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Viernes, 4 de octubre de 2013

ENTREVISTA

¿Qué carajo estás haciendo acá?

Esa pregunta, lanzada con violencia y de sopetón mientras Luciano Fabbri marchaba con un pañuelo verde al cuello junto a miles de mujeres para reclamar por el aborto libre y seguro, fue la que azuzó a este licenciado en Ciencias Políticas para iniciar una búsqueda que lo llevó a leer y subrayar todo lo que tuviera que ver con feminismos. Después cruzó la teoría con la práctica política en movimientos sociales para su tesis de grado, tesis ahora convertida en el libro En las calles y en las camas –Puño y Letra–, “un manual de uso” feminista para utilizar a la hora de emprender acciones militantes.

 Por Sonia Tessa

Luciano Fabbri recorrió un largo camino hasta su presente en el Colectivo de Varones Antipatriarcales. Este militante social se topó con el feminismo por primera vez en 2003, en la marcha final del Encuentro de Mujeres en Rosario. Ese domingo, invitado por una amiga, llevaba el pañuelo verde de la Campaña por el Derecho al Aborto, estaba rodeado de mujeres, y una de ellas lo interpeló: “¿Vos qué carajo estás haciendo acá?”. La pregunta, en lugar de expulsarlo, lo puso en la ruta de una búsqueda. Durante un año y medio leyó caóticamente todo aquello que tuviera que ver con estudios de género, para escribir su tesis de grado, llamada “Apuntes sobre feminismos y construcción de poder popular”. Luciano había cruzado las dos experiencias políticas que lo definen. Participó en las asambleas populares en 2001, estuvo en las ocupaciones académicas en la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario, en los debates y prácticas nacidos al calor de los Movimientos de Trabajadores Desocupados. Sintió el cimbronazo de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, que lo llevó a visitar el MTD Aníbal Verón para conocer de cerca la experiencia de prefigurar la sociedad que se declama. Con todo ese bagaje, su tesis circuló durante cinco años en forma de fotocopias entre compañeras y compañeros de militancia del Frente Popular Darío Santillán, Corriente Nacional. Este año, aquel texto se convirtió en un libro de la colección “En las calles y en las camas”, de Puño y Letra, editorialismo de base.

Para Fabbri, la publicación es más un “manual de uso” para la acción que una obra académica cerrada. “La potencia, lo que me genera alegría y orgullo de esta publicación, es la apropiación colectiva del material, que es preexistente al libro y es su condición de posibilidad”, dice el autor.

Apenas le propusieron convertir esa tesis en un libro, Fabbri pensó en sus compañeras feministas de MalasJuntas, a las que les pidió un prólogo. El texto llama a “despatriarcalizar” las organizaciones, y para eso propone: “Nos calzamos las gafas violetas para analizar nuestras construcciones orgánicas”. Así, se trata de revolucionar las relaciones cotidianas entre compañeras y compañeros, para que dejen de regirse por los mandatos del patriarcado. Ana Clara Borsani, de MalasJuntas, dice que el libro “habla de muchas de las discusiones que nosotros teníamos en nuestras reuniones, a la hora de tomar definiciones, a la hora de emprender acciones militantes, desde discusiones mínimas hasta riesgos en los que no queríamos caer”.

¿Cómo surge este libro?

–En el título están dos cruces que ya implican una genealogía en términos biográficos. Es eso de poder popular y feminismos. Yo primero empiezo a militar en la universidad, en las coordinadoras de lucha de 2001, en segundo año de mi carrera. Al año siguiente los matan a Darío y a Maxi, y para mi generación ése fue un punto de inflexión. Nosotros salimos ahí medio desesperados, en bicicleta, en el momento en que nos enteramos de que habían sido compañeros de los MTD Aníbal Verón, a buscar gente al Monumento a la Bandera, al centro, con quienes entender lo que había pasado, abrazarse, llorar, contenerse. Tres meses después me fui al conurbano a conocer dónde ellos estaban militando, a conocer las asambleas, los espacios de formación, la panadería, la bloquera. Y esa conmoción hizo que me involucrara más en la militancia universitaria pero ligada a estas construcciones de estos movimientos sociales, no pensando la universidad como una isla sino en su interrelación con los actores que estaban protagonizando la resistencia al neoliberalismo en ese momento.

En esa resistencia, ¿qué lugar ocupaba la prefiguración de la sociedad que se aspira a construir?

–Yo empiezo a participar en un contexto de auge, eran las asambleas, justamente. Eran las asambleas, las ocupaciones académicas que hacíamos en la Facultad. Y eso ya implicaba una forma de construcción. Y a la vez íbamos reconociéndonos en esta forma de construcción que personas que estaban en contextos totalmente distintos como era el conurbano bonaerense, por ejemplo, también funcionaban de forma asamblearia, también consideraban que las decisiones tenían que ser tomadas en forma colectiva, que tenían que formarse para poder hacer eso. Y eso es lo que en algún punto empieza a trazar un poco esta idea de qué es la autonomía y el poder popular, dos conceptos que después van a aparecer reiteradamente en este libro. Y un tiempo después, en principio en 2003, yo participo en la marcha del Encuentro de Mujeres de Rosario.

Fue la marcha que, con la estrategia de los pañuelos verdes, mostró la transversalidad del reclamo de la despenalización del aborto...

–En la genealogía de la campaña, el encuentro de 2003 es clave, porque es la primera asamblea de estrategias por la legalización del aborto, todos esos contenidos que yo voy recuperando a posteriori, pero en aquel momento para mí era ir a ver de qué se trataba todo esto. Y nos fuimos con otro compañero, nos acercamos a la columna verde, y nos ponen el pañuelo. Las primeras reacciones fueron, así, como de complicidad, de risas, y alguno que otro aplauso. Y veíamos que eran todas mujeres, que no había muchos varones alrededor. Algunas cuadras después, una mujer se para delante de mí y me dice: ¿Vos qué carajo estás haciendo acá? Y... yo digo que para mí ésa es una pregunta muy interesante. Porque se abrieron otras preguntas: por qué por ser varón no puedo estar a favor de la despenalización del aborto, por qué por no tener relaciones heterosexuales no puede ser el aborto para mí una problemática.

¿Esa pregunta te resultó expulsiva?

–Siempre recupero el contenido interpelador e incluso pedagógico que tuvo. Porque digo, una reacción de los varones ante el feminismo y ante la interpelación del feminismo es una reacción defensiva y de victimización, nos excluyen de estos espacios, son las feministas que odian a los hombres, que no piensan espacios inclusivos para nosotros, que... y por suerte –no sé si solamente por suerte–, no fue ésa mi reacción. Hoy todavía pienso esto, qué carajo estoy haciendo acá, qué estoy haciendo participando de la lucha feminista, por qué esto me atraviesa de forma personal para que 10 años después éste siga siendo mi principal lugar de acción y de intervención. Y qué es lo que los varones nos podemos preguntar en relación con esa pregunta. Qué es lo que nosotros hemos hecho históricamente y seguimos haciendo para que un cuerpo de varón sea visto como una amenaza en esos espacios de mujeres. Implica un poco cuestionar esa indiferencia histórica, esa apatía, el considerar que las problemáticas de género no nos atraviesan.

¿Y cómo te hiciste feminista?

–Primero me acerco a la campaña local, a Mar, a ver qué era lo que se estaba haciendo respecto del aborto para llevarlo a la agrupación estudiantil, empezar la difícil tarea de discutir dentro de la agrupación estudiantil por qué teníamos que trabajar estas problemáticas, buscar complicidades, principalmente de compañeras. Tiempo después me invitan a un barrio, para militar en el MTD y también era cómo llevar estas reflexiones. Una de esas cosas que siempre vemos en los movimientos sociales es que hay una masiva participación de mujeres, y a medida que vamos de las tareas de base a las tareas de representación política esa participación va siendo inversamente proporcional y nos encontramos con que de los muy pocos varones adultos que participan de esos espacios, en general son los dirigentes. Digo, entonces, eso implica la necesidad de dar una discusión del porqué de ese techo de cristal que llaman las feministas, que no sólo es un fenómeno que sucede con las mujeres profesionales o académicas, sino que también se da en la participación política de las mujeres de los sectores populares.

¿Allí nació la idea de hacer una tesis que sea también una herramienta para la militancia?

–Ahí me metí más de lleno a estudiar sobre feminismo, sobre género y después llegó esta pregunta de para quién estaba produciendo esta tesis. Si podía generar un material que sirviera fundamentalmente para dar la discusión con compañeros y compañeras de militancia. Y por otro lado para otra gran mayoría que forma parte de nuestros movimientos sociales y políticos, que no conoce del feminismo y que muchas veces tampoco se toma la molestia de conocerlo. Liliana Daunes dice que el feminismo es una teoría denostada sin ser leída. Y me parece que pasa un poco por ahí. Si vamos a discutir, discutamos con argumentos, no con los prejuicios que recorre el ideario patriarcal sobre lo que es el feminismo.

Vos decís en el libro que todos se sienten en condiciones de dar clases de estrategia a las feministas, para ser “aceptadas”...

–Justamente, lo que el varón cree que le puede decir a la mujer en la vida cotidiana, que es cómo tiene que hacer las cosas para que le salgan bien, obviamente desde su punto de vista, se traslada después casi mecánicamente a la discusión política. Para mí el material este tiene un sentido de acción política, de intervención...

De una intervención basada en la prefiguración de esas relaciones que se proponen...

–Es también un poco esta configuración, porque lo que se puede llamar el feminismo popular también es propio de esta década, de esa década, de la masividad de los encuentros de mujeres, de cómo empiezan a participar las mujeres de los movimientos sociales piqueteros de esos encuentros.

¿Un feminismo con horizontes más amplios?

–Algunas de las vertientes feministas empiezan a plantear la discusión de un feminismo digamos que erigía su propia experiencia como experiencia universal. La mujer blanca, clase media, heterosexual, con formación académica, profesional, que era un poco la protagonista implícita del feminismo, y cómo eso empieza a ser interpelado y enriquecido y complejizado por los feminismos negros, populares, lésbicos, indígenas, y me parece que eso es lo que va haciendo también que se empiece a complejizar mucho más una discusión que también es muy relevante para los movimientos que queremos discutir este cruce entre feminismo con el poder popular y cuál es el sujeto político del feminismo. Si el hecho de que el origen, y la mayor vitalidad, y el actor principal del movimiento feminista sean las mujeres y la lucha por sus derechos, implica necesariamente que ése sea el único sujeto que puede encarnar la política feminista o no. Y bueno, un poco lo que venimos discutiendo desde estos movimientos, hace ya algunos años, es que el feminismo es un cuerpo de ideas y de prácticas políticas que debe ser apropiado aun a costa de nuestros privilegios, de quiénes no somos justamente los damnificados por el patriarcado, debe ser apropiado en nuestros colectivos en estos espacios que también son intergénero, que a la hora de discutir la forma en que nos relacionamos, qué significan estas prácticas prefigurativas que solemos mencionar, en términos de cómo anticipamos el cambio social en nuestras prácticas actuales y no lo postergamos para el día de la “revolución” –así, entre comillas–. El feminismo nos aporta herramientas que son vitales para poder pensar y practicar ese cambio social.

¿Qué significa prefigurar una sociedad no patriarcal en las prácticas cotidianas?

–De hecho el titulo de mi proyecto de doctorado es del antipatriarcado a la despatriarcalización. Justamente, cómo pensar ese tránsito de la enunciación del antipatriarcado como un principio político de la organización, lo cual no deja de ser un paso importantísimo y que llevó muchísimo trabajo de un montón de compañeras para lograr que se jerarquizara el antipatriarcado, al igual que el anticapitalismo o el antiimperialismo en estas organizaciones, y que empiece a ser una tradición política discutir la perspectiva antipatriarcal. Pero la pregunta es cómo se pasa a esta idea de la despatriarcalización, que es ubicar cómo el patriarcado impacta en nuestra dinámica cotidiana, en la organización, en nuestras modalidades de relación, en nuestras formas de definir política, en cómo circula el valor de la palabra en los espacios de reunión, en qué legitimidad se les da a las palabras de las compañeras, digo, cómo la idea de despatriarcalización es empezar a desmontar al patriarcado en la dinámica más cotidiana y no simplemente pensar el antipatriarcado como una enunciación de un principio político abstracto o como una definición que nos permite incorporar eso a la agenda reivindicativa o a la disputa con el Estado.

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Imagen: Alberto Gentilcore
 
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