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Viernes, 12 de julio de 2013

ARTE

Poner la negra

Lorna Simpson sabe que no es lo mismo ser mujer que ser negra. Sabe que ser negra no es lo mismo que ser pobre –aunque haya tantas confusiones–. Lo sabe porque esa materia de identidad y de violencia es la materia de su obra audiovisual y poética, en la que la denuncia de las maquinarias del sexismo y el racismo aparece como un alfiler escondido en un bocado exquisito, el de su arte.

 Por Cristina Civale

Fue la primera afroamericana en exponer en la Bienal de Venecia y una de las pocas que representó a su país en Documenta en dos ediciones, 1987 y 2002.

En sus trabajos fotográficos, instalaciones y películas, investiga cómo el racismo y el sexismo encubierto afectan nuestra mirada sobre los otros y cómo se infiltran en las palabras con las que nos comunicamos.

Lorna Simpson (Brooklyn, 1960) empezó a realizar su trabajo en los años ’80 y hoy presenta hasta el 1º de septiembre una gran retrospectiva en el parisiense Jeu de Pome, ubicado en el ingreso mismo del inmenso parque de las Tullerías. La exhibición es la más importante que realizó la artista en Europa y también la más grande, ya que abarca desde sus primeros trabajos hasta obras recientes realizadas especialmente para esta muestra.

Simpson se caracteriza por cuestionar en todo su cuerpo de obra temas que atraviesan la identidad, el género, la raza, las clases sociales, los hechos y la ficción, la memoria y sus significados. Las imágenes que crea en cualquier soporte siempre están ligadas a la palabra, ya sea escrita, ya sea sonora; una palabra que pone en evidencia los fallidos de la comunicación y los prejuicios con que nos comunicamos cuando se habla de “mujer”, “negra”, “pobre”, “cuerpo”, “belleza”, sólo por señalar algunos de los temas que la obsesionan y se repiten como relato y como pregunta, como indignación y como denuncia en toda su obra que, desde los comienzos, fue profundamente política.

Efectivamente, Simpson empezó su carrera como fotógrafa en la década del ’80 y en estos comienzos se concentró en realizar registros de las calles, instantáneas que acompañaba con palabras para completar el significado-denuncia sobre los cuerpos de las mujeres negras y fue en estas obras donde palabras e imágenes comenzaron a tener el mismo peso, por este trabajo se la puede considerar una pionera en la poesía visual. Simpson entonces era tan poeta como fotógrafa, ya que siempre amalgamó estas expresiones en una obra única, producto de lo que para ella por entonces era “una simbiosis inevitable”.

Más tarde trabajó con materiales que recortaba de revistas, libros o diarios que recogía de la calle, especialmente de la basura, y ese lugar de procedencia de los materiales con los que trabajó durante un tiempo ya daban, en sí mismos, un significado concreto a su obra. En la basura encontraba revistas con mujeres desnudas mezcladas con otros desechos y ese lugar es desde donde habla para confirmar el espacio que el cuerpo de las mujeres disponía en la sociedad estadounidense de finales de los ’80 y principios de los ’90. Hoy su trabajo es menos aleatorio y más elaborado. Sus fotografías consisten en retratos de estudio, retratos de mujeres negras capturadas en acciones cotidianas, de esas consideradas “típicamente femeninas”, siempre relacionadas con el cuerpo secuestrado en el hogar o con el cuerpo obligado a ofrecerse en las calles y nuevamente aquí, con más énfasis y claridad, vuelven sus textos donde nuevamente denuncia que ni el sexismo ni el racismo se superaron en Estados Unidos por más presidente negro que hayan elegido, por muy alto que haya escalado Hillary Clinton, en ambos se borran las marcas de género y raza porque en ambos el sustantivo que les cuelga y los define es el del poder donde negro/blanco; hombre/mujer son declinaciones sin ninguna importancia, ya que el poder (como acto y como palabra) todo lo traga. Su práctica artística la acerca a otros creadores como Carrie Mae Weems, Isaac Julien y Glenn Ligon, quienes también desde los ’80 vienen cuestionando las nociones de raza y género que impregnan la sociedad con un valor disminuido, como blancos donde ejecutar una de las mayores injusticias, la discriminación.

La obra de Simpson denuncia, pone en primera persona y da protagonismo a esas mujeres negras discriminadas doblemente, por negras y por mujeres o por mujeres y negras, el orden de las palabras no cambia el sustrato de igualdad en el ejercicio del desprecio social y de la velada humillación.

Simpson, artista mujer negra, no escapa al estigma pero le hace frente y vence al convertirse en una artista mujer negra ante la que hay que desplegar una imaginaria alfombra roja y un compendio de palabras que solo pueden narrar un elogio porque no solo denuncia –lo que la convertiría en una política–; denuncia desde la más conmovedora belleza, una belleza irrefutable y en un sentido preciosamente humanista. Aquí belleza es más que poder, la belleza se carga al poder y lo manda a callar y es la que dice y ancla el valor.

EL RECORRIDO PARISIENSE

La muestra que hoy se puede visitar en París se despliega a través de cinco galerías.

En la Galería 1 se exhibe lo que se convertirá en la marca registrada de la obra de Simpson: sus primeros dibujos y fotografías amalgamados con textos-poemas; imágenes icónicas de los ’80 tales como una figura negra en ropas blancas, un rostro que se niega a la cámara y queda fuera de cuadro. La intención de negar la visión de un rostro, afirma Simpson, “se relaciona con la idea de que la primera cosa que la gente busca en un retrato es la cara y lo que pueden leer de sus expresiones y desde ellas adivinar el estado emocional del retratado, su identidad, cómo luce y realmente quién es esa persona para merecer ser fotografiada. Tomar la foto desde la espalda negando la visión del rostro obliga a una operación diferente al que observa, es un desafío a que se realice otro tipo de preguntas y a que se detenga más tiempo a pensar sobre lo que está viendo. Con este modo de retratar trato de desbaratar la mirada cansina e intento obligarla a que haga un esfuerzo y se haga preguntas para que encuentre respuestas. En esta galería destaca lo que es masterpiece de la artista, su fotografía Whaterbearer, donde la actriz Alva Rogers –frecuentemente confundida como Lorna Simpson– posa de espaldas, en un movimiento gentil de su cabeza y con su pelo en movimiento, sosteniendo una vasija desde la que vierte agua.

En la Galería 2 se puede apreciar un giro en la obra de Simpson, sobre todo en lo que hace al uso de materiales. Esta etapa comienza en los años ’90, cuando la artista empieza a imprimir sus fotografías sobre fieltro y quita de cuadro el cuerpo humano, en una sinécdoque en la que aplica la parte por el todo. De esta etapa es su famosa serie sobre pelucas (Wigs, 1996-2004) y extensiones de pelo y otros accesorios para la cabeza, tan típicos en la mujer negra que hace de la peluca su más audaz accesorio y su marca más poderosa de género. La peluca no es un juego sino una marca de raza, y Simpson las usa como bandera para marcar el territorio de las negras.

Para su siguiente serie sobre fieltro, también ubicada en esta sala de la exposición, Simpson recurre a fotos de viaje, obras captadas desde un coche y con estas obras quiere remitirse al espíritu de los films noir. En esta parte de la exposición también se exhiben sus primeros trabajos en video, donde destaca Momentum, que si bien está fechado en 2000 proviene de sus investigaciones de estudiante en los años ’70, cuando empieza a trazar su marca registrada de joint-venture entre imagen y palabra y aquí la palabra aparece por primera vez como sonido.

En la Galería 3 se exhibe el video Chess (Ajedrez), obra realizada especialmente para esta retrospectiva. Aquí Simpson recurre a su archivo fotográfico y pone su cuerpo en escena, una actitud de exhibicionismo poco frecuente en su obra. Las mutaciones de su cuerpo –que es todos los cuerpos– juegan en este video dando un jaque mate a la belleza, al color de la piel y al paso del tiempo.

En la Galería 4 se exponen sus series de fotografías, donde la artista explora en la feminidad y en la identidad, ofreciendo una serie de retratos vintage que la artista trabajó sobre obras que adquirió en eBay, dando al retrato de un anónimo un nombre y una identidad desde su mirada.

Finalmente, en la Galería 5 se presenta la videoinstalación de 2004, Cloudscape, que registra la performance de la artista Terry Adkins susurrando un himno que encierra la memoria de una canción y una imagen que se repiten en loop, la imagen y el sonido van para atrás y para adelante de la acción del susurro y la exhibición del cuerpo en este acto. Un himno marca una identidad y en la manipulación ejercida por Simpson sobre este cuerpo que canta está el juego que invita a reflexionar sobre lo que ese cuerpo y la música que destila veneran. Siempre la misma imagen que es otra según se mueva hacia adelante o hacia atrás, siempre la misma música pero otra en este movimiento aleatorio y perpetuo.

Y en el loop de la obra que se presenta en el fin del recorrido se sintetizan los temas por los que Lorna Simpson luchó y trabajó para poner en la agenda del arte contemporáneo, siempre desde la belleza y la humanidad; siempre despreciando el poder.

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Ella lo vio desaparecer en el río, ellos le pidieron que dijera qué pasó, sólo para despreciar su memoria.

Waterbearer (1986) ©Lorna Simpson
 
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