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Viernes, 28 de junio de 2013

ARTE

Loca contra tu madre

Perseguida por su madre, se dejó ganar por la locura. Perseguida por la locura, se dejó salvar por el arte. Obsesión infinita, la inmensa muestra de la obra de Yayoi Kusama, exhibe desde mañana, en el Malba, esos laberintos por los que la artista logró escabullirse del mundo, de los mandatos de una madre violenta y abusiva para formar, a su manera, un universo propio y una familia queer a la que no une la biología sino el trabajo y el amor.

 Por Cristina Civale

“En las escaleras del cielo mi corazón expira su ternura”, canta desde un plasma la artista visual y escritora japonesa Yayoi Kusama, en un video que se presentó en arteBA, en el stand del Malba, el museo que desde mañana abre una inmensa muestra de su obra: Obsesión infinita. “No alcanza a ser una retrospectiva –como cuenta a Las12 su co-curador, Philip Larratt-Smith–, es más bien una exposición monográfica, una gran intervención en el museo. Estarán sus famosos puntos rojos en la fachada, en los árboles de la cuadra de Alcorta y también en las escaleras.” Los famosos puntos de Yayoi, los llamados polka dots, invadirán la zona desde este sábado 29 y hasta el 4 de agosto, y así se entrará al mundo literalmente alucinado de una de las artistas vivas más notables de la contemporaneidad.

Yayoi (se pronuncia “iaioi”) empezó a pintar a los 12 años, en el mismo momento en que se presentaron ante sus ojos esos puntos como bichos ajenos a su cuerpo, unos objetos flotantes que la acosaban y la asustaban. La niña Yayoi empezó con sus alucinaciones y “en vez de llorar y sentirme víctima”, cuenta ahora en su autobiografía, Infinity net –publicada el año pasado en inglés–, “decidí volcar todo eso que se me venía encima, sin que yo lo buscase, en mis dibujos que empezaron siendo algo más una cura que algo artístico”. Compañera de generación de la fantástica francesa Louise Bourgeois comparte con ella la construcción de un sentido abstracto del mundo, la creación de una obra que surge desde su intimidad femenina, de una intimidad que muy pronto fue abusada. Así como en Bourgeois el abuso del padre aparece como una constante en su obra, en Kusama es la madre la que lanza el grito de agobio y represión y, desde este abuso imperdonable, probablemente, crea a la artista. Así lo cuenta Yayoi, que nació en 1929 y que acaba de cumplir 84 años: “Mi madre, que odiaba que pintara, destruía todo lo que hacía. Era muy violenta, una mujer de negocios muy astuta y siempre ocupada con su trabajo. Siempre me obligaba a trabajar en el negocio familiar pese a tener exámenes. Me hacía sentir tremendamente insegura. Fui a Kioto simplemente para huir de la violencia de mi madre, aunque la escuela era demasiado conservadora y raramente asistía a clase. Me quedaba pintando en el dormitorio. Debido a que mi madre era contraria a que me convirtiera en artista, emocionalmente empecé a ser muy inestable y sufrir crisis nerviosas. Fue desde entonces que empecé a recibir tratamiento psiquiátrico. Al traducir el miedo de las alucinaciones en las pinturas, estuve tratando de curar mi enfermedad. Mi arte mantiene una estrecha relación con mi salud mental”.

Nuevamente en un escenario similar al de la joven Louise Bourgeois, las infidelidades del padre de Yayoi la persiguieron toda su vida. “Mi padre tenía muchas amantes –afirma– y mi madre me obligaba a espiarlo para que luego le contara con quién había estado.” La ira de la madre hizo que la idea del sexo fuese muy traumática para ella, a tal punto que confiesa haber tenido su última relación sexual a los 20 años.

Sus primeros trabajos van bordando su imaginario con figuras tradicionales chinas y el arte pop del que fue una visionaria. Su interés por la política la hizo mudarse en 1957 a Nueva York, donde los movimientos radicales del arte pop, el feminismo, el hippismo, el antibelicismo inundaban la atmósfera. “En Nueva York fui pobre y marginal”, dice y aquí comparte nuevamente destino con Bourgeois, dos mujeres que trabajaron duramente toda su vida para alcanzar reconocimiento indiscutible y masivo en los bordes de la vejez.

Yayoi, más allá de sus traumas y sus crisis nerviosas, fue un bello escándalo en el mundo artístico de la trepidante Nueva York. Las trabas del sexo las incrustó en su cuerpo, pero las soltó en su obra. Estas represiones que aún la atormentan dieron a su obra la frescura y la libertad que no pudo experimentar como mujer en su propia piel, seca de amor, de caricias y de arrebato. “Mi trabajo –explica–, incluyendo los happening que hice en Nueva York con cuerpos desnudos donde la gente podía integrarse y pintar redes infinitas en los cuerpos de los otros, no fueron más que una manera de sobreponerme a mi gran trauma con el sexo.” Yayoi pedía al público que se desnudase, pero ella siempre se quedaba vestida.

Más allá del estado corpóreo de su obra, esta situación también tiene para ella un alcance político, la obsesiva y desequilibrada artista lo dice muy claro cuando asegura que la política la fascina y que también fue un acto político, como mujer, realizar esas performances. “Eran acciones totalmente contestatarias.” En las oscilaciones hacia su propia valoración, donde por momentos asegura sin dudar que es una artista de vanguardia que influyó en muchos otros artistas, donde por otros no parece registrar la importancia histórica de su obra, se encuentra parte de la enfermedad mental que la carcome, pero que a la vez la impulsa a trabajar con obstinación. El documental La princesa de los polca dots exhibe su proceso de creación, donde cuando Yayoi se sumerge en un cuadro, se aísla del mundo y compulsivamente ejecuta los trazos de su obra, con su uniforme disfraz de peluca roja fosforescente y equipo de lunares de pies a cabeza. Mientras pinta una y otra vez el mismo trazo –la repetición es su marca registrada y uno de los procesos más imitados por sus contemporáneos– se ven sus labios murmurando quién sabe qué. Lo confirma Philip, el curador de la muestra del Malba, quien la visitó en Japón y fue testigo de la creación de dos de sus últimas pinturas. “Ella se sumerge en su mundo y el resto desaparece.”

Los años de Nueva York fueron intensos, pobres, marginales y alocados. En ellos creó para su primera muestra individual cinco grandes lienzos. Con ellos armó Infinity nets, una obra llena de redes. Desde entonces, las redes y los puntos se convirtieron en dos de sus motivos principales en sus tramas nada secretas.

Así como los años de Nueva York fueron de gran intensidad, exposición y reconocimiento público, extremadamente pobres y marginales, pero ricos en creación y construcción de las vanguardias, su regreso a Tokio fue gris y silencioso, como si la turbulencia de Nueva York no hubiese existido. Esta falta de reconocimiento la llenó de frustración, de una sensación de fracaso de la que aún hoy parece no reponerse y la convierten en una mujer fracturada. La mirada de los otros siempre fue importante para Yayoi en su construcción como artista y como artista valiosa. Fue así que a los tres años de su llegada a su país, en 1975, decide internarse en una institución psiquiátrica porque se sentía insegura y sin contención. La mujer que había creado su marca registrada en las redes, ahora no tenía red. Otra vez el arte la ganaba a la vida y Yayoi se quedaba temblando. “Lucho contra el dolor, la ansiedad, el miedo cada día –escribe– y el único método que sigo encontrando para calmar mi enfermedad es mi trabajo creativo.”

En Tokio se pasó 30 años sin pintar y se dedicó a la escritura que guarda una relación estrecha con la obsesión de su pintura, tanto en sus poemas como en sus nouvelles que ahora se publican en español en la Editorial Mansalva.

En los ’90 resurge la artista visual y su trabajo y su consolidación ante la mirada del mundo ya no se detiene. Al punto de que hoy vive aún en el psiquiátrico, pero tiene una propiedad de tres pisos donde montó su estudio y a donde va como un soldado de lunes a viernes. Duerme en el psiquátrico y los fines de semana también los pasa allí en un tiempo que dedica a la escritura y a la lectura. En el estudio trabajan 20 asistentes. Su mano derecha, actualmente en Buenos Aires y que no abre la boca para hablar de Yayoi, Isao Atakakura, la acompaña desde hace 25 años y es en quien la artista confía todas sus decisiones administrativas y de gestión de su obra. El equipo con el que trabaja es enteramente japonés y según nos cuenta Philip Larratt-Smith, “es eficiente y cordial, constituyen una gran familia”. Yayoi, la demente, es hoy una empresaria, una suerte de cabeza de familia monoparental, de su equipo fiel y solvente. Aquí también en el tejido de redes familiares esta mujer es vanguardia, ya que armó una familia muy poco convencional donde la excusa fue su obra y, como en casi toda familia, la verdadera cuestión para el rejunte es la búsqueda del amor.

El año pasado su obra giró por los grandes museos europeos (de la Tate al Reina Sofía), también el año pasado Yayoi hizo una efímera alianza con la casa de modas Louis Vuitton, donde fue fichada por el diseñador Marc Jacobs para estampar sus puntos en bolsos, pequeñas carteras de noche y otros accesorios de la firma. Se agotaron en el acto. Eran objetos seriados que, según su tamaño, costaron desde 100 dólares a 1300. La hipérbole de su arreglo personal, el uniforme Kusama –peluca roja o turquesa y pseudokimonos de todos los colores de lunares– delatan una mujer coqueta, preocupada por su aspecto y fascinada por la moda. Las vidrieras de Vuitton en la 5th Ave. y el Soho se convirtieron el año pasado en instalaciones, tan hiperbólicas como ella, de su obra: modelos jóvenes y mínimas se “disfrazaban” de diminutas y perfeccionadas Yayois para vender lo que la marca ofrecía en esa colección exclusiva. Los fans de la artista se dividieron. Estaban los indignados y los fascinados.

Algo así pasará probablemente en el Malba con esta muestra que trae obras que no se vieron en ninguna otra parte del mundo o que se vieron en muy pocas ciudades, una muestra exclusiva, concentrada mayormente en su obra reciente (toda la planta baja del Malba) y en el segundo piso, su obra más poderosa, la de los años provocadores de Nueva York, donde estarán sus videoinstalaciones y registros de sus performances y un único sillón de los famosos con penes incrustados.

También arrullará a los visitantes el video presentado en arteBA, ése en el que la artista canta y, entre otras cosas, susurra: “Sonidos de lágrimas derramadas mientras se come el color de la rosa de algodón./ Me hago piedra./ No eterna en el tiempo sino en el presente que acontece”.

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