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Viernes, 24 de octubre de 2003

HOMBRES

Me gusta ser mujer

Los hombres se mueren por ser o parecer mujeres, en el teatro, el cine, la televisión, o en la misma calle (Godoy Cruz), mientras que las mujeres raramente intentan hacer de varones. Un actor, un director de teatro, un psicoanalista dan diversas respuestas a la pregunta que entraña una paradoja: ¿Por qué en un país bastante machista y misógino, donde las mujeres sufren diversas discriminaciones, ellos quieren transformarse en ellas?

por Moira Soto

Miró su cuerpo masculino desnudarse en el espejo,/ soltó su pelo largo que como un rayo le partió la cara en dos, descaradamente se ponía rímel en las pestañas/ y la boca se pintó con La Moria (...) La seda de las medias brilló en sus piernas afeitadas,/ sensualmente deslizó el vestido rojo minifalda,/ con tacos altos se sintió como una pantera desatada...”, canta María José Demare, muy sobria de impermeable y botitas, su tango “La Diabla”, mientras que en montaje paralelo se ve al actor Carlos Echeverría que se va transformando en una superchica. Sucede en el videoclip que se está viendo en estos días por la señal de cable TodoTango, imágenes estas que también acompañan el relanzamiento del CD Alquimia, de la cantante y letrista, como un bonus track que se puede ver y oír en la computadora. Quién lo hubiera dicho hace unos añitos nomás: el travestismo pisando un territorio, el del tango, tradicionalmente heterosexual y machista... La Diabla de esa historia, no hace falta aclararlo, representa a las travestis de la calle Godoy Cruz, quienes, según el notable actor Humberto Tortonese –actualmente los jueves en el programa de Susana Giménez crea el sketch de la desopilante diputada Gascón(cha)–, forman parte de la amplia gama de personajes femeninos interpretados por varones de diversas tendencias: “Son como esculturas vivientes, con un vestuario muy teatral. Me hacen pensar en un universo felliniano, con esas tetas como globos al aire. Y obtienen un éxito total: hay que ver la cantidad de tipos que se les acercan”.
En el mundo del espectáculo propiamente dicho, también brillan (realizando otro tipo de actividades, claro) algunas travestis (¿transexuales?) como Florencia de la V (por Canal 9, en el rol de una chismosa deslenguada, en “Reporteresa”, junto a un actor travestido) o Mariana Aria, que tuvo un llamativo debut televisivo en la miniserie “Tumberos”. Mientras que hace un par de años, el notable Willy Lemos (hasta fines de noviembre en el Camarín de las Musas, los sábados a las 21, en Rodolfo Alfredo, el aviador) fue la novia sensible de Roberto Carnaghi en la novela “Primicias”. Florencia de la V, también en el teatro Astros como vedette de Coronados de risa vivamos, apareció recientemente, con su glamour desenfadado y su turgente escote en un osado aviso destinado a las mujeres recomendando una crema posdepilación que retrasaría el crecimiento del vello. “Si a mí me resultó muy efectivo –dice con voz grave e insinuante–, imagínense a ustedes, chicas.” Por otra parte, De la V estaba estos días a punto de firmar con Ideas del Sur para encarnar a la hermana (¿travesti?) de Miguel Angel Rodríguez en “Los Roldán”, la telecomedia que reemplazará el año próximo a “Costumbres argentinas”.
La cosa es que desde hace poco menos de una década se vienen multiplicando los actores en distintos registros y exigencias artísticas que se desviven por hacer de mujeres (o de hombres que con algún pretexto se disfrazan de), por interpretar seriamente personajes femeninos o parodiar burdamente el estereotipo más prejuicioso. Hemos tenido en la tele, tenemos y al parecer tendremos, presuntas mujeres con y sin barba (o bigotes), piernas peludas a la vista o embutidas en medias, gordas y flacas, feísimas y divinas. De Marcos Mundstock (“Sorpresa y 1/2” ¿se acuerdan?) a Miguel –La Tota– del Sel, del mismísimo Jorge Guinzburg al propio Marcelo Tinelli (ambos abandonaron por momentos esos trajines), de Antonio Gasalla –creador de una amplia galería de personajes femeninos, algunos de antología, otros contaminados de misoginia– a Mauricio Dayub “Como pan caliente”), de Jorge Porcel y Jorge Luz a las cambiantes huestes de “Videomatch” (programa que, como el teatro japonés Noh o el isabelino inglés, excluye a las actrices para apropiarse de los roles femeninos). Y aun en esta lista incompleta, porque los travestidos son muchos más, no podría faltar la perfecta Boluda Total de Fabio Alberti en “Todo por 2 pesos”, que este año asomó –ay, fugazmente– en lo de Susana Giménez.
En el cine local, ni el icónico Alfredo Alcón se sustrajo a la tentación del vestuario y el maquillaje femeninos en Coen vs. Rossi. Lo suyo se sumó a una larga serie de actores prestigiosos que se caracterizaron de mujeres, entre los cuales están: Alec Guinness (Los ocho sentenciados, 1949), Cary Grant (Was a Male War Bride, 1948), John Lone (M. Butterfly, 1993), Michel Serrault (la primera edición de La jaula de las locas), el director e intérprete Roman Polanski (El inquilino, 1976). Los cómicos –llámense Jerry Lewis, Stan Laurel o Luis Sandrini– siempre se arrogaron mayor permiso para pasar por mujeres en las comedias. Sin serlo ni (acaso) quererlo porque “nadie es perfecto”, como le decía el millonario enamorado a Jack Lemmon al final de Una eva y dos adanes, cuando el travestido –al igual que Tony Curtis, para escapar de los mafiosos– le confesaba que no era una chica. Algo que sabía desde el vamos el público, aunque no así en la efectista El juego de las lágrimas, film en que el ultrafemenino Jaye Davidson le debe haber movido el piso (o el colchón) a más de uno al evidenciar sus atributos físicos masculinos.
Por supuesto que no han faltado oportunidades en las que actores camaleónicos, al interpretar a personajes masculinos empujados por la necesidad a ponerse ropas femeninas, nos han demostrado que pueden ser las mejores damas, las reinas de la dulzura: tales los casos de Dustin Hoffman en Tootsie (1982) o de Robin Williams en Papá por siempre (1993). Pero lo cierto es que acá tuvimos una Tootsie menos manierista, más sutil que la de Hoffman: la que hizo en “No toca botón” el grandísimo Alberto Olmedo, que por esas fechas (1983) nos decía en “Tiempo Argentino”, con su genuina modestia: “Me llama la atención que les llame la atención que haga un personaje como éste. Y que consideren, como usted en este caso, que soy un buen actor. Será porque no me resulta difícil, yo no hago ningún esfuerzo al actuar. Hice este personaje como a todos los demás en el programa: llego a grabar, me pongo la ropa, me maquillo y salgo. Ese es mi método. Para Tootsie, tomé actitudes que en general me parecen propias de las mujeres, pero sin hacer nada por parecerme a ellas con los tonos o marcando mucho los movimientos al caminar (...). Con el autor estamos muy atentos a las cosas que dicen las mujeres cuando hablan entre ellas, algo a lo que antes no le prestaba mucha atención. También me sorprendo observando detalles, pequeñas cosas...”
Más cerca en el tiempo, otro comediante de raza (además de escritor), Enrique Pinti, confiaba a este suplemento luego del estreno de Pericón.com.ar (y de haber hecho unos cuantos papeles femeninos en sus shows): “Me encanta hacer a La Cupletista, hija de la reina Isabel de Salsa Criolla. A mí estos personajes me salen con una cosa de la Reina Roja de Alicia en el país de las maravillas. Me daba una gran tentación interpretarla. La Cupletista está más cerca de una West española, o sea que tiene algo de Sara Montiel...”

Teatro como en el teatro
En estos días, sobre el escenario se puede ver a Julio Bocca portando faldas (un recurso levemente provocador al que apelaba Joaquín Cortés a mediados de los ‘90), haciendo alternadamente de varón y mujer en Macbeth y también probándose prendas que saca de un baúl hasta que aparece un tutú... Mientras que en el Payró, los sábados a las 23, el dramaturgo y director Marcelo Nachi presenta la intranquilizadora Rosa Mutabilis, pieza acerca de dos hermanas, una de las cuales es en realidad un varón que ha sido criado por la otra como mujer (y cree serlo al carecer por completo de otras referencias). Hasta que aparece en la casa un hombre, en verdad una mujer prófuga travestida, y el acercamiento revela la naturaleza de cada uno. Por otro lado –y sin que estas menciones pretendan ser una estadística sobre el tema de tapa–, en La Casona del Teatro acaba de estrenarse el show de homenaje a Niní Marshall, Cayate boca, llevado a escena por el grupo Caviar, de larga trayectoria local, integrado en su mayoría por actores que se travisten para transformarse en mujeres.
La semana pasada comenzaron en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549, viernes a las 23) las funciones de Las mucamas, de Jean Genet, sobre traducción y dramaturgia de Patricia Espinosa y Román Podolsky, con puesta de este último. Se trata de una transposición al año 1952, poco después de la muerte de Eva Perón, “imaginando cómo una señora paqueta de la oligarquía de Barrio Norte podía sentir la presencia de las mucamas en su casa”, detalla el director. “Imaginate: el aluvión zoológico en su propio living, todo lo amenazadoras que podían resultarle las dos mucamas. Es desde ahí que nos cierra que actores varones interpreten a estas mujeres. Genet en la introducción de la pieza menciona la posibilidad de que las criadas sean actuadas por hombres, pero creo que su propuesta parte de otro tipo de búsqueda.”
Según Podolsky, Las mucamas plantea un sistema de espejos: estas empleadas domésticas juegan a hacer de la patrona, “intentan tener acceso a un espacio que no es el de ellas, que es anhelado y les es negado. De ahí los sentimientos de amor-odio, la identificación y el rechazo. A los actores les pedí que se raparan la cabeza para dar una cosa de indistinción, de uniformidad, donde ya finalmente no sabés cuál es cuál, ni cuál es qué... Porque los gestos de una terminan siendo los gestos de la otra. Está muy subrayado en la puesta este juego de simulaciones. Otro tema que trabajé es el de la situación del peronismo en los meses posteriores a la muerte de Evita: así, aparece la orfandad de estas dos mucamas, chicas desarraigadas que vienen del interior con una mano atrás y otra adelante cuando aquella persona que les había dado identidad en términos simbólicos y materiales, que las amadrinaba, ya no está. Este marco intensifica en ellas la sensación de que todo está perdido: entonces, vamos a matar a la patrona en un último acto desesperado”.
El director trabajó muchos meses con los actores Marcelo Xicarts y Pepe Simón. En primera instancia decidió que había que sacarse los prejuicios de encima, atacándolos de frente: “Les dije: ‘chicos, vamos a hacer una pasada con el mayor de los amaneramientos, vamos a poner a full el estereotipo’. Y ahí, claro, uno era Horacio Fontova y el otro Fabián Gianola. Liberamos esa zona, la pusimos en evidencia, nos reímos mucho, y por si hacía falta, les aclaré: ‘muy bien, esto no es’. Les planteé que trabajarían con vestuario de mujer, que se hablarían en términos femeninos, pero que sus comportamientos tenían que ser masculinos. Esto agrega un plus de ambigüedad en una pieza que es pura representación, teatro dentro del teatro. Me pareció en la función de estreno que la gente entraba enseguida en la convención. Según los comentarios, la presencia masculina en roles femeninos ayuda a comprender el odio, la brutalidad que se desencadena. En aquellos años el contraste era muy fuerte, se era peronista o antiperonista, claroscuros que con el tiempo perdieron nitidez. En nuestra época, se puede decir que en general la ambigüedad es moneda corriente, y fue desde esta sensibilidad actual que surgieron los matices. Señalemos, además, que a la señora la hace una actriz, María de la Paz Pérez. Y precisamente las mucamas nunca van a poder alcanzar ese ideal, porque son varones. Es una especie de misión imposible. Ellas la adoran, y al comprobar lo lejos que están de esa imagen, van acumulando furia”.
A los actores, reconoce Román Podolsky, esta propuesta los obligó a confrontar con su femenino, con sus fantasías alrededor del tema: “Debieron abrirse a zonas menos conocidas, a las que la mujer llega de modo más directo que el hombre. Fijate que los actores por ahí pedían explicaciones, necesitaban apelar a la racionalidad, mientras que con la actriz la comprensión se daba desde otro lugar. Y sí, Pepe y Marcelo tuvieron que meterse con sus aspectos emocionales para dar cuenta del sufrimiento de estos personajes tan complejos, que no son de varieté justamente. La intención fue ser profundamente respetuosos con el sentir de estas dos mujeres, las mucamas”.

El sexo más divertido
Humberto Tortonese es un talentosísimo actor que puede ir de los excesos delirantes (en sus creaciones teatrales más personales, algunas de las cuales –junto a Alejandro Urdapilleta llegaron afortunadamente a la tele gracias a Antonio Gasalla–) a la decantada mesura (el criado Sganarelle de el Don Juan de Molière) o a la comicidad negra (el dentista de la comedia musical La tiendita del horror, donde además se mandaba una serie de viñetitas bien diferentes). Mientras prepara proyectos –alguno particularmente ambicioso–, se pone los trajes y los aderezos de la diputada menemista que departe semanalmente con Susana Giménez. Para Tortonese, un personaje más: “Todo depende del espíritu con que encares cada rol, del género en juego. Con Alejandro (Urdapilleta), con Batato (Barea) la idea era divertirse. Y debo confesar que no hay nada más divertido que ser mujer, te ofrece incontables posibilidades. El hombre es más aburrido para vestirse, más reprimido para dar rienda suelta a sus emociones... Cuando entrás a un personaje femenino en el estilo que te decía al principio, es tan pero tan placentero hacer una locura de mujer, que hasta te resulta difícil salir de ahí. A mí me pasó que después de algunos de estos papeles femeninos exuberantes, al agarrar roles de hombres, como en la pieza En familia, me resultaban desteñidos al lado de los otros, tan coloridos, tan expansivos. ¿Querés que te diga? Entiendo que a las mujeres no les interese hacer personajes masculinos, vestirse de varón. Y también al actor acostumbrado a roles rutinarios, previsibles de varón que de golpe encuentra la posibilidad de salirse del esquema y se entusiasma. Esta es una época en que puede hacerlo sin problemas. Por supuesto, no estoy hablando de los que dan una imagen degradada de lo femenino, que responde a la vieja idea de que el hombre, al vestirse de mujer, quiere que quede bien claro que es todo un hombre. En cierta forma, esas parodias toscas también se están burlando de la imagen del gay afeminado, afectado. Esto alimenta aún más el prejuicio y da lugar a un humor fácil, vulgar”.
A Humberto Tortonese le encanta hacer a esta mujer “normal, corriente en los gestos”, pero que se desmadra en el arreglo, esta diputada Gascón(cha) que tanto sufrió el día que metieron en cana a María Julia: “Voy a maquillaje y veo en el espejo cómo se produce el cambio exterior. Y cuando queda todo muy perfecto, empiezo a buscarle ridículo: poné un poco más de lápiz de labio, desviá el delineador. Disfruto agregándole cosas: un día me visto de Miss Primavera, como de torta de casamiento, aunque de ninguna manera hago una loca al estilo Gianola. En la actuación trato de no poner ningún énfasis: creo que aparece la mujer y también el hombre, pero complementándose, sin menosprecio ni por la una ni por el otro. Y veo que, salvando alguna rara excepción, el público entra gustoso. Incluso los chicos, que no suelen tener preconceptos, aceptan el juego, mandan mails. La nenita del productor Luis Cella espera que yo salga del camarín porque la maravilla la transformación, le parece mágico”.
El actor entrevistado reconoce que a los varones les resulta más fácil hacer personajes femeninos verosímiles que a las mujeres convencer haciendo de varones: “Claro, recuerdo a Marilina Ross en La Raulito, o a Vanessa Redgrave con el tenista transexual Renée Richard, alucinante. Pero ninguna equivalente a Dustin Hoffman en Tootsie, por ejemplo. Creo que también hay que considerar que los hombres tenemos una larga tradición desde que existe el teatro, en distintas culturas, de estar a cargo de roles masculinos y femeninos. Las transformaciones que se logran aun hoy en teatros orientales son increíbles. Porque se aprendió a atrapar algo interno, la delicadeza de la mujer, rasgos muy esenciales. Si ves una representación de la Opera de Pekín, no sabés si quien actúa es varón o mujer, ni te interesa averiguarlo porque el resultado es deslumbrante. A fin de cuentas, de eso se trata nuestra profesión: de interpretar a un personaje lo mejor posible. Y me parece que esto el público actual lo está comprendiendo y valorando cada vez con menos prejuicios. Sin dejar de advertir que éste es un país todavía muy machista, pero por eso mismo es interesante que cada vez más actores se animen a hacer personajes femeninos, disfruten con ellos, descubran su diversidad, su variedad de estilos, de expresividad. A mí me gusta mucho observar a las mujeres en sus mínimos detalles, descubrir su riqueza como personajes, meterme en otra cabeza, en otros mundos”.

¿Dónde hay un portaligas,
viejo Gómez?
“Sobre este asunto se ha dicho algo muy interesante: que esto de vestirse del otro sexo incluye una especie de pasión por el autoengendramiento. O sea, hacerse uno más allá de todas las determinaciones”, apunta Norberto Inda, psicoanalista. “Por cierto, disfrazarse entra en el fenómeno general de la simulación. ¿Viste que en los carnavales, en los barrios, los hombres se travisten mucho? Me parece que en esto de disfrazarse de mujer, de hacerse mujer, pone como muy al desnudo el carácter ficcional de los géneros. Dicho coloquialmente: todas las mañanas nos disfrazamos: vos de mujer, yo de hombre, con todo lo que eso significa en cuanto a detalles de vestuario y arreglo, cumplimiento de convenciones y reglas en cuanto a lo que se espera de nosotros, en tanto mujer, en tanto varón. Especificidades culturales que terminan haciéndose carne.”
El profesional consultado recuerda que hace ya varios años que en el DSM4 desapareció la homosexualidad como patología, que ahora es tema de elección sexual. “Sin embargo, en ese mismo momento colocan algo que se denomina fetichismo travestista, que lleva esta definición: intensas necesidades sexuales recurrentes y fantasías sexualmente excitantes en un varón heterosexual que implican el acto de travestirse, sin que aparezcan trastornos de identidad sexual de otro tipo. Se trata de un disfraz en un varón heterosexual.” (Vale anotar que existen films acerca de este tipo de preferencias, como Glenn o Glenda, 1953 –citado en el film Ed Wood, de Tim Burton– o Igual que una mujer, 1992, de Christopher Monger, con Adrian Pasdar y Julie Walters.)
Norberto Inda remarca la dureza de la defensa de su identidad sexual por parte de los varones, “más peleados con la posibilidad de ambigüedad. Las mujeres, está muy estudiado, tienen una licitud mayor: entre ellas se tocan, se abrazan, se besan, intercambian la ropa con naturalidad... Lo planteo como pregunta: ¿En qué medida esta estratificación tan cuadriculada, tan tajante de no ser otra cosa que un varón, para muchos varones no oculta precisamente otra cosa? Jacques Dérrida decía: lo que se necesita excluir es porque está demasiado adentro. Quizá ciertos eventos como el carnaval, el teatro, la ficción ofrecen una coartada: ¿ahí se puede ser mujer?, ¿ser y hacer lo que tanto se desea? Entonces, esto que está tan relegado, tan puesto afuera, tan prohibido durante tanto tiempo, es aquello que reaparecerá en el travestismo. Fijate que los travestis de la realidad son varones, y varones son sus clientes que debajo del atuendo femenino se encuentran con un pito. Los clientes que acuden en tropel son nuestros varones argentinos que hacen una especie de transacción: se levantan a una mina espectacular que, como te decía, tiene pito. No es como ser gay y buscarse a un muchacho musculoso. Es una zona muy oculta, muy secreta la de los clientes”.
En opinión del psicoanalista Inda, de lo que se trata por parte de los travestis –incluidos los que tienen cierto éxito en el espectáculo– no es de ser una mujer sino “la” mujer: “Todo agregado: más alta, más curvas, más brillo, más cocoliche. Como una hipertrofia de mujer. La teórica norteamericana Judith Butler, cuando habla del drag queen resalta el fenómeno de la simulación, pero no de un original sino de un ideal de género, un hipergénero. Así como se ha hablado en otros casos de experimentos de la naturaleza, a mí me parece oportuno en el tema de los travestis encarar la posibilidad de experimentos de la cultura. Los estudios de género que en cierto modo se diferencian de toda la narrativa de Freud y del psicoanálisis hablan de que nuestra identidad primaria, tanto de varones como de mujeres, es una protofeminidad. El primer otro, tanto para vos como para mí, fue una mujer. El primer cuerpo que nos sirvió de espejo fue un cuerpo de mujer, percibimos olores, secreciones de mujer. Esto importa una especie de identificación que en el caso de una mujer se continúa en una línea ininterrumpida, aunque te pelees con tu madre”.
¿Qué pasa cuando las imitaciones, sobre todo en la tele, se convierten en escarnio? “Me parece que ciertas exageraciones, aparte de ser una injuria, están diciendo que hay algo de la mujer de lo que se quieren apropiar. Creo que en este movimiento tipo Miguel del Sel hay como un canal de permiso, pero en ese mismo trámite de hacerlo tan exacerbado, se retorna al prejuicio: estoy haciendo de mujer, pero de loca. Yo terminaba una charla diciendo que tratar de adquirir una entidad de género coherente siempre implica una amputación, la anulación de una parte de sí. Pertenecer a un género sólidamente establecido tiene sus costos. Y me preguntaba si serán los travestis y sus clientes formatos posibles de recuperar una sexualidad menos atada al sexo biológico y al género planteados en forma dicotómica.”

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Florencia de la V.
 
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