devreedzamestad.nu/initiatief/id=32/wat-is-de-vreedzame-stad.html

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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