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Viernes, 6 de septiembre de 2013

PERFILES > ROSA SCHONFELD DE BRU

La tenaz

 Por Marta Dillon

No es lo mismo la muerte que la desaparición, aun cuando se haya arrastrado durante más de 20 años la certeza de que en ese silencio, en esa falta de abrazo, en ese detenerse del tiempo en una foto en la que todo habla de pasado está la muerte. No es lo mismo, Rosa Schonfeld de Bru lo sabe. A veces, dice, mira ese programa en la tele, uno en que las familias se encuentran después de haber estado veinte o treinta años separadas y cae en la trampa de ese juego de las lágrimas: ¿y si le tocara a ella? ¿Y si hubiera algún error? ¿Si el milagro le fuera otorgado y Miguel pudiera levantarla en el aire en la vuelta de un abrazo? Es esa “esperancita” la que más duele. Es esa luz que titila y no se apaga y a la que su añoranza va a quemarse como los insectos. Es la falta de cuerpo, la falta de duelo. Y también es, para la mamá de Miguel Bru, torturado hasta la muerte en la comisaría novena de La Plata y desaparecido después y hasta ahora, el motor de una búsqueda que no cesa. A ella no le alcanza con que se haya condenado a los autores materiales –los policías Justo López y Walter Abrigo– y a los responsables de la comisaría –con penas que apenas alcanzaron los ocho meses de prisión efectiva–, no le alcanza que el Estado haya reconocido su responsabilidad dimensionándola con una suma de dinero que Rosa dispuso para la fundación que lleva el nombre de su hijo. Quiere que aparezcan sus restos, recién entonces podría terminar la búsqueda. Y no la lucha. Porque esta mujer de 65, menuda, de voz frágil y convicciones fuertes cree que hay dolores peores que la desaparición y la muerte y es que a eso le siga el anonimato.

“Escuchando a otras mamás, otras historias, llegué a pensar que no estábamos tan mal. Porque en definitiva, nunca estuve sola, estuvieron los amigos y compañeros de mi hijo que me abrieron los ojos y me sostuvieron y supieron cómo rescatar a mi hijo de esa otra tumba, la de la impunidad.” Todavía se acuerda, cómo olvidarlo, cuando un compañero de Miguel vino a decirle que habían encontrado su ropa y su bicicleta, cuánto tardó en darse cuenta de que ese dato era definitivo, que su ausencia no era voluntaria, que la tragedia estaba sacudiendo los cimientos de todo lo que creía posible. “Porque yo en lo primero que pensé fue en la policía, no como responsable, pensé que había que ir a la policía a hacer la denuncia. Mi marido era policía.” Contra su sumisión de ama de casa y madre de cinco hijos siempre con la mesa puesta y la paciencia flexible tuvo que levantarse. “Me convertí en una mujer autónoma, me dejé educar por los amigos y compañeros de mi hijo, nunca va a ser suficiente lo que les pueda agradecer incluso por actos que entonces me parecían inútiles, como colgar un cartel en el Concejo Deliberante de La Plata que decía ‘¿Dónde está Miguel?’. Y pensar que es ahí donde ahora se discutió y se aprobó poner una baldosa con su nombre frente a la comisaría donde lo mataron. Creo que tendría que haber una baldosa por cada víctima de la violencia institucional. Y la va a haber, como con los desaparecidos”, promete cuando todavía escucha los últimos acordes de la orquesta infantil que tocó en su homenaje cuando la declararon Personalidad Destacada en los Derechos Humanos en la Ciudad de Buenos Aires. Son demasiadas víctimas para estas tres décadas de democracia, lo sabe aunque no puede recitar un número de memoria. La memoria le sirve para otras cosas, le sirve para seguir en el camino. Le sirve también para plantar su modesta bandera de victoria: a Miguel lo detuvieron y lo torturaron después de que él presentara una denuncia por un allanamiento ilegal y violento en su contra. Le aplicaron el submarino seco no para que hable, sino para que calle, para cubrirse, para proteger la impunidad de los uniformados. “Y ahora yo me pregunto qué sentirán esos tipos a los que seguimos llamando asesinos con nombre y apellido, qué sentirán ahora, veinte años después, cuando el nombre de mi hijo se sigue pronunciando.” Cuando su madre, sin cansarse, lo sigue buscando.

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Imagen: Telam
 
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