las12

Viernes, 4 de octubre de 2013

PANTALLA PLANA

En ese lugar

Como otros presidentes de la Patria Grande, Cristina Fernández de Kirchner tiene programa propio, un tête à tête con entrevistadores elegidos, en el que hasta ahora destacó la persona por encima de la investidura. Una revisión de su último capítulo junto al inefable Jorge Rial en el que la desconfianza fue el tema que ella supo manejar, incluso con perspectiva de género, mientras esperamos que frente a ella se siente otra mujer (Las12, desde ya, se postula).

 Por Rosario Bléfari

Hablar con Rial es como hablar con las mil caras de la televisión misma, madurado frente a las cámaras, puede hablar como un tipo macanudo del que nunca se sabe lo que piensa, sólo esgrime opiniones si funcionan como chispas para un escándalo. Confiar parece imposible, exponerse a una charla con él es como hablar con muchos al mismo tiempo. Pero fue el interlocutor elegido esta vez por la Presidenta en la última entrega de Desde otro lugar, donde recibe a un entrevistador en la quinta de Olivos para charlar en un tono más alejado –nunca del todo cuando se es presidenta– del discurso. Al ver a Rial sentado con la Presidenta se piensa en todos y todas las que podrían sentarse en su lugar, porque el lugar de Rial es el lugar de cualquiera. Podría ser Nelson Castro o el ferretero de mi barrio, que cuando el cliente boliviano agarró su bicicleta –apoyada afuera sin traba– creyó que era mía y que me la estaba robando. La desconfianza fue justamente el tema que propuso Rial preguntando cómo se puede confiar siendo Presidenta. Destacó primero la confianza en sus colaboradores, pero Rial quería saber de la desconfianza, entonces habló de su desconfianza personal para de inmediato pasarla a la categoría de característica femenina, retratando una mujer, que como las heroínas de Hitchcock, es siempre más desconfiada que el hombre. Desconfianza que atribuyó al control que necesitaríamos tener sobre todo como resultado de la capacidad para hacer muchas cosas al mismo tiempo, para manejar dos planos: el público –el trabajo afuera de la casa– y el privado –el trabajo adentro de la casa–. Cuando con Néstor, su marido, ambos ejercían la profesión de abogados, él sólo estaba en eso mientras que ella, además, estaba en todo lo que era la vida del hogar, los hijos, la escuela, las compras, aunque no hiciera las tareas domésticas. Sin embargo, a diferencia de Néstor, quien fue en la charla el representante masculino de un dúo que compartió época, lugar, carrera, militancia y familia, como en un experimento de observación de hombre y mujer bajo similares condiciones de presión y temperatura, a diferencia de él, ella admitió poder desconectar por momentos de la vorágine absorbente de los asuntos de Estado. Un signo de autoprotección que permite mantener la salud. El retrato de mujer –a la par de otros– que se fue conformando adquirió más pinceladas cuando la Presidenta admitió lo que, en la espontaneidad, llamó “un plus en menos por ser mujer”, una expresión fortuita que puede querer decir mucho ¿fue capaz de revertir esa desventaja a su favor? De ser así, la conciencia de esa desventaja la habría llevado a ser un diez en la facultad en vez de un cuatro como su marido, a demostrar su capacidad en un territorio mayoritariamente en manos de los hombres como es la política, donde supo mantener la confianza en sí misma que se necesita para no desmoralizarse ante los encarnizados insultos de sus detractores, abiertamente dirigidos a su naturaleza femenina (cuando estaba embarazada le gritaban “¿de quién es el hijo que tenés en la panza?”) y ante la desconfianza que tuvo que afrontar, no sólo porque todos confían más en papá que en mamá a la hora de mandar, sino por los antecedentes: la renuncia de Evita y la presidencia de Isabel. Cómo afrontar la desconfianza, le hubiera preguntado yo, si en la simpleza de la vida cotidiana de una ciudadana común, en la cola de un cajero puedo sentir el bufido de los hombres detrás mío porque dos mujeres se demoran y cuando me toca trato de ser “la más rápida del oeste” para demostrarles –acto inútil– algo. Era fácil para los hombres y sólo para ellos posible hasta hace poco, llevar el mando y tener una vida. Pero ella es producto de una época donde hombres y mujeres iban codo a codo en la militancia, las mujeres estudiaban, hacían política pero también se enamoraban, se casaban y formaban familias como sus padres. Y entonces Cristina Fernández trae para el retrato dos escenas más: protección y competencia en el núcleo de la célula. En la primera, el hombre que “como muchos o como pocos, no sé”, tiende a proteger a su mujer. “Yo me enojaba con eso”, dice, hasta que llega el día en que le anuncia “siento que no voy a poder protegerte más”. El pie fue para Rial: “Y ahora ¿quién la protege?”, apuró. Y la escena final en la que su compañero se ve vulnerable finalmente frente a ella: “Aunque midas 80 puntos voy a ser yo”, le dice él, en franca competencia. Pero una vez más la muerte jugaría sus cartas definiendo la partida.

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