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Viernes, 21 de febrero de 2014

COSAS VEREDES

En nuestros zapatos

El cortometraje francés Majorité Opprimé (Mayoría oprimida) ha sido la sorpresa viral del mes, con una propuesta peculiar: intercambiar los roles sociales, de modo tal que el hombre sea víctima de acoso, abuso y cosificación. Una manera interesante de denunciar el sexismo que padecen las mujeres a diario y generar empatía por parte de los varones.

 Por Guadalupe Treibel

“Me dijeron que en el Reino del Revés / cabe un oso en una nuez, / que usan barbas y bigotes los bebés, / y que un año dura un mes”, canturreaba María Elena Walsh al momento de imaginar un inocente mundo patas para arriba y proponer, vocecita mediante, hacer un giro fantasioso de 180 grados. En la misma línea de universos paralelos y símiles grados de voltereta –con la garrafal diferencia de que, en vez de peces y aves, vuelan trompadas, violaciones y todo el arco de violencias–, una directora, guionista y actriz francesa –Eléonore Pourriat– también ha pensado un reino invertido. Su idea, sin embargo, carece de cualidad lúdica: es más bien un alerta, un sacudón a la conciencia, una llamada de atención. Y eso es lo que justamente ha logrado su cortometraje Majorité Opprimé (Mayoría oprimida) desde que fuera subido a YouTube el pasado 5 de febrero: llamar la atención de cantidad de internautas que, en las últimas semanas, lo han visto y compartido por redes sociales volviéndolo un éxito viral insólito, un fenómeno inesperado. Porque, a saber: no todos los días un video de 10 minutos que denuncia sexismo alcanza los siete millones de visionados... Y contando...

La sinopsis es sencilla; la resume la propia autora: “En lo que aparenta ser un día ordinario, un hombre es expuesto a la violencia sexual y el sexismo de una sociedad dominada por mujeres”. Oui, tal como suena: los roles en el planeta Pourriat han sido intercambiados. En su ficción, las damas llevan la batuta; los varones, en cambio, son cosificados, ninguneados, maltratados, culpabilizados, disminuidos por el mero hecho de ser varones (¿suena familiar?). Un hombre corre y tres señoras lo relojean impunemente; otro usa burka para no irritar a su esposa, porque Dios quiere que sea modesto. Al protagonista (Pierre) le toca la peor parte: cuando lo piropean lascivamente y responde, le cae un sinfín de improperios; cuando ve a una chica meando en la calle y le pide que, por favor, se retire, ella y su bandita lo increpan, lo violentan, abusan de él; cuando la policía le toma la denuncia, desconfía de su declaración; cuando su mujer lo pasa a buscar por la estación, lo regaña por pasearse “tan provocativo”. De nuevo: ¿suena familiar? “Muchas veces, cuando las mujeres sufren una agresión, la gente dice que es su culpa. Incluso gente cercana. Esto es lo que quería mostrar con mi personaje”, ofreció Pourriat en una de las tantas notas que ha dado en los últimos días.

Con todo, es la escena que sigue a la discusión de pareja entre Pierre y su déspota señora una de las más inquietantes: la mujer lo deja y se va caminando, sola, por una calle a oscuras. Sola en una calle solitaria y a oscuras. Más de una dama entenderá la chicharra: únicamente en el planeta propuesto por Pourriat el hecho no implica peligro. En cualquier otra ficción (o vida real), el desenlace sería nefasto. Eléonore lo sabe, por eso la cámara abandona al varón y se queda con su esposa, la sigue. Cuando, de fondo, voces masculinas en off susurran “estás buenísima”, “¡cómo me calentás!”, “seguí sonriendo, dulzura”, sabemos que los roles han vuelto a su estado “natural” y el patriarcado ha sido restaurado, para tranquilidad de la hinchada varonil.

Curiosamente, Majorité Opprimé (Mayoría oprimida) data de 2010, aunque durante estos últimos años haya tenido poca (o nada) repercusión, paseándose sin pena ni gloria por distintos festivales. ¿Por qué, entonces, le ha llegado el momento de los laureles virtuales? “Porque los derechos de las mujeres están en peligro en todo el mundo, incluso en países como Francia o España. En Francia, las actitudes están convirtiéndose en muy conservadoras y parece que retroceden frente al matrimonio gay y la teoría del pseudogénero. Es la voz de la gente atemorizada. El miedo les hace imaginar que queremos aniquilar las diferencias entre hombres y mujeres, ¡pero los hombres siempre tendrán pene y las mujeres, vagina! Es el clásico miedo a la castración”, aclaró al diario El País que, en breve, filmará un falso documental sobre cómo los hombres presionan a las mujeres para que se depilen el pubis.

En charla con The Guardian, Pourriat sumó otras claves para entender el actual éxito de la minicinta: “Cuando hice el film años atrás, los franceses me preguntaban si ser feminista era contemporáneo, y yo me sentía un alien. Hoy nadie se lo pregunta. La lucha feminista es más importante ahora porque nuestros derechos están en peligro”. Inspirándose en “el mero hecho de ser mujer” y vivir “la incredulidad de muchos varones cuando una les cuenta lo que es sufrir el abuso y la violencia de los tipos en la calle, el colegio, el bondi, en todos lados”, Eléonore asegura que “más que realismo, quería hacer una película que metiera miedo”.

Ahora bien: lo que, en verdad, mete miedo es un “error” grosero que si bien no echa por tierra las buenas intenciones del film, sí las embarran. Ocurre en los últimos minutos de la historia: cansado, abatido, golpeado, Pierre se despacha proclamando estar podrido “de esta maldita sociedad feminista”. Y hete aquí el horror: en pos de invertir los roles, la directora confunde la terminología: “feminismo” no es la contracara de “machismo”. Feminismo es igualdad, no supremacía. Y la “confusión” (o, a esta altura del partido, lisa y llana ignorancia) es grave porque es la carta que han usado los detractores de la lucha igualitaria para desacreditar al movimiento desde... siempre. Alimentar ese prejuicio es perjudicial; perpetúa el oscurantismo. Y perpetúa números inexplicables: acorde a recientes encuestas, en Estados Unidos y Gran Bretaña, por ejemplo, menos del 20 por ciento de las mujeres se identifica a sí misma como feminista, aunque más de un 80 por ciento crea en la necesidad de la igualdad de los sexos (¿o sea?). En Francia, la suma es más esperanzadora: tres de cada cuatro personas piensa que es un concepto y un movimiento necesario. Entonces, ¿qué pasó, Pourriat? ¿No acertamos con la ironía? Para el resto del corto, aplausos; para ese momentito, un afectuoso pedido de revisión.

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