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Viernes, 8 de noviembre de 2013

PERFILES > ELSA AGUILAR

Al fin solos

 Por Flor Monfort

Las fotos del casamiento entre Rosana Galliano y José Arce parecen las del casamiento de Galliano con alguien que nunca se ve. En una de las imágenes bailan el vals y Arce pareciera ser el padre que “entrega” a la hija en un ritual de boda cualquiera.

En la sombra de esa escena de brindis donde nada parecía anunciarse, la madre del novio, testigo invisible de esa boda en las crónicas policiales, ya no bendecía a la pareja. A Elsa Aguilar nunca le gustó que su hijo se casara con una mujer tan joven, que lo hacía renegar, le metía los cuernos y pensaba quedarse con su dinero y propiedades. Esa “manija” que ejercía Aguilar sobre su hijo, a quien sólo le lleva 19 años, se vio reflejada en el fallo del Tribunal Oral Criminal 1 de Campana, que sentenció a ambos a cadena perpetua por considerarlos coautores intelectuales del asesinato de Galliano, ocurrido a balazos el 16 de enero de 2008. Una historia donde la violencia se fue tejiendo mucho antes del crimen y donde la madre funcionó como “otra”, activadora de un mecanismo mucho más usual de lo que se visibiliza. El fallo incluye pruebas que la colocan a ella como proveedora económica de su hijo y quien le entrega el dinero para que se deshaga de su nuera.

Hace algunos años, en este diario, la psicoanalista Eva Giberti, coordinadora del programa Las Víctimas contra las Violencias, dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, narró el funcionamiento del programa por dentro, citando estrategias, justificaciones y dichos varios de los violentos, sus familiares y vecinos. Allí señalaba la aparición de la madre del golpeador, una señora usualmente mayor de sesenta, que describe a su nuera como una “loca” a la que solo le interesa comprar y encima es ella misma una violenta. “¿Cómo va a decir que él es violento? Yo lo conozco bien porque es mi hijo. Pero es un hombre y ella tiene que portarse como una esposa”, citaba Giberti a las madres que tantas veces se habían sentado a defender a sus hijos varones. Madres absortas por las acusaciones, madres cansadas de decir “yo le avisé” y asustadas por la suerte que podrían correr sus pobres y, todavía para ellas, niños pasivos, evidenciando un vínculo que parece velado en tantas dinámicas de violencia que se exponen en los casos que salen a la luz. En este, el escenario y sus protagonistas cumplen el rigor de los estereotipos: la joven arribista, el hombre ya hecho y excitado por haber seducido a una mujer joven, sumiso ante la autoridad materna, y la madre bruja. Pero su protagonismo solo se hizo carne después de la tragedia; antes de ella, la madre era esa sombra que tanto le molestaba ser. Los jueces señalaron que si bien la acusada dijo haberle transferido dinero a Arce para que él forme su patrimonio, todos los testigos confirmaron que él no tomaba ninguna decisión sin el conocimiento y el aval de ella.

Ahora, seis años después del crimen, la madre de Galliano todavía pelea por obtener la tutela definitiva de sus nietos y piensa apelar la decisión del tribunal de permitir a la pareja madre-hijo cumplir su condena de manera domiciliaria. El tuvo un ACV en mayo y parecía dormirse en la lectura de la sentencia, a su madre de 83 años no se la vio muy preocupada. Mucho se dijo sobre ella: entre otras cosas, que durante los ’90 trabajó para la DEA como “buchona”, que su hijo era una especie de agente encubierto que vigilaba narcotraficantes en el Gran Buenos Aires y que inclusive pasó una temporada en una cárcel norteamericana para espiar desde adentro las actividades de los presos por droga. Por eso se casó tan tarde y por eso su vínculo con su madre es tan estrecho, que hasta los bienes son patrimonio de ambos, justificaron algunos. Dijeron también los testigos que a Elsa Aguilar no le molesta el encierro en su casa, con su hijo, a quien tiene que cuidar por su salud frágil, y que prefiere que le digan asesino, inclusive que esté muerto, antes de que tenga que cargar con el mote de cornudo.

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