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Viernes, 27 de septiembre de 2013

LETRAS

El ojo excéntrico acá nomás

Hebe Uhart sabe darles trascendencia a los detalles nimios, esos diálogos domésticos destinados a perderse en el run-run de lo cotidiano, el pulso con que crecen las plantas, el modo en que habla un peluquero. De esos detalles que la habitan como habita a cada quien la memoria escribe cuentos extraordinarios, un ejercicio que ha sostenido por más de 50 años y que ahora visita entre clases que nunca dejó de dar, viajes e indagaciones que, cree, se convertirán en libro después de su último, Un día cualquiera (Alfaguara).

 Por Dolores Curia

El encargado deja subir sin demasiada indagación y el vecino con dos perros salchicha aprovecha el viaje para mandarle saludos a la vecina del noveno. Ella espera detrás de la puerta entornada del departamento. El olor a café y masitas de panadería y la cantidad de luz que entra por el balcón parecen parte de la misma cosa: perfume y temperatura de un ambiente tutelado por los fantasmas de Sófocles, Saki y, desde otra pared, Cándido López. Hebe Uhart pregunta casi tanto como responde. Sonríe con cada pliegue de su cara. Hace un esfuerzo para mantenerse sentada largo rato, fuma, dibuja garabatos con una lapicera mientras charla y redondea sin clausurar sus reflexiones con un “¿es así o no es así?” o un “decime si no”, como si no se sintiera obligada a estar segura de nada. Vive en el mismo lugar desde hace décadas y es inevitable preguntarse por la edad de las tazas, las sillas, el reloj, el tapiz incaico. Es probable que los objetos hayan ido muriendo y reencarnando en nuevas generaciones de tazas, sillas y relojes, pero igual dejan ver el tiempo transcurrido, que también es la entrada y la salida de sus cientos de alumnos. Ella misma menciona que hay un ex alumno potencial en casi cualquier evento a los que va. Se le acercan ahora, grandes, profesionales, casados o simplemente “más panzones y más pelados a decirme ‘yo me acuerdo de tal frase tuya’ o ‘yo era el de los rulos’ y la mayoría de las veces me resulta imposible acordarme. No es mala voluntad, es que han pasado tantos”. Muchos son de la época en la que daba clases en Filosofía y Letras, de los talleres ambulantes, de los que da en su casa y los que da gratis en su Moreno –de donde sus padres y abuelos son casi fundadores– como un modo de devolución literaria a un lugar que tanta anécdota les dio a sus relatos. “Igualmente ya no acepto a cualquier alumno, ya no doy lugar a los locos y a las malas personas. Ya no tengo ganas de llevarme esas sorpresas, para eso está la entrevista previa. Aunque obvio que con los locos y los malos nunca se sabe. Pero por lo menos...”

Hace 50 años que Hebe Uhart escribe. Durante esos años publicó 17 libros. El primero salió a la luz cuando ella tenía 23. Fogwill vio en ella a una de las mejores cuentistas argentinas contemporáneas. Piglia la ubica como heredera y continuadora de una línea inaugurada por Borges del narrador incierto, vacilante, alejado de las definiciones tajantes. Sin embargo, a la destinataria de los elogios esas definiciones le parecen “dibujos del periodismo, frases hechas que se repiten como slogan”. En 2010 Alfaguara publicó Relatos reunidos, que aglutina casi toda su obra en una colección que ubica el apellido de Hebe al lado de Nabokov y Faulkner. En Un día cualquiera, que apareció este año, hace lo que es su marca: distanciarse para volver a mirar con otra lente y rastrear con el oído los lugares comunes del diálogo en la casa, en la vereda, en el tren. Caminar por avenida Córdoba hasta la plaza Serrano, ir a la peluquería a teñirse las raíces, escuchar los mensajes del contestador, mirar crecer la hiedra se vuelven anécdotas ricas y extrañadas. En Un día cualquiera hay un ejercicio de memoria, lleno de datos de color, agujeros negros, genealogías familiares y vecinales, migraciones, infiernos grandes, chismes e intrigas irresueltas. Hay también un énfasis en su infancia y adolescencia, con varios subrayados irónicos de lo que hace o debe dejar de hacer una señorita y guiños sobre la educación de las niñas modelo.

–Si bien nunca adscribí al feminismo propiamente dicho, la postura que más me interesó siempre fue la de Isak Dinesen, la autora de Memorias de Africa. Tiene unas cartas muy interesantes. Ella hace una ruptura con su familia no como la hacíamos nosotras, dando el portazo. Con veintipico de años explica muy bien por qué se va a Africa para sentirse completa. Lo que ella hace es un movimiento de libertad. Creo que la libertad fundamentalmente es algo que se conquista. Nadie te la da. Lo que ella dice en 1920 es algo que sigue valiendo 90 años después. Se queja de que la mujer a veces está a medio camino, indecisa. Quiere ser libre pero también quiere que se la agasaje con todas esas cuestiones de la caballerosidad y ser admirada por el ojo masculino. Sigue siendo tremendo para mí ver cómo tantas mujeres se visten para agradar, buscan esa mirada de reconocimiento. La primacía de lo físico nos sigue poniendo en lugar de dependencia. Yo no lo puedo soportar. Se le concede así el lugar de amo al hombre. Por ejemplo, tengo amigas que todavía vienen y me dicen: “¡Ay, estás más flaca!”, como si fuese un logro moral. Al primer corte, al modo de Dinesen, lo hice consiguiendo un cuarto propio en mi casa de Moreno y más tarde viniéndome definitivamente a vivir a Buenos Aires. Nunca se sabe si hiciste lo que quisiste porque quisiste o porque no te quedó otro remedio. A mí, por ejemplo, los novios me han dejado siempre, nunca me pude dar el gusto de dejar a alguno. Tampoco me hice nunca la rabona en la escuela. Por suerte no tuve una educación con tantas pautas sobre lo que se espera y lo que no de una chica, y eso que vivíamos en un pueblo. A eso lo agradezco.

La docencia tiene un lugar de privilegio en sus 77 años de vida, como profesora universitaria, maestra, bibliotecaria, vice y directora de un colegio rural (hasta dio clases en un tranvía que hacía de aula). No viene de una legión de escritores ni lectores (“en mi casa de la infancia había un par de libros sobre catolicismo y eso era todo”). El encuentro con otra biblioteca fue en Filosofía y Letras, espacio que –línea Sarmiento de por medio– combinó con la docencia en escuelas por las mañana. “Soy una escritora de suburbio porque he nacido en el conurbano. Tal vez el suburbio sirva para ver la cosa ciudadana con cierta distancia. Pienso en mi infancia: el trato que se tiene con los chicos en un pueblo no es como el de acá. Sirve para tener una infancia curiosa, de observación, libre. Yo me movía sola por el pueblo y jugando en la vereda podría tener acceso a veinte casas, ver veinte vidas, podía estudiar los mecanismos de otras familias. Eso enriquece a un chico más que una vida llena de actividades como flauta dulce y gimnasia.” Entre Moreno y Capital y durante los tiempos muertos entre las clases, hizo vida de bares. En ellos conoció al joven amigo de la bebida del que habla en el cuento “Turismo urbano”: “El y su grupo me dieron mucho material pero lo sufrí: a esos hay que aguantarlos. Fue en los primeros años de la facultad. Como era la única sobria, él y sus amigos bohemios y medio estafadores me mandaban a comprar vino a la medianoche. Yo me quería matar. Pero me quedaba con ellos igual. Todo para irme de mi casa. Hoy me parece inconsciente irme así, desaparecer tres días y no decir nada. Volvía a Moreno para reponer fuerzas y comer, y me volvía a ir. Había circunstancias feas en mi casa, mi hermano había muerto. Me quedaba con ese novio menos por enamoramiento que por preocupaciones teóricas: quería indagar en ese mundo de borrachos. Eran vidas misteriosas, sin sol. Lo bueno de ser joven es que todo te parece interesante”.

¿Cuánto de su día está dedicado a la escritura?

–Muy poco. El imaginario del escritor que escribe todo el día es un mito. Desde Un día cualquiera que no escribo ni una página. Mi tiempo se ocupa con los talleres. También estuve en San Juan, en Santiago de Chile, antes estuve en Santa Fe por el Filba. Viajo mucho. No es sólo que no haya tiempo, lo fundamental es que no estoy teniendo la disposición mental. Todas estas ocupaciones que tengo son interrupciones. Hay que estar un poco sola también. Viajar, si voy sola, es una gran ocasión para escribir.

Y entre viaje y viaje, ¿qué está leyendo ahora?

–Leo mucho para elegir qué voy a dar en el taller, porque todas las semanas o cada quince días por lo menos tengo que cambiar de autor. Leo muchos cuentos y crónicas. Recomiendo Antología de la crónica latinoamericana, de Alfaguara. Ahora estoy con un libro que me regalaron en Chile, Los mejores cuentos chilenos del siglo XXI. Entre los jóvenes de aquí me interesan Inés Acevedo, Félix Bruzzone, el cordobés Federico Falco. Inés Acevedo tiene una novela que se llama Una idea genial. Una de las cosas que Acevedo tiene a favor es que tiene una familia disfuncional, eso, para escribir, es como un master. Son gente que ha tenido grandes campos y ha perdido todo. Rarísimos: una familia de gente de campo que por convicción no mataban animales, sólo se comían los muertos. Bueno, son todos disparates así pero reales.

El ojo de Hebe busca el detalle excéntrico en lo de todos los días. Para ilustrarlo trae una postal de su biblioteca: es la foto de un coya que lleva a cococho a una oveja. “Estos autores que recomiendo me gustan porque veo eso. Federico Falco tiene la virtud de volver rara cualquier cosa corriente. Y Bruzzone, que es hijo de desaparecidos, tiene la virtud de no contar los hechos puntuales sino sus efectos sobre el protagonista, que evidentemente es él. Hay un cuento ‘Fumar bajo el agua’. Yo suelo usarlo en los talleres, ahí cuenta cómo después de la desaparición de sus padres empieza a vivir con su abuela y que empieza cierta militancia más porque le interesa una chica que por la cosa en sí. Esa finura en el detalle es lo que lo hace más creíble. La sutileza en general produce efectos más ricos.” Este año Hebe estuvo yendo tras los pasos de algunos grupos neohippies con intereses esotéricos. Entre ellos la ecoaldea Velatropa de Ciudad Universitaria, las comunidades del Uritorco y San Marcos Sierra en Córdoba, que apedrean a quienes quieren pavimentar la zona: “Me entusiasma el tema. Estoy investigando y viendo qué hacer con ellos, tal vez otro libro de crónicas de viajes. Una habla con ellos, los ves vestirse, la relación que tienen con el dinero y lo que piensan y es como teletransportarte a los ’70. Muchos son muy jóvenes, se cansan y vuelven a la ciudad. Pero también hay gente grande que ha mantenido ese modo de vida hasta hoy. Muchos son muy religiosos, místicos. Quiero que mi próximo libro con crónicas de viajes sea sobre ellos”.

¿Cómo trabaja un personaje?

–Justamente hoy estuve con el libro de un uruguayo, Juan José Morosoli. El dice que lo importante no es cómo se escribe un personaje sino cómo se concibe. El verdadero trabajo es el de armarlos en la cabeza. Escribir es nada más que el último paso. Y eso pasa a partir de que alguien o algo te impresionan demasiado. Una persona, por ejemplo, puede impresionarte por su vida, su forma de hablar. Uno puede elegir un muy buen personaje, pero escribiendo se puede dar cuenta de que ese personaje no tiene elementos para esa historia, entonces hay que abandonarlo. Hay que poder reconocer si el personaje va o no va para una. Yo tengo de la gente una primera impresión. Sólo algunos elementos, y sobre esa base trabajo. El otro día, en el aeropuerto de Arequipa conocí a un brasileño grandote que estaba volviendo con su familia después de 30 años a un lugar donde había estado con una novia. La mujer estaba repodrida de él. Imaginate ir de vacaciones al lugar donde éste tuvo un amorío. Bueno, ahí hay un disparador para un cuento.

¿Alguna vez alguien conocido se reconoció entre sus personajes y se enojó?

–Una vez una señora de Moreno. Era muy conspicua porque iba con un sombrero grande a misa, era muy evidente que hablaba de ella. Y me contaron que se ofendió pero yo no tenía relación, así que no me importó. Ahora ando detrás de una vecina a la que no conozco mucho, sólo de vista. Pero me saluda con gran randevú y me dice: “Ema, ¿cómo te va?”. Yo no la corrijo. Tiene el físico de un duendecito, es una señora grande y tiene un novio joven. Lo sé porque soy chusma y le pregunté al portero. No se le nota que es grande porque es muy flaquita, muy ágil. Se trepa a la moto del novio sin problemas. Se viste muy moderna, con calzas. Usa el pelo rubio largo. Un día me dice: “Yo rezo mucho por vos”. Raro. No empecé a trabajarla todavía, pero este personaje se las trae. Para empezar tendría que preguntarme “a ver, ¿cómo reza esta mujer?, ¿cómo?” y así. También presto atención a las cosas que cuenta la gente. La gente habla mucho, cuenta farragoso y hay que recortar. Pero se pueden agarrar una o dos cosas y traerlas a tu terreno. O cosas que veo en la tele. El otro día escuché en un programa el titular “Iguana con problema de actitud”. Me encantó. Lo anoté en mi libreta. Me va a servir para un futuro.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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