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Viernes, 3 de enero de 2014

COSAS VEREDES

Reírme más

Un proyecto belga quiso regalar un instante de alegría y placer a 20 pacientes enfermos de cáncer. Y no sólo lo logró; también registró la experiencia en un libro arty.

 Por Guadalupe Treibel

Cuando la espléndida Clarice Lispector escribió la espléndida Agua Viva, esa inclasificable pieza literaria que fluía como el correr del agua (o del tiempo), las letras iban y volvían sobre una intentona: “Captar la cuarta dimensión del instante-ya, que de tan fugitivo ya no existe porque se ha convertido en un nuevo instante-ya que ahora tampoco existe”. “Pero el instante-ya es una luciérnaga que se enciende y se apaga. El presente es el instante en que la rueda de un automóvil a gran velocidad toca mínimamente el suelo. Y la parte de la rueda que aún no lo ha tocado, lo tocará en un futuro inmediato que absorbe el instante presente y hace de él pasado. Yo, viva y centelleante como los instantes, me enciendo y me apago, me enciendo y me apago, me enciendo y apago. Pero aquello que capto en mí tiene, ahora que está siendo traspuesto a la escritura, la desesperación de que las palabras ocupen más instantes que la mirada”, anotaba la querida brasileña en la obra ya mencionada.

Habrá que conformarse con la mirada, sin embargo, al momento de adentrarse en un reciente proyecto que no sólo intenta la captura que Lispector enuncia sino que –fotografía mediante– la logra. De hecho, en eso basa su médula ósea, el eje de todas las variaciones. Sin más preámbulos, la presentación de rigor; y el título, claro... Aunque sólo sea por un segundo es la línea que da nombre a una serie de imágenes que han comenzado a circular recientemente con fines bienhechores, nacidas ellas a partir de un deseo candoroso, tierno, humanitario: que las personas que padecen cáncer puedan olvidar su enfermedad, aunque más no fuera por un instante. Para la concreción, el modus operandi: convocar a 20 personas afectadas por distintos tipos de cáncer, prepararles una sorpresa y, voilá, fotografiar el preciso momento en que abren los ojos y se desayunan de la novedad. “¿Cuál?”, se preguntará el interesado. Pues, un pequeño gesto que despertó la risa y el encanto de los participantes; algo tan petit como realizarles un extreme makeover (maquillaje y peinado) con simpatía y humor, develando el nuevo look frente al espejo, sacándolos momentáneamente de los pesares.

Obra y gracia de la Fundación Mimi –organización creada en 2004, con sedes en Bélgica, Francia y Suiza, que se encarga de acompañar terapéuticamente a los enfermos de cáncer–, la idea vio su punto de partida a partir de un comentario. “¿Sabés lo que más extraño? Sentirme despreocupada”, dijo una apesadumbrada anónima a uno de los mentores del proyecto. Y esa liviandad –en su sentido más pleno, aireado– es la que quiso regalar la firma belga con ayuda de la agencia de publicidad Leo Burnett Francia y un batallón de estilistas profesionales que pusieron brocha, tijera y pelucas a disposición. Y, que conste en actas, ni un pelo de tontos al momento de la transformación...

Cortes punkie, cortes muleteros, excesivas pelambres victorianas (con varios toques de color, eso sí), labios recargados de rouge, ojos ídem de sombra, tatuajes temporarios y más garabateadas, fueron algunos de los retoques que vivenciaron las dos decenas de hombres y mujeres que pusieron la carita a disposición. Y que, tras quitarse la venda (simbólica, sólo tenían los ojos cerrados), se convirtió en rostro de incredulidad y risotada. “Lady Gaga y RuPaul estarían orgullosos”, anotó –con acierto– algún medio online. Ni una pizca de tristeza en el instante-ya que un fotógrafo (Vincent Dixon) capturó y que el realizador Coban Beutelstetter registró en video (y, desde principios de mes, ya suma más de 12 millones de visionados en YouTube). Como bonus, un libro, en tanto la propia fundación Mimi reunió las imágenes del antes y después y las imprimió en Ne serait-ce qu’une seconde, donde además de juntar retratos se cuenta la experiencia vital y el voluntarioso proceso que hizo que 20 personas olvidaran su constante batalla por la supervivencia.

“En apenas un segundo, la alegría era unánime en toda la sala. En ese preciso instante, el cáncer tampoco existió para familiares y amigos”, aseguró un vocero de la organización presidida por la baronesa Myriam “Mimi” Ullens de Schooten de cara a la exhibición privada donde se mostraron por primera vez las fotografías. Exhibición agridulce –eso también hay que decirlo–: “No todos pudieron ver su captura terminada”, explicó un doliente Dixon al relatar que Katy, la mujer cuyo rostro ilustra la tapa del libro, murió un mes después de que la sesión se llevase adelante. “Estaba muy enferma, pero trajo tanta gracia al proyecto... Espero que, al menos, la foto cree algo memorable para que su esposo y su hija de 4 años puedan recordarla tal cual era”, agregó un Vincent visiblemente conmovido por la que llama “su experiencia profesional más enriquecedora y gozosa”. Viendo los candorosos resultados, imposible dudarlo.

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