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Viernes, 20 de diciembre de 2013

ENTREVISTA

Crecer es lo peor

La documentalista francesa Marie Monique Robin, que en 2003 realizó La Escuela Francesa, los escuadrones de la muerte, con testimonios directos de ex generales argentinos que defendieron el terrorismo de Estado, ahora vuelve a nuestro país para filmar la experiencia de las huertas urbanas en Rosario, como parte de una pieza documental que busca dar a conocer soluciones alternativas para la soberanía alimentaria. Robin está convencida de que la búsqueda de crecimiento económico es el verdadero problema del mundo y que acabar con el hambre no es una utopía si se pueden cambiar los valores consumistas y empezar a buscar soluciones locales para la producción de alimentos.

 Por Sonia Tessa

Marie Monique Robin conmovió la política argentina en septiembre de 2003 con su documental La Escuela Francesa, los escuadrones de la muerte, en el que ex generales como Benito Bignone, Albano Harguindeguy, Alcides López Aufranc y Ramón Díaz Bessone admitían la desaparición de personas. Apenas diez días antes se había declarado la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final. Por ese trabajo, la periodista de investigación francesa declaró en cinco juicios por delitos de lesa humanidad en la Argentina. Tres veces vino desde París para hacerlo y otras dos habló desde allá, por videoconferencia. “Nunca hubiera pensado que un documental se volviera una prueba. Y por eso estoy haciendo este trabajo, entonces yo me siento también muy orgullosa, lo digo francamente, porque finalmente ayudó a poner en la cárcel a estos militares”, expresa. Años después, en 2009, su investigación El mundo según Monsanto tuvo impacto planetario, y también tenía su origen en Argentina. Había estado en el país investigando el efecto de la soja transgénica para el documental La soja del hambre y eso la llevó rápidamente a Roundup. Robin asestó un golpe a la multinacional del glifosato, que aún busca argumentos para iniciarle juicio, pero no los encuentra debido a la exuberante documentación que la periodista reunió para demostrar los efectos contaminantes de los pesticidas y el lobby de la empresa en los organismos de control sanitario de distintos países. Una vez más, en noviembre, Robin estuvo en Rosario, en busca de material para su nuevo documental. Se instaló en los parques huertas de la ciudad, para desentrañar en cuatro días frenéticos el Programa de Agricultura Urbana que congrega a 280 huerteros y huerteras que producen y comercializan en ferias de la ciudad, más 400 que producen para autoconsumo. La experiencia forma parte de un documental en elaboración sobre siete prácticas de resiliencia frente a los desafíos de un mundo en el que, según Robin, “el crecimiento económico es el problema y no la solución”. Además, entre jornadas de trabajo extenuantes y requerimientos de todo tipo, se hizo tiempo para presentar su último documental y libro: Las cosechas del futuro, cómo la agroecología puede alimentar al mundo.

Con todo énfasis, Robin subraya que “no es una utopía” la propuesta de agroecología para cambiar el paradigma económico planetario. “Ya lo expliqué en el documental y el libro Las cosechas del futuro. De todos modos, no alimentamos a toda la población hoy. La gente que dice que no se puede alimentar el mundo sin pesticidas obvia decir que tampoco lo alimentamos con los pesticidas, porque hay un billón de personas que sufren hambre”, dice en un perfecto español, con pronunciación bien francesa.

Con zapatillas blancas, cómoda para caminar entre los sembrados de las cuatro hectáreas del Parque Huerta Molino Blanco, en el extremo sudeste de la ciudad, Robin lleva una pequeña mochila en la que guarda el cuaderno de sus anotaciones. Filmó y grabó sin descanso durante los días que pasó en Rosario. “Es una bestia trabajando”, admiró uno de los argentinos que la acompañó en esa ciudad. Además de filmar desde las 7.30 de la mañana casi hasta la noche, tenía bien en claro cada detalle por mostrar. Llegó acompañada de su equipo: dos compatriotas suyos a cargo de las cámaras y también de un fotógrafo argentino, Sergio Goya, que la acompañó en esta parte de su gira. “Ni siquiera le avisé a mi amigo Horacio Verbitsky que estoy acá, porque no tengo tiempo de ir a Buenos Aires”, dijo a modo de excusa sobre la escasez de tiempo para entrevistas. Aun así, y con visible cansancio, le dedicó un rato a Las12 antes de almorzar en el mismo parque huerta. El menú: una atrayente sopa de verduras orgánicas, ensaladas de la huerta y panes saborizados hechos en horno de barro, calientes, que desaparecieron en instantes de la panera.

¿Cuál es el tema del trabajo que la trajo a Rosario a documentar la experiencia de agricultura urbana?

–Mi nuevo documental va mucho más allá de la agricultura urbana. Se trata de cuestionar el paradigma del crecimiento ilimitado, del Producto Bruto Interno, sabiendo que hay grandes desafíos que nos están esperando y muy pronto. Como el cambio climático que ya se ve en todas partes, con las consecuentes sequías, inundaciones, o lo que pasó recién en Filipinas (se refiere al tifón que dejó este fin de año más de 10 mil muertos). Vamos a entrar en grandes perturbaciones climáticas. Entonces, este gran desafío va a afectar la producción alimentaria, habrá millones de personas en refugios climáticos dentro de poco. También está el problema de la escasez del petróleo y el gas que también está ¡ya! (hace un gesto con la mano, de algo inminente) El precio va a subir. Bueno, de manera general, la situación en el planeta está muy mal. Yo estuve entrevistando a una experta en San Francisco, que dirige esta ONG que se llama EcologicalFootPrint. Dice que el año pasado consumimos un planeta y medio. No podemos seguir, si seguimos en 2030 necesitamos cinco planetas. No, es que los desafíos son muy grandes. Y hay que cambiar el paradigma. Entonces, cómo podemos cambiar el paradigma, es cuestionar este paradigma del crecimiento ilimitado. No podemos seguir con este consumo, sobre todo en nuestros países, los países occidentales, desarrollados, entre comillas, industrializados.

¿Cuál es la salida de ese paradigma?

–Estoy haciendo un documental sobre las iniciativas que van en otro sentido. Y hay tres campos: la producción alimentaria, por eso la agricultura urbana, por eso estuvimos en Toronto y aquí. En Toronto era otra historia, pero también hay agricultura urbana. Existe un gran movimiento mundial actualmente de agricultura urbana. En Toronto son 25 profesionales jóvenes, de entre 25 y 40 años, que uno fue trader en la Bolsa de Nueva York, el otro arquitecto, el otro ingeniero, una tenía una galería de arte muy famosa en Londres... Dejaron todo y se fueron a producir alimentos en la ciudad. y están en una fase de decrecimiento personal. Se están quedando con mucho menos dinero pero no les importa, están muy felices. Y siempre hay que tratar de estar muy felices.

¿Cuáles son las ventajas de la agricultura urbana?

–Es una manera de producir alimentos de manera local sin transporte, sin combustibles, sin producir emisión de carbono. Hay que relocalizar la producción alimentaria porque si no vamos a pasar por momentos muy duros todos los países.

Quienes defienden el actual sistema dicen que estas respuestas micro no van a alcanzar para dar una respuesta a toda la población.

–Sí, claro (su gesto es de fastidio). Tú ves lo que pasa aquí, en tres hectáreas no solamente se alimenta a las familias, también venden. Tú te imaginas lo que se podría producir si se acaba acá la soja transgénica en 26 millones de hectáreas y si cambiamos esto por alimentos.

¿No es una utopía dar solución al hambre en el mundo?

–No, no, no, no es una utopía, ya lo expliqué en el documental y el libro Las cosechas del futuro, cómo la agroecología puede alimentar el mundo. De todos modos, no lo alimentamos hoy, la gente que dice que no se puede ailmentar el mundo sin pesticidas obvia decir que tampoco lo alimentamos con los pesticidas, porque hay un billón de personas que sufren hambre.

Usted habló de tres campos de experiencias que está documentando...

–El segundo es el dinero, porque el desafío también es que... Los expertos dicen que el sistema financiero se puede derrumbar y de manera definitiva, porque si viene otra crisis como en 2008-2009, los gobiernos no van a tener dinero para poner y salvar los bancos como hicieron. Eso puede ocurrir en cualquier momento. Entonces, para resistir esto, las monedas sociales y locales. Hay un gran movimiento mundial, estuve en Fortaleza antes de venir acá, hay una moneda social que se llama el palmas que es muy interesante, en Alemania hay también, en Francia en este momento se están creando 22 monedas locales. Ciudades que crean su moneda es una manera de resistir los choques financieros que ya están y los que van a venir.

El tercer campo es la transición energética. Con energías renovables, consumir menos y producir la energía localmente con solar, con biogás, hay muchas formas. Por eso estuve en Dinamarca y Nepal.

Y también voy a terminar con Bután (pequeño país ubicado al sur de Asia, entre India y China) porque es el país que creó el nuevo índice de riqueza, una alternativa al PBI, que se llama la Felicidad Interna Bruta (risas). Se trata de cómo desarrollar la resiliencia a todos los desafíos que nos esperan y enseñándole a la gente que hay opciones. Y hay que construirlo pronto, ya.

¿Qué particularidad ve usted que tienen las mujeres en este proceso, las ha advertido protagonistas de estas alternativas?

–Tan es así que yo, en cada país en el que estoy, hago un retrato especialmente con un fotógrafo, y una entrevista con una mujer involucrada en esta iniciativa. Aquí es Ida (Pintos, la presidenta de la Red de Huerteras y Huerteros de Rosario), van a ser siete retratos de mujeres que llevan la transición.

¿Por qué eligió Rosario?

–Muy poca gente sabe en Buenos Aires que existe este programa, pero afuera se dice que Rosario es una de las capitales de la agricultura urbana en este momento. Lleva muchos años en esto y hay un equipo de la municipalidad apoyando.

Ese discurso va muy a contrapelo de los gobiernos europeos, que están hablando del ajuste para volver al crecimiento.

–Eso lo escuchamos todos los días en Francia. Nuestro presidente (François Holland) siempre dice que vamos a volver al crecimiento. Pero no, nunca vamos a volver. Ya se acabó. Yo me entrevisté con muchos expertos. Ya se acabó, la época de la energía barata se acabó. Ahora, con el cambio climático, son grandes desafíos los que vamos a enfrentar. No. El crecimiento no es la solución, es el problema.

Cuando le dieron la Legión de Honor de la República Francesa, en junio, expresó que la solución a la crisis mundial es de escala local.

–Sí, sí, sí. La escala local, va todo en contra de la globalización. La globalización sólo beneficia a las grandes multinacionales, no beneficia a los pueblos. Para mí no cabe ninguna duda, yo hice varios documentales sobre el Tlcam, el tratado de libre comercio norteamericano. El resultado es una catástrofe, a todos los niveles. México perdió su autonomía alimentaria, están importando mucho maíz norteamericano transgénico, hay tres millones de agricultores que se fueron, la obesidad subió porque están comiendo muy mal, crecieron los problemas de salud. Hay que apostar a lo local. Y en esos tres campos: dinero, energía, producción alimentaria. Todas las comunidades, las ciudades, pueden pensar en esta dirección, promoviendo monedas sociales, alternativas energéticas y producción de alimentos. Ya con eso cubrimos las necesidades alimentarias de la gente.

Declaró varias veces en juicios por delitos de lesa humanidad en Argentina por su documental La Escuela Francesa..., ¿cómo vivió esa experiencia?

–Es la quinta vez. Vine dos veces, estuve en juicios en Mendoza y Corrientes, declarando. Antes lo hice por videoconferencia, porque no podía venir. Estuve en tres juicios personalmente. Nunca hubiera pensado que un documental se volviera una prueba. Y por eso estoy haciendo este trabajo, entonces yo me siento también muy orgullosa de eso, te lo digo francamente. Porque finalmente ayudó a poner en la cárcel a estos militares como Harguindeguy, Díaz Bessone, Bignone. Entonces, fue... Para mí era como un sueño. Estoy muy contenta, muy emocionada también. El caso de Rosario fue muy especial, porque era Díaz Bessone (declaró en el juicio que culminó el 26 de mayo de 2011 con la condena a prisión perpetua con quien fuera comandante del Segundo Cuerpo de Ejército y uno de los estrategas del terrorismo de Estado). Cuando yo lo entrevisté (en 2003) estaba libre. Llamé al Círculo Militar y dije que tenía una cita telefónica con él y no era cierto. Y me lo pasaron.

También contó en el juicio de Rosario sobre una cena con Díaz Bessone y su esposa, a la que la invitaron por ser una periodista francesa, se dio una situación extraña cuando le preguntaron por la profesión de su marido, y usted dijo que era sociólogo. Ellos se incomodaron porque dijeron que “los sociólogos son todos de extrema izquierda en este país”.

–Sí, y yo dije que no, que en Francia eran de extrema derecha (se ríe).

¿Por qué encara un trabajo periodístico tan a contrapelo de las ideas hegemónicas?

–Es interesante porque estuve acá en 2005, haciendo un documental en Argentina, La soja del hambre, en un momento en que nadie se preocupaba por eso. Ocho años después se conoce el libro El mundo según Monsanto, que se copió y se pirateó muchísimo. La sociedad civil poco a poco se está dando cuenta del desastre que ya está en el país y, si se mira a mediano plazo, significa pérdida de la soberanía alimentaria, muchos problemas de salud, de contaminación ambiental, los suelos acabados. Yo acabo de llegar de Estados Unidos, hay muchos sojeros que quieren dejar los transgénicos porque los suelos están totalmente acabados y además la maleza se vuelve muy resistente al glifosato. Allá tienen un problema con una maleza llamada amarante, que por otro lado es una planta muy buena que se come en México, pero ahí se volvió resistente y no saben cómo acabar con ella. Todo eso lo dije hace ocho años y se está confirmando.

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