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Viernes, 31 de octubre de 2003

DANZA

escrito con el cuerpo

En simultáneo, tres compañías de danza integradas por mujeres presentan obras en las que la vida, la muerte y la desaparición –esa otra muerte– son las huellas sobre las que los cuerpos y sus movimientos construyen guiones trágicos o frenéticos, siempre vigorosos.


Tres espectáculos de danza teatro que representan la resistencia al olvido se ofrecen actualmente en Buenos Aires. Tres espectáculos de infrecuente calidad sobre los que parece haber descendido Terpsícore, musa del baile y de ciertas formas de la poesía, no por casualidad hija –al igual que sus ocho hermanas– de Zeus y de la Memoria. En todos los casos se trata de obras creadas, dirigidas e interpretadas por mujeres dotadas, intrépidas y bien entrenadas que avanzan resueltamente en un territorio al que se le animan pocos varones. Tres espectáculos a favor de las búsquedas vitales, integradoras, sinceras, aventuradas.
“Todavía vivimos en un país muy prejuicioso, muchos suponen que el baile es cosa de mujeres... o de homosexuales. Conozco varones que quizás lo harían, pero los detiene el qué dirán. Aunque pocos, hay muy buenos bailarines. Es una lástima: ellos se lo pierden, perdemos todos. De todos modos, incluso cuando bailan sólo mujeres, las dos energías –la masculina, la femenina– se despliegan arriba del escenario. Es verdad que naturalmente el varón tiene mayor fuerza muscular, pero las mujeres podemos generar mucho brío, mucha fortaleza en escena -comenta Julieta Eskenazi, de la compañía Tercas Hembras Tuercas. Las técnicas de apoyatura que se usan ahora –artes marciales, yoga– van potenciando una fuerza que tradicionalmente desarrollaban, y siguen desarrollando, los varones. Porque eso sí está socialmente avalado, que un hombre haga karate. Pero si un chico pide hacer danza, seguro que su mamá empieza a preocuparse. Sin motivo, claro.”

Humanas y minerales
Carne y piedra, idea, coreografía (con colaboración del elenco) y dirección de Marta Lantermo, está interpretada por Carla Berdichevsky, Sylvia Guantay, Natalia López, Julieta Rodríguez Grumberg, Ana Laura Lozza y Gabriela Romero. Va los viernes a las 21 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759, a $ 8, con descuentos a estudiantes y jubilados (reservas al 4862-1167).

Para esta exploración arriesgada, obsesiva, sobre el enigmático mundo de los muertos, de las personas queridas que nos son arrebatadas sumiéndonos en un duelo a menudo teñido de furia, Marta Lantermo –formada en diversas técnicas de danza, clown, circo y canto, desde el 2000 dirige su propia compañía– comenzó a trabajar impulsada por una pérdida muy cercana, la de su padre: “En realidad, este proyecto empezó llamándose Mi más sentido pésame, y coincidió con que me decidí a trabajar sola. La sensación que yo quiero transmitir con esta obra es la bronca profunda que asalta a los que quedan cuando se muere alguien entrañable. No se trata de que el público tenga que leer la muerte de mi padre, por supuesto, sino en todo caso deabrirse a las sensaciones, vivencias, emociones que puede despertar esta situación de duelo, que nos afecta inevitablemente a todos. Y hay distintas maneras de procesar, a veces de arrastrar ese dolor”.
–¿Pensaste el espectáculo como un choque y a la vez una forma de armonización entre la vida y la muerte?
–Exactamente; ¿viste a los cachorros cuando están todos juntitos, recién nacidos, que se aplastan, se superponen y sin embargo sobreviven y no se hacen daño? Bueno, la imagen inicial, esa masa de cuerpos surgió de allí, y después me fui dando cuenta de que representaba pura vida. Es que en este trabajo aparecen los extremos, los opuestos y complementarios, lo de arriba y lo de abajo. Por eso la puesta tiene mucho que ver con la luz y con la sombra que diseñó Dana Barber, sacándole el mejor partido a las posibilidades del Callejón. A lo largo de una elaboración de casi dos años fueron apareciendo espontáneamente, intuitivamente, muchas cosas cuya presencia y significado empecé a ver claramente al terminar el trabajo. Creo que logré finalmente reflejar esa furia que genera la impotencia frente a lo inexorable, que te parece injusto, que te resulta intolerable en primera instancia. Y hace brotar tantas preguntas existenciales.
–Entre los muertos, ¿citás indirectamente a los desaparecidos del Proceso?
–Aunque el punto de partida es personal, creo que Carne y piedra remite a los dolores de la humanidad que todos atravesamos. Las ausencias, las pérdidas. Una espectadora me dijo que a ella le evocaba imágenes de Auschwitz. Por supuesto que también está implícito el tema del Proceso, las desapariciones, el duelo que no cesa. Trabajé con el concepto de disgregación, de desmembramiento. Es todo un tema el de la desaparición del cuerpo, el convertirse en otra cosa: el misterio final...
–Las piedras cumplen un papel muy fuerte en contraste con la piel humana: inertes, ásperas, se vuelven amenazadoras y ruidosas al ser arrojadas, pero también sirven para que de ella broten ritmos musicales...
–Las piedras no estaban cuando empecé a indagar en ese submundo, que está más allá. Primero fue el percutir en el piso de madera con los nudillos, que quedaban destruidos. Nos pusimos a pensar en otras posibilidades, aparecieron las piedras, y entonces se nos abrió un mundo sorprendente, ilimitado. Son elementos maravillosos y a la vez difíciles de manejar, de controlar. Coreografiar las piedras fue un trabajo tremendo. No hay manera de domesticarlas: cuando querés que salgan, se quedan, y al revés...
–El piso desarmable compuesto por piezas como de rompecabezas, el original vestuario, la impactante banda de sonido, suma texturas a una obra de temática tan espiritual y a la vez tan física, visceral.
–Empezamos con un cuadrado de 6 por 6 cuadriculado que terminó siendo esta pequeña tarima dividida en piezas desiguales que actúan como una escenografía cambiante. También hubo cambios en el vestuario, hasta que acepté la necesidad del desnudo y Mariana Gaido, diseñadora de indumentaria que estudió en el Colón, entendió muy bien la obra, me señaló la necesidad de uniformar esas prendas, mezcla de chaleco de fuerza y jumper escolar, que terminaron siendo del color de las piedras, con cuyos sonidos experimentamos mucho, al deslizarse, percutir, ser tiradas. Los músicos Sofía Escardó y Pablo Lipovich grabaron y después compusieron sobre esta base sonora. Además de la técnica, me importaba contar con bailarinas fuertes, porque la exigencia física era muy grande.

Huellas imborrables
Restos de oscuras (con la luz que seas), creación colectiva de Tercas Hembras Tuercas: Florencia Gleizer, Laura Mercedes Lázaro, Laura Tabachnik y Julieta Eskenazi, con dirección de esta última. En el Teatro del Sur, Venezuela 2255 (4941-1951), los viernes a las 21, a $ 5, jubilados y estudiantes $ 3.

“Desde hacía mucho daba vueltas en mí la idea de desaparición, una instancia que no tiene que ver directamente con la muerte sino más bien con la sustracción sin explicaciones que deja un vacío”, dice Julieta Eskenazi. “Yo era muy chica en la época de la dictadura, no tengo familiares o amigos de mis padres desaparecidos, pero percibí y sufrí lo que estaba sucediendo. Me generaba mucha angustia escuchar ciertos relatos, los sentía dolorosamente con el cuerpo, con esa sensibilidad propia de los bailarines. Y surgió la necesidad de hacer algo con esas emociones. Después de las jornadas del 20/21 de diciembre de 2001, que pasé en la Plaza, estando en la cama se me aparecieron imágenes muy contundentes, que si bien tuvieron que ver con el origen de Restos..., fueron mutando, derivaron en otra cosa. La idea central básica era el desconsuelo que provoca esta desaparición, este vacío que de todos modos no borra huellas muy fuertes. Que en la obra están representadas a partir de las ropas. Porque los asesinos intentaron que la desaparición fuera total, sin datos, sin fechas, una siniestra negación. Y sin embargo, quedaron las Madres, las Abuelas, H.I.J.O.S., tantos artistas que van dejando su testimonio al trabajar sobre esa memoria. Con el grupo empezamos a trabajar con pautas que se transformaron en las escenas actuales. Leímos muchísimo todo tipo de literatura –de ensayos a poesía– sobre esta temática. De hecho, el título de la pieza es una especie de recopilación de líneas de poemas. Por ejemplo, la película Garage Olimpo nos sirvió de disparador respecto del empleo de la ropa como elemento simbólico. Desaparición y poder fue un libro que nos motivó mucho, y también la obra de Juan Gelman.
–Desde el escenario, las Tercas Hembras Tuercas comunican un espíritu de cuerpo muy neto y compacto...
–Es que se trata de una creación grupal. Tenemos ideas e intereses comunes, aunque somos muy diferentes. Nosotras nos conocimos en el último año de la escuela de danza y compartimos muchos trabajos de composición. Sabemos que queremos contar historias que nos representen, tratar temas que nos importen con nuestra danza. No dedicarnos a desarrollar ideas lindas por sí mismas.
–Alguien dijo de la gran coreógrafa y bailarina Pina Bausch que había liberado la danza de la esclavitud de la belleza...
–Qué bueno, creo que estaríamos todas de acuerdo con esa idea. En Restos... nunca tratamos de incorporar un movimiento simplemente porque era bonito. Esa actitud también se evidencia en la elección del vestuario. Encontramos a través de Marianela Gómez estas camisetas y bombachas neutras, del color de la piel...
–Con esa ropa interior, se encuentran con la ropa exterior, prendas de hombre, de mujer, que fueron vaciadas de los cuerpos que las llevaban.
–Claro. También se ve el uso cotidiano de esa ropa que se lava, se plancha, se dobla, se estruja... Todos estos gestos después van tomando otra connotación, como que la ropa toma esos cuerpos. Trabajamos también sobre el tema víctimas y victimarios. Lo interesante es que se aunaron criterios en todos los rubros técnicos. En la partitura de Martín Pavlovsky, las escenas no terminan nunca, no cierran, la música comienza abruptamente y acaba de la misma manera. Los temas quedan abiertos, integrándose a la idea general de que la desaparición de personas es algo que no cierra, que quedó inconcluso, pendiente, sin resolver.

Nosotras también venimos del Africa
Mitología en movimiento, por el grupo de danza afroamericana Oduduwá, integrado por María Balmaceda, Cecilia Benavides, Julieta Eskenazi, Wanda Migelson y Alejandra Vasallo (bailarinas), Virginia Borches (voz y percusión), Mora Martínez (voz y accesorio), y los percusionistas IgnacioMartín, Alexis Spector y Gusi Díaz (Oduduwá es la creadora de la tierra, madre de todos los seres vivos, principio y fin en yoruba). En El Ombligo de la Luna, Anchorena 364, los domingos a las 21, a $ 7, estudiantes y jubilados $ 5.
“Creo que el auge de las mujeres en la danza, dando a luz sus propios espectáculos, tiene que ver con empezar a descubrir que tenemos una voz propia que nadie mejor que nosotras puede sacar afuera sin tergiversación”, sostiene Alejandra Vasallo, y aclara enseguida que ella –traductora, historiadora– no es bailarina profesional, que mantiene esta doble vida (mientras termina su tesis doctoral sobre las mujeres que hacían política cuando no tenían derechos) con estas chicas con las que se encontró hace cinco años y fundaron Oduduwá.
“También caracteriza este fenómeno el hecho de que sean colectivos en los que puede haber una dirección individual, pero partiendo de la idea de comunidad. Es la demostración de que las mujeres –pocas, muchas– se pueden reunir, potenciarse. Resulta interesante notar que estas compañías suelen tener una dinámica muy parecida a la de un grupo de amigas, aunque en nuestro caso decidimos incorporar músicos como percusionistas. Y siempre hay una cierta dificultad de los varones para entender esos códigos de grupo entre nosotras, esa comunicación en la que se mezcla la creación propiamente dicha con el intercambio personal, el apoyo mutuo, relatos de la vida cotidiana... Por ejemplo, hay dos chicas del grupo -Virginia y Wanda– embarazadas y a la vez que ensayamos, nos estamos preocupando por esa situación. Es un rasgo que caracteriza el trabajo entre mujeres, no sólo el artístico. Y cuando esa disponibilidad múltiple se potencia en un grupo de creación, no nos para nadie. A mí, que pertenezco –o pertenecía– más al campo intelectual, se me abrió un espacio inagotable de posibilidades.”
–Sobre el escenario, ustedes desatan un ciclón de jubilosa vitalidad, son como fuerzas arrolladoras de la naturaleza. Se nota que se divierten, transmiten esa felicidad de destrabarse, de liberar cosas muy profundas.
–Es que así nos sentimos. Todas descubrimos una identificación total con esas energías, con los movimientos, con lo que íbamos aprendiendo de la mitología que se recoge desde la diáspora africana y su sincretismo con lo americano, las formas de resistencia. Al principio, debatimos mucho sobre esta atracción. De afuera nos decían: “Pero si ustedes no son negras, ni cubanas, ni brasileñas...”. Sin embargo, advertimos que esas culturas tenían mucho que ver con la construcción de nuestra propia identidad, aun en formación. Todas nosotras somos hijas de la dictadura y eso también está presente. Por algo nuestra necesidad de participar en las Marchas de la Resistencia, de H.I.J.O.S., del 24 de marzo. A través del lenguaje de la danza afro nos sentimos participantes plenas, dando un cauce a todo lo que habíamos sentido con respecto a nuestra historia. Porque estamos hablando de represión, de intento de supresión de culturas. Oduduwá rescata que en siglos anteriores al XX, la población negra secuestrada y traída por la fuerza desde el Africa representa a los primeros desaparecidos en más de un sentido. Y en tanto que como argentinos y latinoamericanos no lo reconozcamos, en nosotros nos va a costar aceptarnos plenamente. En nuestro país hubo negros, doblemente desaparecidos. Pero, pese al horror de la explotación y el esclavizamiento, se dio la maravilla de ese sector de la humanidad resistiendo, preservando su cultura, al punto de haber llegado a influir en nuestras expresiones artísticas, empezando por la música y el baile. En esa cosmovisión donde abrevamos hay diosas y dioses igualmente potentes, complementarios, hay igualdad en la diferencia. Las energías masculina y femenina tiene pareja intensidad, representan arquetipos universales, los ciclos de la vida. Trabajamos sobre todo con expresiones de la etnia yoruba, en algún momento usamos el dialecto magó, ritmos y danzaspreservados y recreados en Brasil, el Caribe, Perú, Colombia. No es extraño que transmitamos placer, libertad y felicidad desde el escenario.

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