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Viernes, 6 de diciembre de 2013

ARTE

El poder del cuerpo

Una mujer fotografiada durante seis años, el mismo cuerpo, en distintas texturas y colores, componen la obra de Vivian Galban.

 Por Cristina Civale

El paso del tiempo para el cuerpo de la artista que posa y también para la artista que mira. Los bordes del maleamiento del tiempo, la posible vejez pero también el cambio de la mirada y de la apuesta artística. El seguimiento de una composición-descomposición de la imagen hasta convertirla en algo parecido a una pintura abstracta. El resultado de este seguimiento puntilloso es lo que exhibe por estos días la artista visual Vivian Galban en Rolf Art, en una muestra a la que dotó de un nombre sugestivo: No sabemos lo que puede un cuerpo. “El nombre surgió del texto curatorial de Valeria González –cuenta Galban a Las 12–. Es una frase del filósofo Spinoza. La muestra refleja una etapa de mi trabajo que yo llamo a veces ensayos y la serie de color donde ahondo en la búsqueda de abstracción plástica del cuerpo”, dice.

Así es, en la muestra, compuesta por fotografías de mediano formato, cajas de luz monocromas y una escultura en forma de huevo donde se proyecta el cuerpo estudiado, que la artista ensaya la capacidad de la fotografía de disolver los límites sin perder del todo la figuración, tratando así de establecer una doble lectura: lo que se intuye como forma y lo que se desvanece como tal.

En el recorrido por las fotografías, empezamos la visita por la obra con pinceladas de hiperrealismo fotográfico neobarraco y desde allí se va, en todos sus detalles, a una mujer vestida con una blusa con ribete, enfrentada con “su par dialéctico –explica Galban–, donde por el contrario esconde el rostro y la imagen, sin perder su carácter de retrato que encierra un misterio”.

Galban se formó como arquitecta y trabajó en el desarrollo de software para video. La fotografía la acompañó desde siempre, aunque no supiera que se iba a convertir en el soporte elegido para desgranar sus inquietudes artísticas. “Mi primera cámara fue la de mi padre, una reflex Voigtlander, y la primera mía, una Polaroid Instant Camera gris. No recuerdo haber decidido nunca ser fotógrafa ni artista, se fue gestando como consecuencia natural del hacer y de una necesidad/deseo. Creo que tomar fotografías es verlas, es ese permanente recorte de la realidad que hacemos con la mirada.”

La fotografía se fue convirtiendo para Galban en una herramienta para desarrollar la obra. “Para el desarrollo de mi obra utilizo la imagen fotográfica como base, que es el insumo y soporte de los videos e instalaciones. Me resulta fundamental dominar el recurso técnico sólo para lograr la mayor sensibilidad y expresividad posible. Todo eso es parte de mi búsqueda como artista. Podría decir que trato de humanizar mis retratos y volverlos en algún sentido plásticos u otras veces fríos y precisos.” Galban se esfuerza por salir del registro documental en la utilización de la imagen fotográfica. Por más abstracción o construcción ficticia en que esté basada su búsqueda, la función de registro de un hecho es una señal inevitable de rastrear en la obra, convirtiéndose en una de las cualidades inherentes de la misma.

Los cuerpos, las sexualidades

¿Y por qué la obsesión con el cuerpo, el mismo cuerpo, un cuerpo que se fuerza y se tensa? “Utilizo el cuerpo como objeto de mi obra porque es un desafío, en algún sentido un edificio mucho más orgánico y emocional. Utilizo el mismo cuerpo hace 6 años para explorar al máximo los límites de una misma materia. Y porque la cuestión de la continuidad áurica está presente. Que sea mujer no tiene una carga preconcebida, es como lo más afín. A veces la feminidad está exacerbada y a veces neutralizada y a veces androgenizada.” ¿Trans? “No, trans no, por favor”, responde atajando una posible ofensa, rogando que quitemos esa palabra de su obra. No podemos: el género nunca es neutro y el cuerpo estudiado en su transformación nos obliga a mencionar –al menos la posibilidad– del recurso que la artista intenta prohibirnos mencionar. Nos negamos.

Nos sorprende en esta muestra, pequeña y ajustada, la existencia de tantas mediaciones: una curadora, la directora de la galería y, por supuesto, lo primero: la obra de la artista. Nos inquietaba saber por qué Galban necesitaba tanto apoyo para armar esta muestra. “En la cadena de valor de la obra, por llamarlo de alguna manera –explica–, el galerista, el artista, el coleccionista, el curador y todos los players tienen su lugar bastante justificado. El rol del curador es muy importante para trabajar junto con el artista en la puesta en escena, en reforzar y enfocar la intención de la muestra y del montaje, y en conjunto darle el marco teórico con el agregado de su concepto curatorial. Es enriquecedor para ambas partes.” En un mercado de muestras probablemente sobrecuradas nos atrevemos a decir que el catálogo de González es de gran valor pero también nos atrevemos a decir que la artista podría haber montado su obra con su fino criterio, que en nuestra charla descubrimos que no le falta. Si bien no la desvela, la presencia del mercado tampoco le es indiferente. Se sabe que uno de los factores en el valor de una fotografía es su tirada, es decir, la cantidad de veces que el artista se compromete a realizar esa copia. Galban no realiza nunca más de cinco copias, aunque su número exacto es el tres. “Siento que es una manera de preservarlas”, afirma.

Es difícil esa preservación en estos tiempos. En nuestra contemporaneidad la imagen invade los espacios públicos y privados, en dibujos, afiches, fotografías y videos presentados en forma de publicidad o como arte, en muros callejeros, en bares, en casas. Al respecto, la artista tiene su propio statement: “El consumo de la imagen es hoy un lenguaje de comunicación que casi tiene la dimensión de un idioma. Una imagen está al alcance de todos para ser consumida, para almacenar algo. Podría no distinguirla nada de una fotografía, si la fotografía no tiene el carácter de obra. Por eso cada vez más, más allá de la capacidad técnica de la toma, la originalidad del encuadre, lo documental del hecho, de lo fantástico de lo fotografiado, la preservación de una fotografía exige, desde mi punto de vista, que la misma tenga el carácter de obra artística”.

Así sus cajas de luz, esa colección llamada Cimbrar que conforman No sabemos lo que puede un cuerpo, tensan en la proyección del cuerpo estudiado en un formato pequeño, de dificultosa visibilidad –y en esa obligación a entrecerrar los ojos para apreciar la obra reside su valor– tanto como en los movimientos precisos captados en la fotografía que provienen de un registro videográfico.

La perla de la muestra es ese huevo en tamaño real, Déjà vu, una escultura muy difícil de fotografiar para ser fieles a ella, una suerte de joya pequeña donde una mujer, esa mujer no trans pero sí neutra –según la artista– “nada” en los límites escasos del huevo real y del huevo metáfora, ese objeto que para algunas especies –incluso para la nuestra– son el origen de todo, entendiendo por todo la vida misma. En la obra de Galban, precisamente en esta muestra, ese huevo es la síntesis de esta nueva apuesta de la artista que nombra y metaforiza en él todo lo que un cuerpo puede.

Hasta el 5 de enero en Rolf Art: Posadas 1583, P.B. A. Más info: rolfart.com.ar

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